(“Si buscas un resultado diferente, no hagas siempre lo mismo”
Albert Einstein)
Columna política por Rubén I. Pedraza Barrera.- Una serie de desencuentros han desencadenado los procesos electorales a lo largo de la historia de nuestro estado y nuestro país, la carencia del fomento a una cultura cívica y el muy cuestionado actuar de los órganos electorales han generado en la ciudadanía desconfianza, hartazgo y en muchos casos la apatía en cuanto a la participación en los diversos comicios a lo largo y ancho del país, sumándole a todo esto la desconfianza que se siente hacia la clase política y su forma de gobernar.
El pasado domingo 7 de julio los partidos políticos disputaron más de una tercera parte de los municipios del país y la gubernatura de Baja California, así como Congresos Locales, donde no solo se jugó el control político por parte de los partidos, también se disputaron territorios donde se ubican fronteras como el caso de Tamaulipas o corredores turísticos e industriales y puertos como el de Quintana Roo, Veracruz y Puebla; territorios que en términos económicos representan aproximadamente del 25% del PIB y que son objetivos de control económico prioritario para los grupos de poder.
Ganar la gubernatura de un estado o las alcaldías, significa la posibilidad de manejar discrecionalmente los recursos asignados a cada uno de estos niveles de gobierno, además de puestos públicos remunerados para los equipos políticos y la posibilidad de designar a los directores de seguridad publica en municipios donde el crimen organizado ha crecido y se ha extendido; pudiendo representar la permisibilidad para que estos grupos puedan hacer lo que sea.
Más allá de si el PRI gano la mayoría, si el PAN logro recuperar algunos municipios y el gobierno de Baja California o si el PRD fue el que menos beneficios electorales alcanzó, el tema que sigue ahí y parece todavía ser un tabú, es que en nuestro país se sigue gobernando a nivel federal, local y municipal, con fórmulas antiquísimas que solo han propagado la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión social, económica, política y jurídica. Esta forma de gobernar da pauta a que se malversen los recursos que debieran estar destinados al beneficio de la ciudadanía o a promover el desarrollo equitativo, incluyente y sustentable.
Es necesario el pasar de una democracia representativa a una democracia participativa, es decir, darle la oportunidad al ciudadano de participar en el diseño de las políticas públicas y acciones que afectan directamente su vida, así como las herramientas efectivas para denunciar y que se castigue el mal actuar de los representantes populares; se ocupa cambio de rumbo y dejar atrás estas viejas formas de ejercer el poder. De seguir con esta caduca forma de gobierno, seguirán endeudándose y saqueándose las arcas de los estados y la nación, habrá muchos culpables y ningún castigado como hasta ahora, pero sobre todas las cosas seguirá siendo el ciudadano el gran perdedor y la crisis se recrudecerá.
Si se continúa reproduciendo esta negativa fórmula de gobernar, los grupos de poder seguirán compitiendo solo para acomodar en puestos públicos a sus allegados y servirse con la cuchara grande; se seguirá perpetuando ese infame régimen que por más de 70 años sumió a nuestra nación en retrocesos y carencias. Urge un cambio de fondo auspiciado desde la ciudadanía y que dé certidumbre a millones de personas que han perdido la esperanza.