Columna Política «La Feria», Sr. López (13-I-2021).- Tía Magda, de las de Toluca, lado materno, tenía cuerpo de manguera y cara de limón chupado; aparte, mal carácter y fama de taimada. Los niños le sacábamos la vuelta. Su marido, tío Tomás, la quería con el alma y le daba gusto en todo: se cambió a otra recámara, porque tenía razón su esposa, era más cómodo; luego empezó a llevar su ropa a una lavandería, porque de verdad, era mucho trabajo; también aceptó comer en una fonda, pues ya tenía bastante su mujer con la prole; y acabó viviendo en otra casa, que igual no querían más hijos. La mantuvo toda su vida, la acompañaba a las ceremonias familiares y parecía no darse cuenta de su situación. Único.
Si de veras nuestro Presidente es un hombre de una pieza, incapaz de torcer la ley, libre de toda tentación autoritaria, blindado contra los vicios del poder. Si no necesita contrapesos; si ante la majestad de su acrisolada honestidad, sobran la Ley de Adquisiciones y la de Responsabilidades de funcionarios; si su palabra es mejor que un lingote de plata, entonces, sí, que desaparezcan los órganos autónomos, total, fueron creados como una simulación más de los demonios ya expulsados del Paraíso del erario.
Ya veremos qué hacemos cuando este santo laico entregue el poder. Ya nos preocuparemos después si por pura mala pata nos toca un bellaco en el Ejecutivo. Siempre podremos resucitar los órganos autónomos. Tiempo sobra.
Pero, por ahora, es una majadería poner freno a la labor presidencial de transformación patria; sí, es un desatino permitir obstáculos a su misión redentora, una torpeza inexcusable a la vista de la potente aura de beatitud de este céfiro humano que ventiló los fétidos humores que antes despedía el aparato de gobierno. No se debe permitir ninguna traba a sus afanes, sigamos bajo el ala protectora de este querubín que ha transformado al país y en su gabinete tiene un equipo angelical de pastores del buen pueblo, su dócil grey (rebaño, que eso es ‘grey’).
Estas consideraciones cualitativas, sin tomar en cuenta lo cuantitativo, el ahorro contante y sonante que tendrá el erario. De veras, ¡cuando anda uno de suerte!
Y cuidadito con acordarse de lo que campanudamente dijo Andrés Manuel López Obrador ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el 8 de agosto de 2018, al recibir su constancia de Presidente electo:
“(…) en mi carácter de titular del Ejecutivo federal actuaré con rectitud y con respeto a las potestades y la soberanía de los otros poderes legalmente constituidos; ofrezco a ustedes señoras y señores magistrados, así como al resto del Poder Judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del Estado, que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen (…) El Ejecutivo no será más el poder de los poderes ni buscará someter a los otros (…)”. Y un cielo impasible despliega su curva…
Muchísimo menos andar queriendo refregarle en la cara su declaración del 8 de noviembre de 2019: “(…) no busco la desaparición de órganos constitucionales autónomos, sino que se dejen de simulación y trabajen en favor del pueblo”.
Ambas declaraciones sirven para manifestar su humildad: cuando se equivoca corrige y además, es de sabios (y de santos) cambiar de opinión.
Es momento de reflexionar: los mismos argumentos que presentan el Presidente y Manuel Bartlett, justificando la desaparición de los órganos autónomos, por ser sus funciones perfectamente asimilables por el Poder Ejecutivo, aplican igualito a otras instancias. Seamos sinceros: el Poder Legislativo sobra.
Mire usted, no hace falta tanta vuelta, tanta ceremonia; a fin de cuentas el señor-Presidente tiene sobrados votos en la Cámara de Diputados para que le aprueben lo que sea que les mande, no hace falta ese añejo ceremonial de payasada legislativa, tan vista, tan pasada de moda; y en la de Senadores, donde no le alcanzan los votos, algunos tontos, por soberbia e irreverencia, pretenden entorpecer las acciones que el Presidente sabe son por nuestro bien y casi siempre las acaban aprobando; puro perder tiempo… y dinero, pues si los órganos autónomos que hoy propone desaparecer significan 20 mil millones de ahorro (eso dijo y aunque no sea cierto, eso es, no sea rezongón), el Poder Legislativo federal suma más de 14 mil 800 millones, muy buenos.
Sí, tengamos la decencia de aceptar la realidad: tener Congreso es desconfianza hacia el Ejecutivo que al menos en este sexenio no se justifica; como tampoco hay razón para dudar de la castidad electoral del Presidente que a jurado velar porque los comicios sean más limpios que un pañalito del Niño Jesús: entonces ¿cómo para qué tenemos INE?… este año esa mamarrachada nos costará 26,800 millones, y eso es un lujito impropio de un país sujeto a la austeridad más rigurosa en beneficio de los desposeídos.
Ya durante décadas, simulando, el país funcionó con un solo Poder, el de los muy embarrados pantalones presidenciales, ahora que tenemos al frente del Ejecutivo a un inmaculado, bien podemos dejar todo en manos de él, ¿o no queremos la transformación?
El Presidente ya unció al Tribunal electoral; la Suprema Corte lo mira y se va de lado; la CNDH está pintada en la pared; los partidos políticos bailan al son que les toca… ¿por qué no todo bajo su docto mando?, es por nuestro bien, lo tenemos al alcance de la mano: una reforma Constitucional y ¡listo!; ¿qué ganamos obligándolo a fingir?… y si sale alguien a decir que eso es una dictadura, estemos listos a responder a coro: ¡es un honor que mande Obrador!
No hay mujer que pase de sopetón de casta dama a güila redomada, de a poquitos se llega a la bajeza. El Congreso ha cedido en lo poco, cederá en lo mucho.
No coronará el éxito el atentado corriente contra todo lo conseguido en décadas; cuando hayan fallado nuestras instituciones, los tratados internacionales y nuestro vecinito del norte, impedirán el desastre aunque como país, pagaremos el alto precio de este tiempo de canallas.