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País en reconstrucción (Columna Política «La Feria»)

Columna Política «La Feria», Sr. López (10-VII-2021).- Tía Lola era del lado materno toluqueño; enviudó joven sin hijos y la pretendió años un amigo de la familia. Nunca se casó con él y lo trataba bajo los más estrictos estándares de respetabilidad católica de la primera mitad del siglo pasado. Alguna vez este imprudente menda le preguntó por qué no le hizo caso y explicó negando con la cabeza que cuando ella estaba a punto de dar su brazo a torcer (usted interprete), el señor ese le confesó que lo que él quería era demostrarle que era mucho mejor hombre que quien fue su marido y dijo tía Lola: -Ya parece que me iba yo a casar con un tonto que quería competir con un muerto –tenía razón.

Lea por favor los siguientes nombres: Miguel Barragán Ortiz, José Justo Corro, Francisco Javier Echeverría, Valentín Canalizo Bocadillo, Manuel de la Peña, Manuel González Flores. ¿Qué tienen en común?… piénsele, no hay prisa… ¿no?… ¿se da?… bueno, todos fueron presidentes de México en el siglo XIX.

Dirá usted que ni quien se acuerde de políticos de hace dos siglos… bueno, lea estos otros: Pedro Lascuráin Paredes, Francisco Carvajal, Roque González Garza, Francisco Lagos Cházaro. También fueron presidentes de México, en el siglo XX.

¿Y?, estará pensando, sí ¿y?… no, nada, solo que llegar a Presidente de México no es garantía de satisfacer a plenitud el ego ‘post mortem’ de nadie.

El del teclado escogió a algunos poco conocidos, así que ahora le menciono otros muy afamados: Benito Juárez, Porfirio Díaz, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox.

Todos ellos hicieron cosas que marcaron o influyeron en el destino nacional y a todos se los tragó la realidad, la vida, el país, lo que usted quiera. Unos asesinados, otros desterrados; unos con regular prestigio, otros despreciados y hasta arrumbados en el olvido; por supuesto también, todos en el justo lugar que asigna el paso del tiempo, eso que llaman historia. ¿Y los héroes?… ¡ah, los héroes!, eso es propaganda en bronce y mármol que hacen los ganadores o los que los usan para sus intereses (Porfirio Díaz, detestando a Juárez, le hizo su Hemiciclo, vivo que era).

Tienen otra cosa en común esos señores: su proyecto político no era personal, su motivación no fue asegurarse un lugar en la historia nacional. Al menos no consta tal trivialidad en ningún escrito o archivo. Ninguno de ellos dedicó sus esfuerzos en la cosa pública para nutrir su vanidad, para probar que eran los más listos, para humillar a sus adversarios, ni para tomar revancha.

Por supuesto en México y el mundo ha habido sabandijas que padecen la pequeñez de personalidad que lleva a ejercer la política como tributo a Narciso. Un caso paradigmático es Adolf Hitler, empeñado en quedar en la historia del que ni era su país (era austriaco, se nacionalizó alemán en febrero de 1932, a los 43 años de edad), por lo que buscó el poder y lo ejerció ebrio de megalomanía, dominado por su ansia de grandeza personal y su empeño en marcar la historia mil años, que es lo que pretendía durara su “Dritte Reich” (Tercer “Reich”, Tercer Imperio), que él consideraba sucesor del Sacro Imperio Romano medieval (962-1806) y del Imperio Germánico moderno (1871-1918)… bueno, cuando menos pensaba en grande, pero la realidad fue poquito diferente y solo duró solo 13 años 8 meses y 22 días. Y sí consiguió quedar en grandes letras de la historia… de la maldad sin límites, vergüenza de nuestra especie.

Ningún grande de la humanidad ha desperdiciado sus empeños ni su tiempo en la tontada de construir su propio pedestal. Ni lo piensan. Actúan respondiendo a sus responsabilidades y la fuerza de sus convicciones sin que eso signifique que no hayan tenido pifias, ni que fueran angelitos ajenos al disfrute del poder y la popularidad, pero no era eso la motivación principal de sus proyectos y esfuerzos, piense en Atatürk, Churchill, Roosevelt… 

Ya desde el 6 de enero de 2018 se puso en guardia su texto servidor: en campaña desde Tezonapa, Veracruz, Andrés Manuel López Obrador, en mitin con cañeros y gente de la sección 22 de la CNTE, clamó: “Quiero ser uno de los mejores presidentes de México”… mmm… no se imagina uno a Hidalgo diciendo la noche del grito de Dolores: “Quiero ser uno de los mejores insurgentes”.

Luego, el 18 de febrero de 2018, en su registro como candidato de Morena a la presidencia, insistió: “(…) quiero ser recordado como un buen presidente”; ¡áchis!, apenas candidato y ya pensando en eso; y también dijo: “(…) actuaré como Presidente de la república con necedad, con perseverancia, rayando con la locura, de manera obcecada (…). ¡Fíu!, a confesión de parte.

Pensará usted que este tecladista le tiene mala fe al señor. No. Se lo juro. No es eso. Es tener oídos y oír. Mire si no: el 14 de mayo de este año, en su tercer año en el cargo, ya se jactaba de ser el Presidente mejor calificado del mundo (rebasó su expectativa de serlo de México, va bien), según una encuesta de una empresa privada de los EUA y antier, 7 de julio, volvió a presumirlo: es el Presidente mejor calificado del mundo.

Si no fuera rudeza, se atrevería uno a decir que ya va siendo hora de que el mejor Presidente ya casi a la mitad de su periodo, nos presentara algún resultado en seguridad pública: se le está desordenando el país entero. O si eso está muy difícil, que comprara aspirinas, por ejemplo.

Tenemos un Presidente obsesionado en ser mejor que los anteriores porque su proyecto, su programa, es conseguir ser prócer. Ante eso, todo es secundario y lo que marcha mal lo resuelve hablando, porque, eso sí, ha hablado más que todos juntos desde Guadalupe Victoria.

¿Y luego?… bueno otro a la lista, con la diferencia de que este quiso hacer todo desde cero, por eso su transformación quedó en demolición, destrucción. Y así quedará en la historia como el Presidente de la reconstrucción nacional, porque nos dejará el país en reconstrucción.

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