Columna Política «La Feria», Sr. López (30-IX-2020).- Le decían Ore a un tío que se llamaba Orestes, quien fue mal hijo, mal hermano, mal esposo, mal padre y mal amigo… mala persona, pues; en lo que era bueno era en hacer dinero (de mala manera, era usurero).
Tuvo tres hijas y cobró la cuenta de su bautizo poniéndoles Tisífone, Alecto y Megera, los nombres de las tres Furias de la mitología griega, así se las gastaba. Su esposa era tía Lupe (menos mal). El tío Ore entre otros defectos, era muy autoritario, inmune a razones o súplicas y hacía valer su voz amenazándolas con que si una sola de ellas no se portaba como a él le viniera en gana, heredaba a la beneficencia pública (era ateo), dejándolas en la calle a todas; y por ello, su obsesión era que no se fueran a juntar en su contra, para lo cual fomentaba rencores, desconfianza y pleitos entre las hijas y entre ellas y su madre, con chismes, calumnias y arbitrarios privilegios que concedía a una u otra.
Pero la vida es como es, tío Ore gracias a una embolia cerebral, quedó largos años como espárrago (¡Dios existe!). Por el amor que le tenían, lo recluyeron en un sanatorio sin volver a verlo nunca y cuando por fin murió, sin siquiera ir, sin velorio, misa ni sepelio, donaron el cuerpo a una escuela de medicina. Por la discordia entre ellas aparecieron cuatro testamentos, cada uno bien certificado por notarios a los que escurrían babas verdes de codicia. Después de algunos años de batallas legales, tío Óscar, que era abogado de los malos (o sea, de los buenos), sin juntarlas, explicó a cada una que se iban a quedar sin nada y a lo mejor hasta con deudas. Se tardó pero compuso el enredo, cada una recibió lo que le tocó y luego supieron que tío Óscar se quedó con la parte del león. Tan desconfiado el tío Ore ni imaginó quién iba a ser su beneficiario.
En este nuestro risueño país, cualquiera que llega al Poder Ejecutivo, en un estado o en la nación, desde que asume el cargo tiene presente resolver su sucesión (hay bobos que espantan como a mosca verde ese pensamiento, pero no es lo normal). En el caso de los presidentes es asunto gordo pues nuestro sistema político es muy cruel: a quien logra tener el poder máximo, se le quita de golpe y porrazo: un día puede mandar de qué lado sale el Sol y al siguiente no hay quien le dé la hora.
La sucesión presidencial durante largas décadas, se hizo respetando el reglamento no escrito del PRI: se quedaba de seguro próximo Presidente el que aceptaran como candidato los que representaban realmente algo en el espectro político; que era decisión unipersonal del Presidente en funciones es una tonta conseja y a los que eso creyeron les costó caro (caso de estudio: Luis Donaldo Colosio); luego, desde la elección de don Fox, quien resulta candidato del PRI no tiene asegurado aposentar sus sacras nalgas en La Silla: ya es real el proceso electoral con todo y mapacherías misceláneas.
La intención de todo Presidente que prepara su muerte política, puede ser personal (prevalecer de alguna manera en la vida pública del país), o institucional (que se mantenga en el poder su partido, que el país siga el camino trazado en su gobierno). Nunca les sale a su gusto.
Mire si no: el primer hombre fuerte de nuestra política en el siglo XX, fue Plutarco Elías Calles, tata mandón nacional que mangoneó a tres presidentitos de 1928 a 1934 -seis cortos años-, luego llegó Lázaro Cárdenas y el inmenso Calles acabó exiliado.
Cárdenas, primer presidente de seis años, pareció imprimir un rumbo definitivo al país por la senda de una izquierda seria que entonces sí existía. Lo sucedió Ávila Camacho y el país se reconcilió con el clero, el cardenismo quedó en los libros de texto y ¡el que sigue!
Llegó Miguel Alemán, purgó al PRI de gente de izquierda, neutralizó el sindicalismo socialista, promovió una eficaz política anticomunista y los capitalistas echaban cuetes; ni rastro del ideario original del partidazo ni los postulados de la “revolución”.
Otros se han quedado con las ganas, destaca Salinas de Gortari a quien le sobraban talento y mañas, pero el gris Zedillo, el apocado Zedillo, encarceló a su hermano y Salinas cerró la boca y se autoexilió en Irlanda.
Los presidentes que han pretendido mangonear la cosa pública y determinar por sus calzones el destino nacional, se han quedado todos, con un palmo de narices, no solo porque sus sucesores les hayan pintado un violín sino porque este país no es un corral de vacas que alguien pueda manejar a su antojo: los intelectuales, existen; los capitalistas e industriales, también; los políticos y los partidos políticos, son reales, por más ninguneados que ahora estén; las fuerzas armadas son institucionales; nuestras universidades forman comaladas de jóvenes de los que bastan unas cuantas centenas bien formados al año, para que tengamos un abundante surtido de gente pensante, de todas las tendencias y convicciones, con vocación por la política, la empresa o la educación. Y no se puede nunca olvidar al revisar estas cosas, nuestra vecindad con la mayor potencia mundial, por cierto.
El actual Presidente, Andrés Manuel López Obrador, en el fondo y la superficie es un priista de la vieja guardia de izquierda pasteurizada de los años 70s. No es más. Entre otras carencias, desprecia la política exterior aferrado a la frasecita esa de que ‘la mejor política exterior es la interior’… bueno, así oculta su miedo a mostrar su impreparación, así le va a ir; otra deficiencia evidente es que cree que el Presidente es todo poderoso: no es cierto, la autoridad inmensa de nuestros presidentes deriva de su capacidad de conciliación y concertación de intereses encontrados y opuestos; su pertinacia y necedad, lo debilitan, ya se enterara de la tolvanera que ha creado dentro del gobierno y de su partido: será épico el pleito entre los suyos y se llevará un gran chasco cuando quede en su lugar quien menos quiso, con su transformación archivada en la carpeta de curiosidades patrias y él en un museo de entomología, en la vitrina de grillos.