Columna Política «La feria», Sr. López (18-VIII-2021).- Tío Mario, de los de Toluca, tenía muy vivo el genio y por cualquier cosa montaba en cólera. Ya siendo fiambre el tío, este menda preguntó a su feliz viuda cómo había hecho para sobrellevarlo y muy serena respondió: -A él nomás le gustaba que a todo le dijera que sí, entonces a todo le dije siempre que sí pero luego hacía lo que me daba la gana –tan fácil.
Por lo que a usted no le importa y por cosas de la vida, este menda tuvo trato con varios presidentes de la república (tres, pero “varios” suena mejor). Todos impresionaron mucho a su texto servidor y aunque a uno no lo respetaba por sus ideas y su verborrea, también lo impactaba porque ser Presidente de México no es poca cosa: titular unipersonal de un Poder de la Unión, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, a su paso desaparecen los mandos locales. Casi se siente físicamente tal concentración de poder.
Solo con uno de ellos el trato fue relativamente frecuente, desde años antes que fuera Presidente y durante todo su periodo. El del teclado estaba cerca de él no por méritos sino por un compadrazgo fortuito con un sobrino suyo, cuando nadie imaginaba que su tío iba a llegar a Los Pinos.
Ése, ya siendo Presidente, comentó que para mandar seguía las enseñanzas de ‘El principito’ mejor que las del ‘Príncipe’, refiriéndose, en el primer caso, a la obra de Antoine de Saint-Exupéry y en el segundo, a la de Nicolás Maquiavelo. Al tecladista le pareció una tontería.
Pero pasan los años y si uno no es un malvado de nacimiento ni tiene engrudo entre las neuronas, mejora como persona y razona poquito mejor (o menos mal); será por eso que ahora parece tenía razón el Presidente:
En ‘El principito’ se cuenta de un Monarca absoluto, un Monarca universal que era obedecido por todos y por las estrellas también, que no toleraba ninguna indisciplina. El Principito al saberlo le pidió una puesta de Sol al Monarca y el Monarca absoluto y universal, le concedió el deseo, pero para que el Sol le obedeciera y se ocultara, daría la orden en cuanto pasaran las siete de la noche. El Monarca mandaba lo posible.
Antes de eso, habla el Principito de un Rey solito quien decía que, si ordenaba al pueblo tirarse al mar, el pueblo haría la revolución. El rey solito decía que su derecho a exigir obediencia venía de dar siempre órdenes razonables.
Este tecladista tiene memoria clara de los presidentes de México desde López Mateos; va en once, pocos no son. Algunos le cayeron mal; otros, regular; de entre ellos admiró a más de uno y a otro detestó a lo tarugo (Díaz Ordaz, que ahora ve como un gran Presidente, será la edad que se acumula en los lomos), pero ninguno le pareció mala persona, ni difícil de respetar, por más que algunas de sus decisiones fueran de jalarse los pelos.
Nuestro actual Presidente no ha de ser mala persona, pero hace cosas como para pensarlo. Parece cruel dado su empecinamiento en gobernar sin poner atención en las consecuencias de sus decisiones. Sí es difícil de respetar, dada su compulsión por hablar, hablar, hablar interminablemente, hablar, inagotablemente hablar. No hay personaje en la historia universal que haya hablado más, ni Jesucristo habló tanto; y así, cualquiera mete la pata. Se puede ser lenguaraz si es uno contertulio de cafetín, pero siendo Presidente, Presidente de México, aunque dé la hora, es noticia.
El Presidente intenta con impúdica falacia, aparentar desapego al poder cuando es su más destacada querencia: adora de tiempo completo haber llegado a donde llegó y de alguna manera tiene razón, uno de entre casi 130 millones de tenochcas consigue esa posición cada seis años.
Si un Presidente de México afirma que le es indiferente el cargo, es un mentiroso. Pero todos o casi todos -hemos de decir ahora-, asumen junto con el gustazo de llegar a presidentes, la enorme responsabilidad moral que adquieren y créame, solo a los genéticamente frívolos, a los que enloquecen o son sociópatas de clóset, no los come por dentro la inmensidad de su compromiso. No les pesa ni piensan cómo quedarán en la historia, sino en el bien que dejaron de hacer, el mal que causaron aun sin quererlo y también los devora el dolor por las traiciones, las deslealtades y en particular, la vileza de los malos colaboradores que no tuvieron el valor de discrepar con ellos.
Nuestro Presidente anda de malas, se nota. Si abrigó la esperanza de prolongar su mandato es cosa que saben Dios y él, pero sí parece que tenía certeza de que como Presidente sería omnipotente. No, no es a menos que ordene que el Sol salga al amanecer. Por más que alguien lo admire y quiera, debe aceptar sin remilgos que llegó al poder máximo sin estar preparado para gobernar. Se creía incontestablemente poderoso, de ello tanto tropiezo, por eso su constante abrir frentes y que la discordia sea su divisa.
Como de política nivel agitación social sabe todo, ahora sabe que su poder se le está diluyendo: en 2018 ganó con el 53.19% de votos, en 2021 con el 19.4%, y esa disminución de preferencia electoral le duele en el alma, sin necesidad de rascar en la herida tan afrentosa para él del 7% de votos de la consulta para no -NO- juzgar expresidentes que él supuso sería una prueba suprema de su capacidad de convocatoria de las masas. Y aparte, la derrota que no asimila: en su bastión fue vencido, es la primera vez que la izquierda pierde casi la mitad de la capital del país.
A eso atribuye que lo resistan la Suprema Corte, el Tribunal Electoral federal, el INE, que los partidos opositores le estén perdiendo el miedo y que en Morena su partido propio de él, ya se oiga el afilar de navajas. Y acepta el reto imaginario y por eso ahora, sin recato, va sobre el Poder Judicial y el Tribunal Electoral.
Su instinto le dice que hay una esperanza: ratificar su mandato tergiversando la consulta de revocación. Y desde el Cielo se oye a José Alfredo: … siempre caigo en los mismos errores/ otra vez a brindar con extraños/ y a llorar por los mismos dolores.