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El poder de las mujeres yace en su fuerza y determinación: la historia de Flor Rivera

08 Marzo 2021 Mujer

A la madre rural de Puntarenas, Costa Rica, la pandemia le puso una piedra gigante en el camino para cumplir su sueño de ser emprendedora junto a su Cooperativa Brujas del Mar, y para ganar no sólo su independencia económica si no para darle un sustento básico a sus hijos. Pero en su caso, el virus se trató sólo de un obstáculo más en una vida difícil, al ser mujer y haber crecido en la pobreza.

Flor Rivera es la gerente de Coope Brujas del Mar en Costa Rica, y es apoyada por el Programa Conjunto de las Naciones Unidas

A comienzos de la pandemia, la ONU y sus agencias advirtieron una y otra vez sobre la amenaza que las consecuencias económicas del COVID-19 significaba para las mujeres y los niños, como el cierre de las escuelas los perjudicaría psicológicamente, y cómo la falta de trabajo para las mujeres que ya de por sí sufrían de vulnerabilidades las empujaría aún más a la pobreza, el hambre y la desesperación.

Flor Rivera, una mujer rural de la provincia de Puntarenas en Costa Rica, no necesita de informes, ni discursos, ni mucho menos de estadísticas para saber que las advertencias eran una realidad, porque ella lo ha vivido todo.

A Flor la pandemia le puso una piedra gigante en el camino para cumplir su sueño de ser emprendedora, y para ganar no sólo su independencia económica si no para darle un sustento básico a sus hijos. Pero en su caso, el virus se trata sólo de un obstáculo más en una vida difícil, al ser mujer y haber crecido en la pobreza.

Originaria del campo de Nicaragua y madre de tres, Flor trabajó desde muy joven para apoyar a su familia, y como aún les sucede a millones de mujeres rurales más en el mundo, no pudo completar sus estudios.

“Llegué a cuarto año de colegio y no seguí estudiando por faltas económicas. Mi papá había dejado a mi mamá y ella se había quedado con ocho hijas y lo que le enviaba era solo para la comida, y no seguí estudiando”, cuenta.

Unsplash/Elle HughesPelar camarón de manera artesanal era una actividad realizada exclusivamente por mujeres en Puntarenas, Costa Rica.

Las “camaroneras” de Costa Rica

Flor migró a Costa Rica hace más de dos décadas siguiendo a su padre . Su oficio fue por muchos años pelar y despescuezar camarones para cualquier pescadería de Puntarenas que necesitara sus servicios. Un trabajo para nada fácil, además de mal pago, en el que tuvo que sufrir discriminación y explotación laboral.

“El camarón trae un ácido que lo suelta a medida que usted va trabajando, entonces si estas descabezando, la cabeza trae como una sierrita y hay mujeres que se rompen todos los dedos, les quedan en carne viva como si se hubieran cortado con una Gillete”.

Pero el ardor en las manos no era lo que más dolía de ser “camaronera”, cuenta Flor.

“Una vida muy difícil, en medio de maltratos muchas veces en las pescaderías. Ellos maltratan a las mujeres, y el trabajo que uno hace. Si uno se cae o se enferma, no hay como recurrir a una clínica, no hay nada de eso. Era una vida muy difícil, pero a la vez era el medio que uno utilizaba para traer el alimento a su casa, y para sacar a sus hijos adelante”.

La madre asegura que para trabajar la llamaban un día antes, y tenía que llegar muy temprano, porque si no alguien más le quitaba su puesto en medio de pleitos. En esa época se levantaba antes del amanecer para dejarles a sus hijos la comida hecha, y organizar quien los cuidaría y recibiría de la escuela mientras ella iba a trabajar.

 “Muchas veces uno se quería venir temprano porque tenía que recoger a sus hijos en la escuela, pero el dueño de la pescadería te decía: si te vas, mañana no vengas a trabajar. “No salen hasta que terminen así sean 8 o 9 de la noche ustedes me dejan ese camarón porque yo lo necesito”, decían, y era obligado, porque si no, usted sabía que la castigaban una semana o varios días y no te llamaban. Por la necesidad uno decidía quedarse, muchas veces pensando en que sus hijos estaban solos y que llegaba la tarde noche y que uno todavía no podía irse, son situaciones muy difíciles”.

Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, las mujeres dedican en promedio tres horas más que los hombres a realizar labores de cuidado no remuneradas y trabajos domésticos en todo el mundo. Pero en el caso de Flor no se trata de horas, sino de la vida entera. A ella le ha tocado sola, mientras el padre de sus hijos trabaja fuera de Puntarenas.

“Él nunca ha estado en casa, siempre se iba a trabajar largo a San Jose, a Liberia, a cualquier parte del país que hubiera trabajo y siempre permanecía yo sola. Lo que el ganaba al ser peón de construcción apenas alcanzaba para pagar la luz y el agua y algo de víveres. Entonces yo siempre he estado sola, y sigo sola”.

Y es que la distribución de las responsabilidades de cuidados es sumamente desequilibrada, y recae principalmente en los hogares y de manera no remunerada, en las mujeres. Según ONU Mujeres, a pesar de su importancia, este trabajo sigue siendo invisibilizado, subestimado y desatendido en el diseño de políticas económicas y sociales en América Latina y el Caribe.

“Muchas veces deje a mi hija mayor con mi hija de añito y medio, que viniendo de la escuela la persona que me cuidaba la bebé se la pasaba para que ella la cuidara el resto de la tarde para yo no pagar todo el día de cuido, porque no iba a ganar los suficiente para pagar a la persona que me cuidara la bebe y que me quedara para sobrevivir”.

Unsplash/Mauricio LeonPuntarenas, Costa Rica, ha sido una de las provincias más afectadas por las consecuencias que dependen por turismo.

Sin trabajo

La participación desproporcionada de las mujeres en la economía informal hace que gocen de menores protecciones legales en materia de despidos, licencias remuneradas por enfermedad y otros derechos laborales en caso de pérdida del empleo.

Flor lo vivió en carne propia cuando las licencias de los barcos camaroneros de Puntarenas expiraron y no fueron renovadas por las autoridades como parte de un proyecto del Estado para prohibir la llamada “pesca de arrastre”, que como su nombre lo indica consiste fundamentalmente en el empleo de una red lastrada que barre el fondo del mar, capturando todo lo que encuentra a su paso. La técnica, según expertos, trae consecuencias graves sobre los ecosistemas marinos, incluidos los arrecifes, y no es sostenible.

Cuando las licencias se acabaron, el Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura (INCOPESCA) le sugirió a las peladoras de camarones, ahora desempleadas, que se organizaran como asociaciones para ser representadas y luchar por sus derechos.

“Se le estaba brindando apoyo a los pescadores que ya no iban a hacer el trabajo, a los marineros, a los cocineros de los barcos, tanto en el IMAS (Instituto Mixto de Ayuda Social), como otras instituciones que les brindaban víveres y cosas, y a las peladoras nadie las volteaba a ver porque simplemente no existíamos para ellos”.

Fue entonces cuando la Federación de Pesca Deportiva de Costa Rica FECOP, se acercó a estas mujeres y les propuso que se convirtieran en artesanas de señuelos de pesca.

“Desde que escuché ese proyecto yo dije yo quiero participar porque era una ilusión de fuente de trabajo”.

Pasó casi un año, en el que Flor sobrevivió limpiando casas y trabajando cuando le avisaban de “peladas” de camarón de laguna, o cosechado.  A finales de 2018 finalmente volvieron a reunir a las interesadas, seis mujeres de distintas asociaciones de camaroneras y les avisaron que expertos estadounidenses irían a enseñarles el arte de hacer los señuelos.

Con apenas una semana de curso, Flor y sus compañeras consiguieron un espacio pequeño dentro de una fábrica de hielo para trabajar, y comenzaron a hacer los señuelos con materiales que les habían dejado.

“Señuelos que al final nosotros no sabíamos si estaba bien o estaba mal porque la capacitación fue tan pequeña que no logramos aprender todo lo necesario. FECOP entonces nos dice que hay gente que quiere colaborarnos y comprarnos 300 señuelos. Pintarlos era lo más difícil porque no sabíamos cómo, éramos mujeres que pelábamos camarones, que nunca habíamos agarrado un aerógrafo, nunca habíamos agarrado un compresor, una pistola para pintar, nunca habíamos utilizado resina. Y empezamos a ver cómo era que hacíamos para que esos señuelos quedaran bien”.

La Federación les aconsejó formalizarse legalmente para poder seguir recibiendo apoyo, y fue entonces cuando decidieron crear la cooperativa Brujas del Mar, e invitaron a más compañeras peladoras de camarón.

“Cuando uno va a la playa, si usted va y se sienta y deja que la brisa le toque, uno siente una paz y una tranquilidad y siente que esas olas vienen y van y muchas veces se llevan lo que uno no quiere tener. El mar es algo tan bello que nos hicimos llamar brujas del mar, porque se supone que las sirenas eran las brujas del mar y las sirenas tenían algo mágico, y el mar tiene algo mágico para todas nosotras”.

Después de varios meses de ensayo y error, las mujeres estaban listas para vender sus primeros productos y fueron invitadas a una feria de pesca deportiva a finales de 2019.

“Fuimos a vender, vendimos, no muchos, pero vendimos unos cuatro, y dejamos otros en concesión en una tienda”.

Lo que más les ilusionaba, sin embargo, era la compra de los 300 señuelos que tanto se habían esforzado por hacer.

“Cuando ya íbamos a hacer la entrevista con la persona que nos había solicitado los 300 señuelos y empezar a vender, se vino la pandemia, se vino todo el sueño abajo… momentos muy difíciles. Cuando creíamos que íbamos a empezar a ver algo de dinero para el sustento de nuestras familias. Durante esa fabricación nos turnábamos para que unas fuéramos a trabajar un día y otras otro y ganarnos algo, porque no podíamos dedicarnos a tiempo completo, aún no lo podemos hacer”, cuenta Flor, sollozando con el recuerdo inminente de aquella desilusión.

Brujas del Mar

El golpe de la pandemia

A nivel mundial, 193 millones de mujeres viven con menos de 1,90 dólares al día, una tasa que se espera que aumente drásticamente después de la pandemia de COVID-19. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estimó que en este 2021, por cada 100 hombres de 25 a 34 años que viven en la pobreza extrema habrá 118 mujeres, una diferencia que se espera que aumente aún más para 2030. En total, la pandemia arrastrará a 96 millones de personas a la pobreza extrema este año, de las cuales 47 millones serán mujeres y niñas.

De acuerdo con la agencia, si bien la crisis del COVID-19 ha afectado a todos, las mujeres y las niñas enfrentan riesgos específicos debido a la existencia de desigualdades, normas sociales y desequilibrios de poder fuertemente arraigados en las sociedades.

Puntarenas, ubicada en la costa pacífica de Costa Rica, hasta el momento ha sido una de las provincias más abatidas por la pandemia, especialmente a nivel económico, debido a su alta dependencia del turismo.

Cuando la crisis comenzó, Flor y sus compañeras de Brujas del Mar pensaron en “dejarlo todo”, pero al final se animaron a continuar.

“Decidimos en medio de esa pandemia hacer los trámites de la legalización de la cooperativa. Comenzamos en marzo y pasaron estos meses hasta llegar a agosto que nos constituimos como cooperativa legalmente, y nació oficialmente Coope Brujas del Mar. Desde entonces hemos seguido ahí, siempre con la ilusión de fabricar y vender, de hacer realidad ese sueño que ha sido para ese grupo de mujeres lo que nos mantiene, con la fe y la esperanza de poder llegar un día a obtener un salario digno, un beneficio para el sustento de nuestra familia”.

Según ONU Mujeres, las mujeres prevalecen en muchas de las industrias más golpeadas por el COVID-19, como las de servicios de alimentación, las minoristas y del entretenimiento. Por ejemplo, el 40 % de todas las empleadas (510 millones de mujeres en todo el mundo) trabajan en los sectores más afectados, frente al 36,6 % de los hombres. Además, un 72% de las empleadas domésticas se quedaron sin trabajo.

Para innumerables mujeres en el trabajo informal en países con economías de todos los tamaños, además de perder los ingresos, el COVID-19 les aumentó de manera desmedida la carga de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.

“Al venir la pandemia cerraron las pocas pescaderías que traían camarones de laguna para pelar o descabezar. Por más de tres o cuatro meses no hubo un solo movimiento de ir a ganarse algo entonces para mí fue muy difícil. Empecé a hacer tortas de arroz de leche, las compañeras comenzaron a vender algunas cosas o haciendo rifas, siempre nos reuníamos, aunque sea una vez al mes o cada quince para ver que salía,  a movilizarse a ver qué podíamos hacer”.

Su hijo pequeño fue uno de los mas de 156 millones de niños de América y Latina y el Caribe que se quedaron fuera de la escuela en 2020.

“Mi hijo que tiene 8 años, al no ir a la escuela, al no salir, solo y encerrado llegó a un momento de estrés. Se la pasaba viendo tele, no podía jugar, no podía hacer nada y yo no sabía cómo ayudarle. Fue tanto estrés que se le cayó el cabello, se le hizo un hueco en la mitad de la frente hacia arriba y lo lleve a la clínica y me dijeron que tenía que llevarlo con un psicólogo. Yo no tenía plata para pagarle un psicólogo. Me decían también que le comprara un aceite y no tenía con qué, simplemente había para cubrir las necesidades básicas”.

Flor cuenta que mientras todo esto sucedía la fuerza la encontraban apoyándose entre sus compañeras.

“Si una vendía arroz de leche le compraba a la otra, si la otra vendía algún número se buscaba la manera de ayudarle, y así subsistimos el año pasado, fue una situación demasiado difícil”.

El Programa Conjunto de las Naciones Unidas

Según datos de ONU Mujeres, a pesar de que los gobiernos han respondido a los efectos económicos del COVID-19 introduciendo estímulos fiscales y monetarios, la respuesta ha ignorado en gran medida las necesidades de las mujeres. Tan sólo uno de cada ocho países ha adoptado medidas para protegerlas de los efectos socioeconómicos del virus.

Afortunadamente, Flor recibió ayudas del Estado para sobrevivir en el momento más difícil, y después el Ministerio del Trabajo les otorgó dos meses más de subsidio a ella y a ocho de sus compañeras. Aunque tres de ellas se quedaron por fuera de la ayuda por asuntos burocráticos, el resto, para apoyarse unas a otras, decidieron donar de su parte para que todas recibieran por igual.

“Luego llegó ya diciembre, que fue cuando nos dijeron que había un programa de Naciones Unidas, el Programa Conjunto que estaba iniciando para apoyar a personas que tuvieran proyectos o ideas de trabajo, y llegaron en el mejor momento, o en el peor momento que nosotros ya nos sentíamos ahogar, y entonces participamos”.

Las Brujas del Mar aplicaron al capital semilla y al acompañamiento del Programa Conjunto, del que hacen parte la Organización Internacional del Trabajo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, ONU Mujeres y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Este último, el PNUD, es quien las está acompañando directamente en el terreno.

“Les gustó el proyecto y nos apoyaron y hasta el día de hoy nos ganamos esa beca y es con lo que estamos trabajando y con lo que hoy estamos viendo que se está realizando el sueño de hace más de dos años”.

Brujas del MarEl Programa Conjunto de las Naciones Unidas apoya a Flor Rivera y su cooperativa Brujas del Mar.

“Nos enfocamos en emprendimientos novedosos, diferentes y enfocados al empoderamiento y fortalecimiento empresarial de las mujeres en Puntarenas, y gracias al apoyo de varias instituciones del área, llegamos a donde las Brujas. Es el único lugar donde usted le puede decir a una mujer bruja y se siente halagada”, asegura María José Meza, la especialista del PNUD que dirige el acompañamiento.

El Programa no sólo les da un fondo semilla para apoyarlas, sino que les da herramientas para crear su propio plan de trabajo, y las capacita para cumplir con los requerimientos de negocio ante el Estado, así como les enseña a negociar.

Lo primero que se hizo fue darles un área de trabajo digno, de manera que ellas puedan tener un lugar seguro y cómodo para trabajar y en donde también las puedan acompañar sus hijos.

“Ahora estamos en compra de materiales y asesoría de comercialización del producto que las acompaña una persona en la parte administrativa-financiera y otra persona en la parte de comercialización para que puedan comenzar a expandir el producto y su venta a nivel nacional”, agrega Meza.

La meta, dice la especialista, es vender señuelos, y ya se han puesto un objetivo de producción de más de 500 para este año.

“Algo muy bueno es que ya las llamaron dentro de la misma comunidad para un torneo de pesca que se va a hacer en abril, ya las llamaron y ellas van a comenzar a vender”, explica la experta que las acompaña presencialmente cada dos semanas en Puntarenas para escuchar sus dudas y apoyarlas.

“El apoyo que nos han dado Programa Conjunto ha sido muy grande, demasiado grande, tanto en capacitaciones, como personalmente, y para mis compañeras y para mí ha sido una bendición de Dios haber logrado entrar y ganar esa ayuda que nos han brindado. Aprende uno mucho porque si te dicen tienen que ir a negociar algo, cómo hacerlo, cómo buscar, cual es la mejor opción y todas esas cosas es apoyo que nos han brindado para ir conociendo e ir aprendiendo”, dice Flor.

De acuerdo con el PNUD, sería posible sacar de la pobreza a más de 100 millones de mujeres y niñas si los gobiernos implementaran una estrategia integral orientada a mejorar el acceso a la educación y la planificación familiar, un salario justo y equitativo, y a la ampliación de las transferencias sociales.

Así, la inversión orientada a reducir la desigualdad de género no solo es un dispositivo inteligente y asequible, sino que es además una decisión urgente que los gobiernos pueden adoptar para revertir los efectos de la pandemia en la reducción de la pobreza.

Brujas del Mar

Hacia el futuro

Hoy en día, Flor es la gerente de Coope Brujas del Mar. Ella dice que es “una gerente que no sabe mucho”, pero está claro que su sabiduría, determinación y perseverancia le han creado las oportunidades para sacar adelante su negocio.

En estos dos años, la madre aprendió un oficio artesanal del que antes no sabía nada, y con grandes esfuerzos logró mantener juntas a un grupo de mujeres que ahora tienen una gran esperanza del futuro.

“En estos dos años que han sido tan difíciles hemos aprendido mucho, hoy sabemos muchas cosas que cuando iniciamos no sabíamos sobre lo que eran los señuelos, lo que era todo el diseño, como funcionan, como se hacen, que pesos tienen, entonces tengo mucha fe, tengo una ilusión muy grande”.

Según el Banco Mundial, solo una de cada 3 empresas pertenece a mujeres, aunque la participación femenina en emprendimientos se correlacione de manera positiva con el nivel de ingreso de los países. Además, generalmente las mujeres emprendedoras carecen de capital para iniciar, operar, o ampliar sus negocios, explica la agencia.

Y es que todavía queda mucho trabajo por hacer para empoderar a las mujeres y promover su capacidad empresarial. Pero Flor Rivera, uno de los rostros detrás de tantos titulares sobre las mujeres en 2020, tiene confianza en un futuro mejor para ella y su familia.

Sus sueños no son más que tener una vida y un trabajo digno, y su motivación y fe superarán hasta una pandemia.

“El domingo veníamos de ir a la playa a probar los señuelos a ver como nadaban, si nadaban bien o no, y cuando veníamos de regreso había unas cabañas abiertas donde había piscina y mi hijo me dice: “mami, que bonito es ahí”. Yo le digo: “algún día yo los voy a traer a pasar un día completo en ese lugar”, y él me dice, ¿De verdad mamá?. Algún día yo los voy a traer”.

Reportaje: Laura Quiñones

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