Columna Política «La Feria», Sr, López (03-XII-2020).- Contaba la abuela Elena que allá en Autlán de la Grana, en los revueltos tiempos de la Revolución, hizo fama por valiente, un Coronel fuereño del que se prendó una prima suya. También contaba que el Coronel ese era más que guapo, bonito y muy serio, porque ni un lazo echaba a la prima que se derretía por él y con excusa y sin ella, se le arrimaba con ojitos de cordero a medio morir. Y terminaba de contar que el Coronel ese fue un día a casa de la prima a hablar con sus papás, a decirles que por favor le guardaran el secreto, pero que no podía hacerle caso a su hija porque… era mujer: era Coronela y por sus razones vestía de hombre. Remataba la abuela sonriendo: -¡Pobre mi prima!, le falló lo mero principal… -pues sí.
No es muy común que entre nosotros los tenochcas promedio, se converse de sobremesa acerca de la importancia de la ley. Puede ser que por darlo por sabido, pero también puede ser porque nos importa un pito la ley. Sí.
Mire un ejemplo sencillo, seis palabras que se encuentran arrumbadas en la segunda fracción del artículo 34 de la Constitución del país, en el que se establecen los requisitos para que el mexicano sea ciudadano de la república: “Tener un modo honesto de vivir”.
Tiene la nacionalidad mexicana cualquiera que nazca en nuestra tierra; el que nazca en el extranjero y uno de sus padres lo sea, o los dos, claro; y los naturalizados. Esos son mexicanos. Pero para ser ciudadano de la república, se necesita además (así dice la Constitución: además): I. Haber cumplido 18 años, y II. Tener un modo honesto de vivir.
Importa porque solo los ciudadanos de la república pueden votar, ser votados, participar en política y otras cosas (como pertenecer a nuestras fuerzas armadas).
Si solo se respetara a pie juntillas este requisito de tener un modo honesto de vivir, ¡cuántos quebraderos de cabeza nos hubiéramos ahorrado!
Como nunca falta un listo, se apresura este menda a comentarle que la Suprema Corte ha definido que eso de ‘modo honesto de vivir’, es: “(…) la conducta constante, reiterada, asumida por una persona en el seno de la comunidad en la que reside, con apego y respeto a los principios de bienestar considerados por la generalidad de los habitantes de este núcleo social, en un lugar y tiempo determinados, como elementos necesarios para llevar una vida decente, decorosa, razonable y justa (…)”; dice más cosas, pero con esto se entiende: trabajar en algo lícito (ahí busque usted para que vea que es cierto: Suprema Corte. Tercera Época. SUP-REC-067/97; SUP-JRC-440/2000 y acumulado; y SUP-JDC-020/2001).
La Corte también ha dejado claro que el ciudadano no tiene que probar su modo honesto de vivir, eso corresponde al que afirme que alguien es un vago, mantenido o malviviente.
Es tan serio esto de tener un modo honesto de vivir para ser candidato a cualquier cargo de elección popular o para trabajar en algún cargo público, que forma parte del dictamen emitido el 8 de agosto de 2018, por la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en el que declara válida la elección del Presidente de la república: “Cumplimiento de los requisitos de elegibilidad.- Andrés Manuel López Obrador (…) no hay elementos que desvirtúen la presunción de modo honesto de vivir, ni el pleno ejercicio de sus derechos”. Si no reuniera los requisitos de elegibilidad no hubiera podido ser candidato ni ser electo Presidente.
Y más serio es porque desde al menos dos años antes de participar en la campaña en que arrolló, se cuestionó públicamente de qué vivía quien hoy es nuestro Presidente. Pensará quien goce de amplio criterio, que eso es una tontería. Bueno, sí, pero cuando vemos a no muchos, pero no pocos, malhechores y ganapanes gozando de las mieles de cargos públicos, la cosa se puede ver con otra óptica: cuánto rufián nos podríamos ahorrar si se exigiera tuvieran un modo honesto de vivir.
Claro que no tan fácilmente se puede probar que alguien no tiene un trabajo lícito del que vive, pero bastaría revisar su declaración de impuestos ante Hacienda.
En el caso de nuestro Presidente, se ventiló en la prensa nacional que según su declaración ‘3 de 3’, en 2013, 2014 y 2015 no pagó nada por Impuesto Sobre la Renta; o sea: no tuvo ingresos, declarado por él mismo. Debe ser cierto.
También en varias ocasiones la prensa nacional publicó columnas preguntando de qué vivía quien ahora encarna el Poder Ejecutivo. Algún periodista (Federico Arreola, no lo ande contando), explicó que de las regalías que le pagaban las editoras de sus libros: “(…) le pagan bastante, más que a casi todos los otros autores mexicanos”, dijo don Fede. Ha de ser porque el mismo Presidente declaró en 2014 que ese año vivió de sus regalías; lástima que en su declaración de 2014, presentada por él, en el rubro ‘regalías’, puso $0.00
Otra cosa que no conviene desempolvar son las acusaciones de Alejandro Muñoz, extesorero del Sindicato Mexicano de Electricistas, quien sostuvo que esa organización desvió 66 millones que le entregó a él, “para financiar el plantón en Reforma y para un presunto movimiento de apoyo a Obrador”. No es secreto: se publicó en varios periódicos nacionales, varias veces. Todo se nos olvida.
Y ya a estas alturas, de nada vale recordar el duro debate que Juan José Rodríguez Prats y el diputado del PRD, Manuel Camacho, sostuvieron el 11 de febrero de 2004, en la Comisión Permanente del Congreso. Don Juanjo exigió una respuesta de ‘sí o no’ a la pregunta de si como regente de la capital don Camacho le había entregado 9 mil millones de viejos pesos a Andrés Manuel López Obrador, para que desalojara el Zócalo, en 1992. Un seco ‘sí’ fue la respuesta. Puede ser mentira. Uno qué va a saber.
Ahora ya no tiene ninguna trascendencia nada de esto: es verdad inmutable que Andrés Manuel López Obrador es nuestro Presidente. Ojalá en lo futuro se ponga más atención en este detallito porque estaría muy feo que pudiera llegar a Presidente alguien que ni ciudadano fuera. ¡Ni lo mande Dios!