I Domingo de Adviento – Mc 3, 33 – 37
Con este primer Domingo de Adviento comienza un nuevo año en el calendario de la Iglesia, el cual se celebra en el silencio de la reflexión sobre las promesas de Dios. La Navidad que empezamos a preparar nos invita a contar con Dios presente en nuestra vida. Esperamos en Dios y esperamos a Dios y, como ya vino, nos disponemos a celebrar su venida.
Vale la pena recordar la costumbre de encender progresivamente las cuatro velas, un rito lleno de simbolismo. Los cuatro domingos de Adviento representan los largos siglos de esperanza de Israel y la luz del que viene en Navidad como verdadera luz del mundo. La luz y la esperanza aumentan al acercarse más la fecha hasta encenderse la luz de Cristo, por ello cantaremos con gran esperanza: ¡Ven, Señor Jesús!
El evangelio, sirviéndose de los elementales conceptos de noche y día, nos hace ver la necesidad de la vigilancia para no descuidar la ocupación fundamental de estar a la espera del Dios que viene. Adviento es llegada y el que llega es Dios, nacido en Belén. Por ello lo primero que oímos en este tiempo es la llamada a la vigilancia, repetida varias veces en este primer domingo. Vigilancia es reflexión. Nos preparamos para la venida de Jesús, que vino a salvar, a luchar contra el mal, a dar su vida como prueba irrefutable del amor de Dios.
Esta llamada a la reflexiva vigilancia no puede leerse en clave de miedo sino de gratitud por la venida del Hijo de Dios. Pero también la Iglesia nos propone meditar en la virtud de la esperanza, porque Cristo Jesús esta llegando y hay que estar preparado para este encuentro con Él. Jesús vienen en nuestra búsqueda y quiere llenar de sentido todo lo que somos y hacemos, por ello estar en vela significa vivir atento, pendiente, dispuesto. Significa saber esperar de manera confiada, con una actitud activa convirtiendo esa espera en una alegría anticipada ante la venida del Señor. La tentación de distraernos con otros elementos materiales de preparación está latente, sin embargo tratemos de concentrarnos en la verdadera alegría, que no pasa.
Esto implica un proceso interior que nos lleva a adoptar una actitud receptiva y que, en muchos casos, comporta una fuerte exigencia y un cambio de nuestra conducta ante el inminente encuentro con Cristo. Él se acerca a nosotros, lo único que hemos de hacer es dejarlo entrar en nuestra casa. Ese es su deseo más hondo. Dios anhela nuestra acogida. Su presencia llena de sentido y de luz nuestra existencia. Que esta luz y sentido de la vida que da el Señor disuada a quienes caminan sin rumbo, y a todo que aquel que pretende usar el suicidio como una salida a sus desesperanzas y desencantos y oriente el rumbo de tantos adolescente y jóvenes que se van asomando a la realidad de un mundo con grandes desafíos, pero depende de cada uno construirlo diferente.
Que Cristo, nuestra paz, se quede en todas las familias de México, él conduzca y dé sentido a la familia toda, para vivir plenos y felices en cualquier circunstancia que se encuentren. Que nuestra Señora de Guadalupe nos acompañe en el camino del Adviento y de la vida cristiana.
Les invito a seguir orando por la paz en nuestro país, por las familias agraviadas a causa de la violencia.
¡Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna!
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro