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Un cuento cualquiera

Artículo de Fondo, Por Ignacio Martínez.- Había una vez en una lejana región un grupo de hombres amarillos que gobernaron por diez años, uno de sus gobernantes era un hijo de un casi Dios que dicen nunca le interesó gobernar, pero que su padre y su nombre eran más fuertes que sus deseos, era un artista pero el destino le tenía en su camino gobernar, luego llegó otro hombre que se decía tenía gran carácter y los pies en la tierra.

Ambos gobernaron por diez años y la población cansada de los excesos y de una supuesta deuda decidió que los gobernará un hombre con fama de honesto y de buen gobierno, muchos decían que era un gordito bonachón, era miembro de los hombres tricolores.
Siempre acusó a uno de los gobernantes amarillos de que había endeudado a la región, que estaban desfalcados, además de que mintió cuando dijo que era un hombre sano y de pronto parecía llegaba una extraña maldición, de manera fulminante una tos se convirtió en un grave problema en su organismo, dejo en el poder al hombre de su confianza, un hombre que gracias a su influencia en el interior de la región lo había hecho ganar el gobierno.
El «gordito bonachón» entonces ante las mentiras y su mal gobierno tuvo que ser corrido por una orden superior, su descrédito no sólo fue en la política sino en su familia cuando se descubrió que uno de sus hijos había tenido una relación impensable con un hombre malo.
No pasó mucho tiempo cuando llegó un Virrey con grandes poderes, la gente de la región decían era muy corrupta y no sabía gobernar.
El Virrey aconsejó entonces al gobernante del reino, que asumiera el poder un hombre dedicado a la enseñanza que fue apoyado por todos los líderes e incluso gran parte de la población.
No se movía ni una sola mosca sin la orden del Virrey, el hombre dedicado a la enseñanza se fue empequeñeciendo, su prestigio cayó al verse rodeado de gente corrupta.
Cuenta la leyenda que tenía un cercano sirviente privado de nombre Clavel que era quien mandaba en la casa de gobierno, viajes, buena vida, buena comida, el derroche era el símbolo de la casa del gobernante, incluyendo llevar a su familia a varios puestos del gobierno, sin olvidar que el sirviente privado Clavel era buen hijo y ordenó entregar camionetas oficiales con choferes para su padre y su madre, un gran hijo sin duda, de buenos sentimientos, aunque la población no veía con buenos ojos que se sirviera con la cuchara grande.
En todas las grandes fiestas compraba boletos el sirviente privado Clavel para su familia, siempre estaban en primera fila.
Ante los excesos la población empezó a decepcionarse del enseñante gobernante, incluso cuando acudía a fiestas era chiflado, rechiflado e insultado.
El gobierno se había partido en tres, el de los enseñantes, el de los tricolores y el del grupo del virrey.
Todos querían gobernar, cada quien a su estilo, la población entonces decidió que debería dar paso a «una nueva era» y darle la oportunidad nuevamente al grupo que habría llevado a la deuda a la región.
Léase que cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia.

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