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Mensaje en el Día de las Madres, Por el Arzobispo de Monterrey

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Éxodo 20,12)

México, D.F., 10 de mayo del 2015 (de Rogelio Cabrera López Arzobispo de Monterrey ).- Que grande es el amor de la mujer que permite que en su vientre se geste una nueva vida. Dios mismo nos pide que honremos de manera especial a quien ha dicho sí a este milagro de amor. Él mismo ha querido que su Unigénito llegará a este mundo a través del vientre de una mujer, a quien libró de todo pecado.

En esta mujer, la Virgen María, vemos la integridad plena de una madre; ella cumplió cabalmente con todas las funciones que se han de ejercer para formar a un hijo, viviendo los momentos de alegría y las situaciones de adversidad con entereza, confiando en Aquel que le encomendó el noble oficio de ser la Madre su Hijo.

A través de la vida de Jesús, podemos darnos cuenta de lo importante que es la presencia de una madre en el crecimiento y desarrollo de un hijo, y mucho más importante para nosotros, como hijos, tener el cuidado y amor hacia quien nos ha dado parte de su vida: nuestra madre.

Recuerdo ahora las palabras que San Juan Pablo II dirigió un día como hoy, hace 25 años, a todas las madres mexicanas: En una sociedad tantas veces marcada por signos de muerte y desamor como la violencia, el aborto, la eutanasia, la marginación de minusválidos y personas pobres y no útiles, la mujer está llamada a mantener viva la llama de la vida, el respeto al misterio de toda nueva vida (…) a la mujer Dios le confía de un modo especial el ser humano; en virtud de su vocación al amor, la mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás”  (Juan Pablo II, 10/V/1990, Chihuahua, México).

Por eso invito a todos para que honremos siempre a nuestra madre, y a toda mujer que, valientemente, participa junto al varón del maravilloso don de la creación divina.

Es necesario que los hijos no olvidemos esa entrega cotidiana, y nos acerquemos a ella no solo a ofrecerle un obsequio material, sino que, con nuestro testimonio coherente de vida, la hagamos sentir que su entrega por nosotros no ha sido en vano.

Bendigo a todas las madres de nuestra Arquidiócesis, de manera especial a quienes pasan por algún momento difícil, y pido a Dios les fortalezca y les siga llenando de sabiduría para cumplir con su hermosa vocación.

De la misma manera, agradezco a Dios la dicha de celebrar hoy el XXV aniversario de la celebración Eucarística presidida por San Juan Pablo II en nuestra ciudad, día en que coronó la imagen de la Virgen Chiquita, que se venera en la Basílica de la Purísima. Así como su visita a nuestra Catedral, en donde oró ante el Santísimo y bendijo a los enfermos.

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