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En la crónica del horror anunciado, la contabilidad sangrienta sigue alimentando las columnas de los haberes. En Nuevo León fueron encontrados 49 cuerpos decapitados y mutilados de las manos. Algunos investigadores creen que se trata de migrantes de Centroamérica, pero lo cierto es que es una secuela de la guerra que libran los cárteles de Sinaloa, con Joaquín Guzmán el “Chapo” y los zetas.
De hecho durante todo el año la violencia ha estado presente en tierras mexicanas. Y se trate de Michoacán, Guerrero, Tamaulipas, Ciudad Juárez, Jalisco o Nuevo León. El insistir sobre la fallida estrategia del presidente Felipe Calderón Hinojosa es una tarea infructuosa pues no hay cambio alguno en el combate a estos delincuentes, y sí un incremento en la contabilidad de los cadáveres, en la cotidianidad de la violencia.
EL problema radica, insistimos, en esa suerte de banalización del mal al que nos están acostumbrando los grupos criminales. A nadie sorprende ya que decapiten a un ser humano tenga que ver o no con estos cárteles. A nadie parece impactarle que se mutilen cualquier parte del cuerpo para evitar su identificación, o que se disuelva en ácidos o se les quemen.
México bárbaro el que deja Felipe Calderón Hinojosa. México en que los cuerpos de élite, la policía federal, son poco menos que ineficaces para controlar tanta violencia y, en su contraparte, se muestren tan eficientes a la hora de reprimir a jóvenes estudiantes y por eso envían 800 miembros más a Michoacán como elemento de disuasión. Sí, el mundo al revés.
