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Trabajar y callar (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (10-XII-2020).- Los tíos Olga y Óscar eran felices cada minuto del día y se les notaba. Tuvieron una niña y cuatro varones, y su casa era un despelote en el que todos hacían lo que les venía en gana; los hijos desde ir o no la escuela, desayunar a mediodía o comer de noche, bañarse o no; y los tíos peor, que de repente se iban una semana a Veracruz y dejaban a los hijos encargados con alguna comadre. Los tíos justificaban su estilo diciendo lo que sufrieron cada uno por su lado, con la educación férrea que recibieron y que no le iban a ‘arruinar la infancia’ a sus hijos. Bueno, muy bien, pero fueron creciendo los hijos, se hartaron, tomaron el mando, pusieron orden… y los tíos los obedecían. Raro.

Por un lado, tenemos uno que gobierna criticando al pasado y conduce el Estado mirando la mayor parte del tiempo el espejo retrovisor. Por el otro lado, están los que critican el presente. Queda por ver qué es más efectivo políticamente: aferrarse al pasado como justificación de la incapacidad para resolver el presente o señalar esa flagrante incapacidad planteando un posible futuro mejor. La ciudadanía decidirá votando con el corazón en llamas o el hígado inflamado… o sin votar.

Simultáneamente, el proyecto de nación de parte del actual Ejecutivo, se agota en la prédica de una doctrina que exige fe en que nos llevará a la Tierra Prometida si somos dóciles a sus mandatos, si renunciamos absolutamente al pasado nacional (bajo el precepto de que nada de él es rescatable, todo estaba mal, y por ello arrasar con todo es el único criterio seguro de redención nacional); a más, para conseguir ser parte del pueblo elegido por el redentor patrio, se debe aceptar que cada vez que él lo diga, la ley es trampa y estorbo; que es pecado grave ver la realidad y en especial emitir ningún análisis, pues analizar la realidad, es señal segura de que se pertenece a la demoniaca secta revisionista de la mafia del poder que desea corromper la democracia, restaurar la corrupción y preservar sus privilegios, cosas todas que el pueblo bueno debe conjurar recitando a coro la jaculatoria presidencial:  ¡Fuchi, caca!

De parte de los opositores aglutinados en alianzas y frentes, indispensables para su supervivencia política aunque de efectividad electoral por comprobar, están a la espera de mejor ocasión para plantear un proyecto para el futuro común a cuyas directrices se sujeten las acciones de las instituciones y órganos de gobierno. Por lo pronto, no desaparecer en el horizonte les basta.

Y todo es una mascarada, quien propone transformar al país lo que en realidad intenta tal vez sin darse cuenta, como sucede cuando se tiene un vicio muy arraigado, es reinstaurar a su favor y solo a su favor, un presidencialismo imperial demodé, del más puro priismo del echeverriato, autoritario y depositario de los tres poderes, modelo descartado hace 45 años y de imposible resurrección en un México incorporado a la comunidad internacional con compromisos de cumplimiento obligatorio, so pena de convertirnos en Estado paria. Los que temen que implante un régimen marxista socialista, deben serenarse, ni él piensa así ni es posible eso estando el país en donde está, con tres mil kilómetros de frontera con los EUA.

También conviene decir que la coartada del combate a la corrupción no le alcanza al Presidente para justificar el intento de reducción de los órganos autónomos; para imponer su arbitrario control personal de las instituciones y poderes; para validar que solo él puede decidir todo; para atropellar inversionistas, cancelar obras, vetar proveedores; mucho menos para en nombre de la honestidad, reducir al absurdo que bordea lo criminal, el suministro de medicamentos, suprimir guarderías, refugios para mujeres golpeadas y un largo etcétera: en resumen, la corrupción del pasado no da para evadir la responsabilidad de sus no pocos fiascos. Se le entregó todo el poder, su fracaso será sin atenuantes y está fracasando sin un solo resultado que valide su machacón discurso triunfal, ya pasado un tercio de su administración. En 2024 -anótelo-, hará suertes charras con la lengua para explicar el crecimiento cero de la economía en su periodo (pero, anótelo).

Eso respecto del Presidente, pero sus opositores a su modo participaron también en la mojiganga, unos, agarrotados por el temor a las posibles represalias del nuevo gobierno y otros, apoltronados en los reductos de poder que conservaron, pero igual, todos desperdiciaron dos años. No iniciaron siquiera la recomposición de sus institutos políticos, la formación de cuadros, la revisión de los errores que los tienen como están, ninguno convocó al replanteamiento de sus estrategias ni salir de nuevo a las calles a recuperar la confianza de la gente.

Los liderazgos de los partidos nacionales de oposición, se espabilaron hasta que inesperadamente para ellos, de los estados llegó un sonoro ¡ya estuvo bueno!: diez gobernadores le plantaron cara al supuestamente todo poderoso Presidente… y no sufrieron ninguna consecuencia. Entonces los liderazgos nacionales percibieron que asumir su papel no era letal.

A más: la real militancia de municipios y organizaciones de todos colores, hartos de la reiteración de promesas -la dieta de atole con el dedo del jarro presidencial-, cansados de cerrazón y maltratos, respaldaron a sus ejecutivos locales.

Así y por eso, las dirigencias nacionales, con el proceso electoral del 2021 en marcha, dieron signos de vida y pactaron una alianza que en el papel, puede acabar siendo un primer nubarrón en el bucólico paisaje de la Cuarta Transformación.

Es infundado el exagerado optimismo del gobierno federal que primero debiera gobernar y luego hacer la ola cantando victoria.

Tampoco tiene fundamento el fatalismo de los opositores: no la tienen tan difícil. Morena como partido no existe y si seleccionan candidatos que en cada alcaldía y estado, de verdad quiera y respete la gente, van a ganar y poner al Presidente a hacer algo que lo horroriza: trabajar y callar.

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