Columna Política «La Feria», Sr. López (26-X-2020).- México visto por encimita, es un país grandote con mucha población, que participa en el bloque económico más importante del mundo. Así, sin meterse en honduras, México es un país federal con tres niveles de gobierno (federal, estatal y municipal), y tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial, nacional y en cada entidad), cuya vida política se articula a través de partidos políticos que compiten electoralmente con leyes que aplica un órgano constitucional ciudadano (el INE), y un árbitro, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (el TEPJF o Trife, pues).
Así a volapié, parece sencillo, simple, cuando la realidad es que México es una madeja muy enredada de intereses no coincidentes, unos muy legítimos, otros no tanto.
La simplificación como método es propia de tontos o de quien se quiere pasar de listo. Por eso hay que ser muy precavidos cuando se nos plantea que el país está nítidamente dividido entre los amigos de la decencia (el ‘pueblo bueno’) que apoyan la transformación de la patria, y los conservadores que desean mantener sus privilegios y la corrupción. De esa concepción a marro de la vida pública nacional, derivan propuestas de brocha gorda: lealtad ciega, amigo o enemigo, conmigo o contra mí.
No, las cosas no son tan simples ni se reducen a estar con o contra un proyecto de gobierno y por cierto, tampoco es aceptable que el país está en una revolución, al menos mientras el gobierno federal mantenga las políticas económicas vigentes hace 30 años, alineadas a los dictados de las entidades financieras internacionales en lo general y en particular a los intereses de los EUA. ¿Revolución?… extraño revolucionario es el Presidente, tan obsequioso con el Trump.
Sin embargo, el Presidente con sus hechos, sí consigue convencer a unos y preocupar a otros: cancela obras a capricho (públicas y privadas), emite acuerdos en contra de la inversión privada, apalea a la prensa libre, acosa a los órganos autónomos de gobierno y pero-por-supuesto, para él, cualquiera que manifieste descontento o desacuerdo es un ‘masiosare’. Y mientras, declara a paso redoblado.
Un primer efecto de la estrategia oral del Presidente, es mantenernos ocupados en el análisis y comentario de sus declaraciones, cuando revisar de que NO habla puede ser más interesante. Sea un santo o un demonio, un sabio o un gañán, según usted lo vea o lo tenga en sus afectos, no es tonto y sin moderar su grandilocuencia, sabe muy bien de qué no le conviene hablar.
El Presidente por ejemplo, no habla de emprendedores del chocolate; no habla de quién ‘pompó’ viaje de una señora a Europa, que según esto fue con su ‘representación’ a petición de nadie y sin informar a nadie qué consiguió para el país (que le pagó el paseo). El Presidente dejó de hablar del asunto Lozoya. No dice nada sobre la tómbola de asignaciones directas de contratos y pedidos de su gobierno. No menciona el incremento bárbaro del fideicomiso de las fuerzas armadas. No merece ya ni una palabra suya el asunto de la inmigración de centroamericanos a territorio nacional ni el incremento de la emigración de mexicanos a los EUA (que según el embajador Landau es la mayor en diez años, poquita cosa). El Presidente no habla de los más de 80 mil fallecidos por la pandemia, tampoco gasta una palabra en hablar de la situación económica desastrosa. Nada de eso menciona. Listo.
Entre las cosas de las que no habla hay una de enorme trascendencia: la crispada situación actual del mayor gremio del país, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el SNTE. De ese sindicato no depende solamente el bienestar de sus agremiados, sino el presente y futuro de nuestra infancia, y en buena medida la tranquilidad social de la nación: si el SNTE revienta, revienta el país, de ese tamaño es su tamaño.
La dirigencia nacional del SNTE hoy la usurpa un tal Alfonso Cepeda Salas, ilegal e ilegítimamente. El gobierno federal silba de lado y la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, juega a las escondidillas con el robusto grupo que reclama sus derechos y los de sus compañeros de gremio, confiando tal vez en que este es uno de esos asuntos que resuelve el tiempo, sin caer en cuenta que es de los que agrava el tiempo. Esta táctica de navegar entre dos aguas, de seguir las enseñanzas del tío Lolo, tal vez funcione con otros, con los maestros, no.
Lo del SNTE no es asunto menor. Consumada la alevosa traición de Peña Nieto a la dirigente que ayudó a su triunfo electoral, el mayor sindicato del país quedó en manos de dos especímenes selectos del gabinete del doctor Caligari, el Díaz de la Torre y este Cepeda, que se despacharon con la cuchara grande durante la pasada administración y lo siguen haciendo en la actual.
El gobierno no puede seguir incubando problemas: los campesinos, los empresarios, la inversión extranjera, el crecimiento de la inseguridad pública, la pandemia, el desempleo, el despilfarro de recursos (la austeridad que mal gasta, despilfarra)… y cada vez con más presión, la olla de los maestros, sector estratégico nacional que alcanza hasta el último rincón de la nación.
Los maestros que reclaman lo que les corresponde, para empezar la elección de sus cuadros dirigentes mediante voto libre, universal y secreto, se han integrado como Movimiento Nacional por la Transformación Sindical, que suma cerca de 10 mil agrupaciones magisteriales, representadas por un maestro chiapaneco, Ricardo Aguilar Gordillo, quien no cree en los argumentos de hecho, ni en los asaltos al poder, y sigue una estrategia legal y pacífica que el gobierno no podrá contener: a la fecha, demandas en los juzgados de distrito de 23 entidades y más de 12 mil demandas ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje.
Si el Presidente tiene tiempo para que se explique en su mañanera la prohibición de quesos y yogures, ojalá organice su agenda para llamar a su Secretaria del Trabajo y preguntarle por qué empolla esta bomba de tiempo. De las aguas mansas, ¡cuídanos Señor!