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El Nobel de Literatura: una historia centenaria y solo 17 mujeres premiadas, la mitad en el siglo XXI

09 de octubre del 2024.- El perfil del ganador del Nobel de Literatura es un varón europeo de más de 60 años que escribe novelas en inglés. Desde 1901, solo 17 mujeres han logrado el preciado galardón instituido por Alfred Nobel. La primera fue la sueca Selma Lagerlöf en 1909 y la última, de momento, ha sido la francesa Annie Ernaux en 2022 con una escritura que es un «cuchillo» autobiográfico.

La última Nobel de Literatura, Annie Ernaux, y la primera, Selma Lagerlöff

Si bien es cierto que el siglo XXI ha sido más pródigo con las plumas femeninas, ocho escritoras han logrado el Nobel en esta centuria: Elfriede Jelinek, Doris Lessing, Herta Müller, Alice Munro, Svetlana Aleksiévich, Olga Tokarczuk, Louise Glück, y la mencionada Ernaux. Las cifras absolutas son desoladoras, de las 119 personas galardonadas desde 1901, solo un 14,3% son mujeres, una por cada nueve hombres.

Como curiosidad, la alternancia de los últimos años, indicaría que en esta edición le vuelve a tocar a una mujer, pero habrá que ver qué decide la Academia Sueca, que cada vez premia a escritores más veteranos. Los octogenarios casi se han triplicado en las entregas más recientes hasta representar un 14%.

Criptoginia y violencia
La falta de mujeres en el Nobel de Literatura es un claro ejemplo de criptoginia, fenómeno recurrente de violencia simbólica que oculta los logros femeninos y que en ciencia se conoce como efecto Matilda. La profesora de Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, Teresa Iribarren, afirma a RTVE.es que en el caso de los Nobel confluyen la violencia estructural y la simbólica para invisibilizar a las mujeres: «Hay una dinámica estructural que afecta a todo el sistema literario, desde las posibilidades de que las mujeres escriban obras, de que se publiquen, tengan la difusión adecuada y que pasen por el sistema de canonización, que siempre ha estado en manos de instituciones de claro sesgo patriarcal y androcéntrico».

La escasez de mujeres premiadas se explica, según la profesora de la Universidad de La Rioja, Melania Terrazas, porque «la mujer ha tenido enormes dificultades para escribir y publicar. La ideología heteropatriarcal, machista en muchos casos, ha impedido la formación cultural de las mujeres y ha visto como una ostentación, casi desvergonzada, que se manifestaran en público escribiendo».

La titular en literatura inglesa e irlandesa de la UR subraya que a las escritoras del siglo XIX o principios del XX que, como Virginia Woolf, reivindicaban una habitación propia, «a todas estas mujeres, que no seguían los preceptos patriarcales, se las denominaba ‘las locas del ático'» y añade que «son notables los esfuerzos de los escritores varones por rebajar su importancia y, a ser posible, anularlas y hacerlas desaparecer. Cuando aparecía una que se salía de ese patrón y les disputaba el puesto, reaccionaban con agresividad».

Nominadas sin premio
En opinión de Terrazas, las sufragistas; los escritos de otras feministas de la segunda ola como Simone de Beauvoir, o Luce Irigaray en los años 70; y feministas anglonorteamericanas como Kate Millet «ayudaron a que los señoros (sic) de doctas instituciones como la Academia Sueca dejaran de confabularse para que las mujeres no ganaran los premios Nobel». Benavente (nobel de Literatura en 1922) «nominó a Concha Espina en muchas ocasiones, pero no hubo manera» y también fueron nominadas Sofía Casanova y Blanca de los Ríos.

A finales de los años 20, la emancipación femenina, la conquista del derecho al voto y el nacimiento de ‘la mujer moderna’ propiciaron que dos escritoras fueran premiadas en tres años: la italiana Grazia Deledda en 1926 y la noruega de origen danés Sigrid Unset en 1928. La docente de la Universidad Oberta de Catalunya ve «un primer cambio ideológico en relación con la mujer» en esa época y sostiene que «el hecho de premiar a escritoras legitima más a la institución del Nobel y fue en el momento justamente de una ola feminista, que se empezó a irradiar desde Inglaterra y Estados Unidos al resto del mundo».

Diez años después, en los albores de la Segunda Guerra Mundial (1938), lo obtuvo la estadounidense Pearl S. Buck en 1938, que fue distinguida con 46 años, relativamente joven, aunque ya contaba con el respaldo de haber ganado el Premio Pulitzer.

La poeta chilena Gabriela Mistral lo logró en 1945, la única pluma femenina en español dentro de la lista de los Nobel. Terrazas indica que las mujeres estaban relegadas como candidatas y académicas y «tampoco es que las cosas hayan cambiado tanto. Aquí y en Hispanoamérica, las mujeres siempre tenemos que esforzarnos más que los varones». Considera que Concepción Arenal, Rosalía de Castro o María de la O Lejárraga (que firmaba con el nombre de su marido) no eran ni mejores ni peores que sus pares masculinos.

Desde la UR, se cita el caso paradigmático de Gertrudis Gómez de Avellaneda. «Fue poeta, novelista y autora de teatro; merecía sin duda entrar en la RAE pero los varones de esta institución conspiraron secretamente para que no fuera así. Más adelante, sucede algo parecido con Emilia Pardo Bazán. Y, si la República ofrecía un horizonte más halagüeño, el franquismo ya se ocupó de que no fuera así: las mujeres debían estar en casa, cuidar al esposo y a los hijos. Las escritoras que merecían la pena tuvieron que silenciarse o exiliarse. Con este panorama, aspirar al Nobel era imposible».

En 1966, Nelly Sach compartió el premio con el escritor judío Shmuel Yosef Agnón, en otra pauta que se repite históricamente: cuando las mujeres son galardonadas, a menudo tienen que compartir honores y emolumentos con otras personas.

El auge de los años 90
Tras una larga sequía, los años 90 supusieron un punto de inflexión para las escritoras, entonces fueron distinguidas Nadine Gordimer, Toni Morrison y Wislawa Szymborska. La Academia Sueca por primera vez le daba el Nobel a una sudafricana y luego a una afroamericana y se mostraba más sensible con la discriminación racial y el género.

Iribarren cree que, a finales del siglo XX, el Nobel se estaba poniendo en entredicho y tiene que hacer este giro para legitimarse, empujado por la tercera ola feminista. Añade la dimensión económica, porque al premio tiene mucho impacto en el mercado editorial y explica que, en la época postcanónica, los grandes autores como Cervantes, Shakespeare o Dostoyevski se reafirman, firmas de segunda fila se eclipsan y «las autorías femeninas, tradicionalmente subalternas, son catapultadas a una mayor sensibilidad y visibilidad».

En opinión de la experta riojana, con las feministas de la tercera ola nació el concepto de interseccionalidad: «Las mujeres experimentaban capas de opresión causadas por su género, raza y clase. Autoras como Toni Morrison, ganadora del Nobel, o Alice Walker, fueron cruciales para dar visibilidad a estos asuntos, al machismo y racismo existentes dentro de la sociedad negra, y también al colectivo afroamericano de gays y lesbianas».

Terrazas matiza que «la dominación interseccional occidental ha ido evolucionando lentamente a una mayor diversidad e inclusividad. En las últimas tres décadas, la era de la globalización, observamos que a pesar la inclusión cada vez mayor de autores del sur global, son los intermediarios culturales occidentales (editoriales y agentes literarios) los que capitalizan los beneficios económicos y simbólicos del Nobel».

Feminismo de moda
Como exponente de este cambio, la profesora catalana cita a Chimamanda Ngozi Adichie, «una mujer nigeriana feminista que va vestida de forma étnica, en la mayoría de ocasiones, y está en la cartera del agente literario más importante del mundo, Andrew Wylie». A su juicio, ahora la consigna es «ponga en su catálogo editorial o en su premio una mujer racializada de un país del tercer mundo, porque esto es lo que más se va a vender». Apunta que su famoso ensayo Todos deberíamos ser feministas se regalaba en los institutos suecos a los adolescentes y el título fue impreso en una camiseta blanca de Dior.

Entre las mujeres de letras distinguidas con el Nobel, predominan las que se expresan en inglés (6), las estadounidenses (3) y también hay tres autoras que escriben en alemán y dos polacas, pero llama la atención la falta de escritoras en lenguas tan extendidas como el árabe o el chino y la ausencia total de idiomas minoritarios.

Desde la UOC, Iribarren cree que una digna candidata hubiera sido la egipcia Nawal El Saadawi o la catalana Mercè Rodoreda que, según datos del Institut Ramón Llull, es la autora española más traducida al chino.

La quiniela de los Nobel
Ambas profesoras universitarias destacan como merecedoras indiscutibles del Nobel a Virginia Woolf por el «impacto extraordinario de su obra» y Simone de Beauvoir, cuyo ensayo feminista El segundo sexo sigue vigente en la actualidad. Terrazas añade a las poetas Elisabeth Bishop, exiliada en Brasil y que dio visibilidad al colectivo gay y Anna Ajmátova, que desafió el régimen de Stalin. Además de la italiana Natalia Ginzburg, la venezolana Clotilde Crespo de Arvelo o la cubana Laura Mestre.

De cara a la quiniela de la actualidad, Iribarren menciona a Irene Solà, un gran éxito de ventas, que «se ha traducido a muchísimas lenguas y en Suecia está teniendo una recepción muy buena. Cuando apareció la traducción al sueco de Canto yo y la montaña baila [escrito inicialmente en catalán], se le dedicó todo un reportaje dominical».

Analiza que se trata de una estrategia del Institut Ramon Llull de «promover mucho a una autora que ha conectado con la sensibilidad europea, ecofeminista, y que está haciendo mucha campaña en Suecia, por razones obvias».

En la lista de candidatas de Terrazas, aparecen los nombres de Margaret Atwood, Joyce Carol Oates y Anne Carson (premiadas las tres con el Princesa de Asturias), pero también otras grandes escritoras como Isabel Allende, Maryse Condé, Garielle Lutz, Edwidge Danticat o la citada Ngozi.

Como especialista en literatura irlandesa, considera que deberían haber recibido el Nobel la poeta Eavan Boland y la novelista Edna O’Brien por «romper el silencio sobre cuestiones sexuales y sociales durante un período represivo en Irlanda después de la Segunda Guerra Mundial». Entre las escritoras irlandesas vivas, ve como potenciales ganadoras a Anne Enright, Emma Donoghue y Anna Burns. La incógnita se desvelará este jueves en la Academia Sueca.

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