Bruselas, Alemania, 19 de mayo de 2012.- Grave la situación económica en la UE. Al día de hoy el diario EL País publica entre sus notas que Grecia y el sistema financiero español, con la esperpéntica nacionalización de Bankia como clave de bóveda, son los nuevos hombres lobo a los que invoca Europa para asustar a los niños. Lo que parecía imposible no solo es ya imaginable, sino que un coro cada vez más vociferante lo considera deseable: Europa nunca ha estado tan cerca de una ruptura por abajo (Grecia) o del rescate de uno de los grandes países (las ayudas a España para la banca).
Ambas opciones son delicadísimas. El más elemental principio de prudencia obligaría a evitarlas. Por miedo: tendrían potenciales efectos contagio devastadores. Y porque hay margen: Europa puede levantar el pie del freno de la austeridad; el Banco Central Europeo (BCE) tiene una enorme capacidad de maniobra; España no está todavía en zona de intervención (paga el 6,4% por su deuda a 10 años cuando los rescates se activaron por encima del 8%). “Hay todavía un camino, cada vez más estrecho, para tratar de sortear la situación en Grecia y en la banca española si hay voluntad política”, apuntan fuentes europeas.
Al final siempre surge algo in extremis que deshace el nudo gordiano de la crisis. Aunque quizá esta vez no. Cualquier cosa es posible tras la ruptura del tabú: el presidente francés, Fançois Hollande, cree deseable el rescate europeo de los bancos españoles; la canciller Ángela Merker ha sugerido un referéndum sobre el euro en Grecia y martillea con sus planes de contingencia por si los griegos hacen honor a ese adagio que afirma que todas las grandes crisis europeas empiezan en los Balcanes.
Todo eso obliga a Europa a un cambio de guión de última hora para la próxima cumbre. Si hace unos días esa reunión iba a ser la presentación en sociedad de Hollande y de sus ideas sobre el cambio de tono respecto al crecimiento, ahora la tensión obliga a revolucionar la agenda. Merkel, Hollande y compañía deben responder dos cuestiones cruciales. ¿Debe Grecia salir del euro, a la vista de que los rescates no funcionan, del desencanto de los griegos? ¿Debe pedir España dinero a Europa para ayudar a sus bancos a tapiar el agujero del ladrillo, que tal vez sea inmanejable? Solo las preguntas un poco ingenuas son verdaderamente profundas; por eso esos interrogantes se pueden resumir en uno: ¿Cree Europa en su propio proyecto?