10 de mayo del 2022.- Los tulipanes florecen en Bucha. La primavera se ha abierto paso tras un invierno frío marcado por la muerte y el terror. Los rayos de sol, a última hora de la tarde, se posan sobre la avenida Yablonska, rebautizada por los lugareños como la «avenida del horror» tras la retirada del ejército ruso el pasado 1 de abril.
El verde luce su mejor tono y vence a la tierra quemada que aún no desaparece de esta pequeña localidad en el noroeste de Kiev. Las flores son cómplices de un silencio aún contenido de unas calles que han sido testigo de las ejecuciones, torturas y asesinatos que investiga un equipo de la Corte Penal Internacional.
María y Valentina están sentadas en un pequeño banco al sol. Saludan con una sonrisa que invita a cualquiera a acercarse. Al vernos dirigen sus manos hacia el cielo y dan las gracias por estar a salvo. Son supervivientes. «El 9 de mayo siempre ha sido una gran fiesta familiar, mi padre era soldado del Ejército Rojo y luchó contra los nazis», explica María, que nació en 1945. «Este 9 de mayo mi mayor miedo ha sido que volvieran los rusos», añade. Ha pasado la noche sin dormir y jamás volverá a celebrar este día. “Lo que nos hicieron no se puede olvidar”, dice.
Parece que lleva coloretes en las mejillas, pero nos explica que se trata una de las secuelas por el frío que pasaron durante la ocupación. «Nos quedamos sin luz, sin agua y sin gas. Pasamos mucho frío en los sótanos y nos quedamos sin comida», aclara. Sus tres hijas y sus nietos huyeron a Leópolis y de ahí cruzaron la frontera polaca y ahora están en España, concretamente en Granada. Esta avenida del horror fue de las primeras en ser ocupadas porque se sitúa en la entrada de la Bucha. De hecho, es más bien un suburbio de la localidad y sus habitantes no pertenecen a la clase media mayoritaria aquí.
Las fuerzas de Vladímir Putin llegaron a esta ciudad el 27 de febrero y hasta el 31 de marzo no se retiraron. Según indican expertos militares, el objetivo de Rusia era tomar las inmediaciones de Kiev primero para luego tomar la capital ucraniana. Sin embargo, en las últimas semanas, las fuerzas rusas se han replegado para concentrar sus acciones en la zona oriental del país, en región del Donbás.
Valentina nos abre las puertas de su casa y se dirige al patio. Tiene un huerto del que presume. Muchas plantas y flores. «Tengo mi laboratorio de plantas», dice orgullosa. Ella tiene 69 años, había sido enfermera y trabajaba en un orfanato; cuando comenzó la ocupación vivía con su hijo. «Le podrían haber disparado como han hecho con muchos hombres de esta calle», dice aliviada. Le escondió en el sótano y no le dejaba salir a ningún lado. «Yo estuve 10 días aquí abajo y él no podía salir, solo para hacer sus necesidades deprisa y corriendo», dice mientras baja las escaleras del sótano. El Ejército de Moscú había ocupado la casa de enfrente y, asegura, «lanzaban misiles todo el rato».
Ahora intentan volver a la normalidad. Ellas ya no se separan. Pasan los días en el huerto. «Queremos olvidar», dice desesperada mientras derrama lágrimas. Al rato, reconoce que lo que necesitan es más ayuda psicológica que militar. Antes de la guerra podía quedarse todo el día en casa, pero ahora necesita hablar con sus vecinos. «Necesito compartir mis sentimientos para no volverme loca», zanja.
«Necesito que mi familia vuelva»
Ambas coinciden en que Bucha jamás volverá a ser la de antes. «Necesito que mi familia vuelva, les extraño mucho y solo quiero que regresen», dice María cerrando los puños con gesto de rabia. La otra calle que ha sido escenario de la invasión es la que llaman «la de los tanques». Allí Constantino se dedica con mucha paciencia a recoger trozos de hierro. Él estaba trabajando en la fabricación del avión más grande del mundo, que fue también sufrió bombardeos en Bucha. Le encontramos en la casa de una vecina que se ha quedado destrozada. «Tenía un hijo con discapacidad y les ayudé a salir porque se quedaron atrapados en el sótano», nos dice.
Según datos oficiales, durante los 33 días de ocupación, más de 1.300 infraestructuras fueron destruidas. «Un mes de ocupación de Rusia nos ha hecho retroceder décadas. Tenemos que reconstruir todo y no puedo decir con precisión cuándo podríamos volver a nuestro nivel anterior a la guerra», nos explica Anatoliy Feduruk, alcalde de la ciudad. Recuerda que era una localidad tranquila, en la que no había instalaciones militares ni nada relacionado con las Fuerzas Armadas. «Desde el punto de vista de la estrategia militar no había necesidad de invadir y destruir la ciudad”, dice. «Hasta ahora calculan que hay más de 460 personas que han sido asesinadas».
Han exhumado la gran fosa común que tuvieron que cavar los primeros días. Sin embargo, aún siguen recibiendo cuerpos sin vida, sobre todo de los bosques cercanos. Victoria Liakhovest, responsable de prensa del ayuntamiento, nos explica que es difícil acceder a los bosques que rodean la ciudad porque aún están sembrados de minas y explosivos. «Por ello nos hemos encontrado con muchos cuerpos devorados por animales», dice. Además, ahora se están encontrando con muchos cadáveres de civiles bombardeados en sus propios vehículos mientras intentaban huir de la ciudad. Un mes después siguen identificando cuerpos sin vida. Calculan que casi 70 aún están sin poder ser identificados debido a las condiciones en las que encuentran.
Nos muestra fotos de los pasaportes de dos soldados rusos que han encontrado entre cadáveres que yacían en la fosa común. «Los hemos entregado a las fuerzas armadas ucranianas».
Investigan un posible crimen de guerra en la localidad
En el proceso de investigación de esta matanza como un posible crimen de guerra, las autoridades locales cuentan con el apoyo de un equipo de expertos internacionales procedentes de España, Francia, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia. Esto es muy importante, para que «nadie tenga dudas sobre nuestra posición imparcial», dice el alcalde.
La Oficina del Presidente, la Oficina del Fiscal General y expertos internacionales están tratando de identificar todos cuerpos con pruebas de ADN y el testimonio de testigos oculares. «Algunos de ellos serán enterrados de forma anónima», nos cuenta Mykhalyna Skoryk, responsable de la identificación de las víctimas en la puerta de la morgue.
Skoryk señala a Olga como víctima, cuyo padre falleció el mismo 24 de febrero y acaba de ser identificado. Olga no quiere hablar, se limita a mostrarnos una fotografía en su teléfono móvil. «Hemos encontrado su coche hace unos días. El hombre estaba dentro y todo el cuerpo estaba tan carbonizado», asegura la responsable de la morgue. Aún no han podido hacerle la prueba de ADN, pero su hija lo ha identificado con sus objetos personales que no se quemaron como el reloj.
Recuerda que la capacidad de esta morgue es de 7 pruebas de ADN al mes y que ahora tienen más de un millar esperando a ser identificados. No solo son los cuerpos de Bucha, también son los de todos los pueblos de su alrededor. «Es un trabajo que no se acaba y es muy duro», dice Skoryk.
Cae el sol y Elisa aprovecha para dar su último paseo del día. Hoy ha elegido visitar un desguace de coches quemados y tanques destruidos. Se detiene en los tanques rusos. «Quiero ver con qué nos han bombardeado», dice. A la pregunta de si aún tiene miedo, responde con desánimo, «mi madre vive en Jarson, territorio ocupado por Moscú, sé que está viva, pero no sé cuándo podré verla», dice. En Bucha la vida aún se resiste a volver. El escenario de la destrucción aún queda para recordar las huellas del horror.