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Gobierno microbio (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (02-IX-2020).- Tía Queta estaba enamorada hasta el tuétano de su marido, tío Gaspar. Era de la rama materna del berenjenal genealógico de este menda. Tuvieron doce hijos, seis y seis. Tío Gaspar fue de la Orden Terciaria de los Franciscanos; tía Queta, no. Vivían en la miseria: en toda su casa tenían un solo foco (en la cocina); nunca tuvieron agua caliente porque no les alcanzaba para combustibles (luego le explico, antes se calentaba así el agua), y eso en Toluca era grave;  comían como canarios y sus niños daban pena de flacos.

A veces la tía le decía a su virtuoso esposo que hiciera algo para vivir ‘mejor’ y tío Gaspar respondía siempre que vivían felices en Cristo y eso no tenía precio. Una Navidad, en casa de la abuela Virgen (la de los siete embarazos), nadie decía nada viendo a su prole devorar la cena mientras tío Gaspar platicaba muy orondo con otros señores y de repente tía Queta lo oyó decir que tenía ‘sus ahorritos’. En la Cruz Roja le hicieron las primeras curaciones, luego pasó tres semanas en un sanatorio privado y al sacerdote que su marido le mandó para reconciliarse, tía Queta le dijo groserías que nadie sospechaba que supiera. Con ayuda de la familia, puso una modesta cenaduría que en poco tiempo era la favorita el barrio. Rica no se hizo pero todos sus hijos tuvieron universidad, ella coche con chofer y murió en casa propia. Del canalla no se supo más.

Este martes, por fin, el Presidente de la república entregó su segundo informe de gobierno. Como es costumbre pronunció un discurso del que este junta palabras tiene el mal gusto de tener copia y para colmo, lo ha leído con pausa.

No debe molestar a quienes no comulgan con sus ideas (?) o su manera de gobernar (??), que su discurso sea repetición de lo que antes ha dicho, pues es muy difícil no repetirse cuando de lunes a viernes se discursea más de una hora y los fines de semana también. Y menos debe irritarse nadie con aquellos que le creen, les cae bien, lo admiran y comparan con próceres de la patria. Cada quien.

Al leer ese discurso se tropieza uno con enormes mentiras, mentiras estándar, medias mentiras, medias verdades y seguramente debe haber por ahí alguna verdad (que sin ganas de dar la contra a nadie, el del teclado no encontró ninguna, debe haber, claro, pero en medio de ese tupido follaje de falsedades a cualquiera se le va una perla).

Si es uno ‘liberal’-chairo, puede interpretar que sus secretarios por no contrariarlo le informan mal y él de buena fe nos dice cosas inexactas o francos embustes (lo que dejaría muy mal su capacidad para percibir por su cuenta la realidad, que conste, y sería -que no es-, un menso miope, intelectualmente hablando); pero si uno es fifí-conservador, lo tachará de mentiroso, lo que lo alinea en el equipo de algunos otros presidentes (no todos, que también hemos tenido gente seria en el Ejecutivo, más de la que se imaginan los trágicos de la cosa mexicana).

Sea como sea. Lo que está claro es que el país se encuentra en medio de un remolino de crisis de distinta naturaleza: se suma al trance de la seguridad pública, que está peor que nunca (a ver, fíjese: peor que nunca), otra crisis de salud que con las cifras oficiales de contagios y decesos, es gravísima (catastrófica, dijo López Gatell, el novio de México), pero, entérese, en el extranjero varias entidades e instituciones vociferan que debemos revisar nuestros conteos pues calculan que la realidad ronda el triple de enfermos y fallecidos; luego, a esos dos problemas mayúsculos, se agrega una crisis económica que augura tragedia (y de esto, el mundo entero señala que nuestro gobierno ha adoptado la política más equivocada, abandonando al aparato productivo del país a su suerte… bueno, esa será la suerte final del propio gobierno, ya lo verá).

Así las cosas, persiste la postura de algunos, que no son tontos, de mantener la fe en el timonel patrio. Muy bien, cada cabeza es un mundo.

Pero así, estando el país como está, se solicita a todo discípulo de la 4T, nos haga el favor de justificar la siguiente frase textual del discurso presidencial de este martes:

“(…) hemos podido ahorrar durante nuestra administración alrededor de 560 mil millones de pesos” (hoja uno, parte final del tercer párrafo, no está uno inventando).

Ahorrar no siempre es virtud, un señor que ahora es santo, que este menda conoció antes de que lo treparan a los altares, decía: “Se gasta lo que se debe aunque se deba lo que se gasta”. A ver cómo justifica el Presidente ese ahorro, cuando los padres de niños con cáncer se ven forzados a recurrir a los tribunales para que los jueces sentencien al gobierno a suministrarles medicamentos (no es un caso aislado, usted busque por su cuenta en San Google). A ver cómo justifica ese ahorro el Presidente cuando le quita presupuesto a refugios de mujeres golpeadas. A ver, a ver cómo lo justifica cuando México es uno de los países con menos número de pruebas de Covid-19, lo que disminuye artificialmente el número de contagiados y muertos. A ver…

Y a ver cómo justifica en sus memorias, que seguro escribirá cuando sea expresidente, haber gastado en sembrar arbolitos, 3,200% más que en Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, que atiende 22 millones de hectáreas, 95% más tierras que ese programa social que desde su primer año ha sido un fracaso. A ver cómo.

Sus ideales si los tiene, su visión del México ideal que busca, si es que busca eso y no nada más su prevalencia política, todo, todo su discurseo, se puede discutir y hasta conceder que en no poco tenga razón, pero sus actos no responden a sus dichos (‘primero los pobres’), y lo que no acepta pañitos calientes es estar ahorrando (a confesión de él), 560 mil millones de pesos cuando la economía se ha paralizado. Eso no es a consecuencia de la pandemia, es resultado de una política económica dispuesta por él, no con tenacidad sino con terca pertinacia y criterio muy corto, en lo que le anticipo sí está haciendo historia: México nunca había tenido un gobierno microbio.  

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