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Recuento de daños (Columna Política «La Feria», Sr. LOPEZ).-

Columna Política «La feria», Sr. LOPEZ (29-IV-2021).- Hay muchas maneras de clasificar y catalogar políticos. En este país y por razones que es innecesario mencionar, se habla de políticos populistas y políticos de los otros, de izquierda, derecha, centro, liberales, democráticos… políticos profesionales, políticos políticos, pues.

Los profesionales de la política, saben que las diferencias de ideas y opiniones son inevitables y deseables: si todos los partidos tuvieran los mismos principios o si todos los candidatos en campaña pensaran igual y ofrecieran lo mismo, sería el fin del sentido de la competencia política, los electores podrían simplemente no acudir a las urnas: el que sea que quedara en el poder, haría lo mismo que cualquier otro. No es así.

Para calibrar los males que propicia el pensamiento único, basta recordar la miseria que por siglos se instauró en Europa en la Edad Media: todos de acuerdo en lo mismo (el poder viene de Dios), todos aceptando que el comercio era inmoral y que nada era de nadie, todo era del Rey o su similar.

Todos los políticos aceptan que hay distintos ideales, proyectos y propuestas de método para conseguir los objetivos, pero los populistas se distinguen por dos diferencias: el trato que otorgan a quienes no piensan como ellos, a sus opositores; y su planteamiento negativo de acción.

El populista pretende eliminar o al menos neutralizar a sus opositores políticos y los medios de información no afines a él y si no puede desaparecerlos, sí marginarlos, ningunearlos, acallarlos, anularlos del panorama político o informativo de su país. Y respecto de su planteamiento de acción, su proposición es negativa, niega las limitaciones que impone la ley y se define cotidianamente por aquello y aquellos a que se opone, no por lo que hace, no por logros.

Por su lado, los políticos políticos, entienden sin reservas que se debe respetar a los opositores, y asumen como parte importante de la vida de su nación que se propicie un ambiente de libertad para poder expresar cada quien sus ideas y realizar sus proyectos con un solo margen general: la ley. Los políticos verdaderos, los profesionales de la política, no ofrecen la descalificación como justificación de sus pretensiones, su proposición es positiva, plantean curso de acción, no caminos a la revancha.

Un afamado populista, Fito Hitler, justificó todos los horrores que cometió, presentando al pueblo alemán un enemigo que explicaba todos los descalabros de su nación: los judíos; y conseguido tal despropósito, presentó a la democracia como un estorbo a la restauración de la gloria nacional. Su Congreso se plegó a todo. Legisló como él ordenó. Sobrevino la hecatombe y Alemania, derrotada, humillada y deshonrada, manchó su historia con una de las más vergonzosas páginas de la vileza humana. Hay otros ejemplos entre los que sin mucho forzar las cosas, está la lucha de clases, acceder al poder para destruir a otros, interpretando a Marx a conveniencia.

No es populista el que critica el estado de los asuntos nacionales, el que señala los errores de los gobernantes. Eso es común a todos los políticos que compiten por hacerse del control de gobierno, por la representación del Estado.

Sí es populista el que aparte de enjuiciar y reprobar el estado de cosas de su momento histórico, no acepta la pluralidad política, plantea que quien no está de su lado, está contra él y por ello exige a sus seguidores, lealtad acrítica, ciega, y a sus opositores, sumisión. El populista se asume como único representante legítimo de las aspiraciones de la población, planteando por tanto, que su exclusividad de representación del pueblo es necesariamente “moral” y lo que se le oponga es inmoral y contra el “pueblo”, inscribiendo en esa papeleta a los otros poderes y a los órganos de vigilancia del ejercicio del gobierno, cómplices indudables de las élites corruptas.

Así, los populistas consideran equivocado respetar a sus opositores, devenidos en élites corruptas y no aceptan los límites de la ley en la lucha por el poder ni al gobernar. El populista cuando triunfa en los comicios no asimila el porcentaje que lo llevó al poder ni revisa el que no estuvo de lado, no, los que no sufragaron por él pertenecen a la élite corrupta, los que sí, son buenos, son “pueblo”. El populista siempre considera absoluto su triunfo electoral, él tiene toda la representación, él es el pueblo y la gente es “su pueblo”.

De esta manera, resulta que el gobernante populista, fomenta la polarización, se aferra a la definición sin matices de amigos y enemigos, requiere del conflicto que prueba la existencia de las élites enemigas, descarta cualquier crítica o diferencia de criterio, atribuyéndolas a quienes no siendo pueblo son sus enemigos que pasan a ser sus propios enemigos por ser él su único representante legítimo.

Hay populistas de todos colores. Los hay de derecha recalcitrante y de izquierda inflexible. Los hay honestos y ladrones. Pero todos a lo largo de la historia han llevado al fracaso sus proyectos y a la ruina sus naciones. Dueños de la verdad, sin aceptar las restricciones de la ley, despreciando a los que no los alaban, degradan la política y hechos con el poder, lo ejercen sin límites. De esto, el populismo es necesariamente excluyente y por más que lo disimule, es enemigo de la democracia entendida como convivencia entre diferentes, libres, iguales en derechos, sujetos todos a la ley.

La amarga diatriba de ayer pronunciada por nuestro Presidente en contra del INE y del tribunal electoral, que aplicaron la dura ley contra dos candidatos de Morena a gobernadores, prueba dos cosas: cuál es su naturaleza basal: es un populista; y que ha descubierto con ira, que es impotente ante el aparato jurídico nacional.

Lo que sigue son maniobras impúdicas para imponer su capricho… y la ruina política de su gobierno, su partido y él. Una palabra describe completa su biografía política y su lucha por el poder que finalmente consiguió: desperdicio. Y la historia de su sexenio será un recuento de daños.

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