Columna Política «La Feria», Sr. López (18-XII-2020).- Tía Tita (Carlota, Carlotita…), perpetua soltera, a sus 87 años vivía en la casa en que nació en pleno centro de Toluca, misma en la que nacieron su papá y su abuelo, construida por su bisabuelo a principios del siglo XIX. Tía Tita vivía de ‘unas rentas’ que heredó de sus papás y vivía gastando en arreglar la casa de tres patios arcados, techos de viguería de madera cundida de polilla y muros permanentemente húmedos. Tía Tita adoraba al tío Armando de profesión arquitecto, quien la convenció de dejarlo componer de una buena vez, toda la casa. Aceptó y se fue a la Ciudad de México una temporadita, a casa de la abuela Virgen (la de los siete embarazos). Tío Armando demolió la casa y le hizo otra, rodeada de jardines, linda, muy funcional y con calefacción. Gran disgusto de la viejita, ya no era ‘su casa’. A grandes males…
Hace más años de los que es prudente confesar, este menda formó parte de la caravana de ganapanes que acompañábamos en su gira proselitista, a un candidato a Gobernador de un estado de cuyo nombre no quiero acordarme.
Impresionaba el pico de oro del candidato. En cada mitin enardecía multitudes, lo interrumpían los aplausos y salía entre porras. Por supuesto los asistentes a los mítines eran acarreados pero este su texto servidor había visto a otros candidatos fracasar al dirigirse a esas malhumoradas muchedumbres de bultos rentados, indiferentes, distraídos y a veces levantiscos ante postulantes que con arengas fallidas, se hacían merecedores a coros de mentadas de madre (penoso). No era el caso con este candidato que sin discurso escrito, con una capacidad inagotable de improvisación, ‘percibía’ a la masa y le decía exactamente lo que debía decir y querían oír. Incendiaba muchedumbres.
Sin embargo, yendo en el autobús, ya entrando a un pueblecito, los asesores del candidato le informaron que en ese lugar todos eran ricos, pues hacía décadas se habían organizado para producir melones que exportaban a varios países del lejano Oriente. El candidato preguntó qué les hacía falta, qué necesitaban ahí, ‘nada’ le respondieron. Palideció. No era tonto.
Al llegar, la plaza estaba vacía. El responsable de la organización del evento subió al camión y explicó que ahí no se podía acarrear gente, pero que el cura párroco, de acuerdo con el Alcalde, tocaría las campanas y la gente acudiría. Y sí, en cosa de una hora llegaron algunas personas. Subió al templete el candidato y titubeante soltó unas cuantas frases hechas y viendo que la gente se retiraba del lugar, agradeció el ‘apoyo’ y se despidió del muro de espaldas que tenía enfrente.
De regreso en el autobús, puso pintos a los organizadores de la gira: -“De aquí pa’l real, solo me llevan a donde haya pobres, muchos pobres” –ordenó salpimentando la orden con majaderías que hubieran ruborizado a un sargento.
Sobraban pobres en el estado, la campaña fue un éxito y el candidato arrasó en las urnas. Lección: los pobres son rentables políticamente hablando; los ricos no, hasta estorban.
Por lo que a usted no importa, su texto servidor regresó un par de décadas después a esa entidad. Sin sorpresa pero con tristeza encontró no la misma pobreza de antes, más.
Ignora el tecladista en cuántos países más sea igual, pero en México así es.
La pobreza es una amplia cancha en la que cabe toda promesa de reivindicación, todo compromiso de justicia e igualdad, cualquier oferta de un futuro mejor. Los grandes mítines de masas no se hacen en barrios de ricos, a esos, a los incómodos ricos, se les organizan desayunos en hoteles de lujo y el discurso político se ciñe a reiterarles que se aprecia su papel en el aparato productivo y a veces se les anuncian proyectos que les puedan interesar como negocio.
Además: si usted sale a cosechar votos, ¿a dónde cree que hay más posibles electores?… los ricos de veras ricos, son el 1% de la raza; los tenochcas mendicantes con cifras del Coneval antes de la pandemia, son 52 millones (de los que 9.3 millones están en la miseria o ‘pobreza extrema’ como la llaman), pero tome en cuenta que los parámetros de medición del Coneval son de dar coraje (si la casa de alguien tiene techo de lámina: no es pobre, por ejemplo); México Evalúa, con criterios más sensatos, calcula que los pobres en el país son 90 millones de los que 44 millones están en la miseria (y le repito: son cuentas de antes de la pandemia que incrementó mucho el número de pobres y miserables).
No de balde el discurso machacón del Presidente: primero los pobres. Suena bien porque está bien: primero los pobres. Pero, ¿primero qué?… bueno, pues se supone que a ellos se dirige la política social y económica del gobierno. Muy bien. Nadie puede estar en desacuerdo.
La lástima es que el combate a la pobreza consista hoy igual que en tiempos recientes, en repartir el mismo pastel, no en hacerlo más grande. Los programas sociales, repartir dinero en efectivo, entre otras cosas, son solución de coyuntura, medidas de emergencia, no remedio.
No se trata de la vacilada de ‘dar pescado o enseñar a pescar’, frase facilona, no, se trata de grandes remedios: hacer de México un país de gente bien educada, realmente competitiva; se trata de que el gobierno respete a ultranza el estado de derecho que atrae inversiones, crea fuentes de empleo y riqueza.
Se trata de sustituir la ‘justa distribución de la riqueza’, por la ‘justa generación de riqueza’. Distribuir riqueza es una quimera, cuando se intenta hacerlo, la riqueza huye, pregunte en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua… y ahora, en México tenemos una silenciosa fuga de capitales junto con una menor captación de inversión extranjera directa. Nos están manteniendo a flote las maquiladoras, las divisas que mandan los mexicanos en el exterior… y el dinero sucio, mala cosa.
Por último: se trata de que el ‘salario mínimo’ pase al olvido, se trata de que el problema sea un desmesurado crecimiento del salario, resultado de una brutal competencia entre empresarios por conseguir empleados. ¡Qué lindo problema!