Columna Política «La Feria», Sr. López (20-V-2020).- La subcomandante Yolanda, jefa de Disciplina y Administración del Campo de Adiestramiento en que fue domado este menda, gozaba de exagerada fama de rigurosa y dada a aplicar castigos que hubiera suspendido el más rudo inquisidor del Santo Oficio… y no era para tanto, sostiene López, quien bajo su mando se acostumbró a oírla decir cosas como ‘te voy a despellejar la cara’, sabiendo que no sería desollado; o ‘te voy a arrancar diente por diente’ sin miedo a quedar chimuelo; lo que sí hacía era suspender ‘sine die’ el derecho humano a oír radio o ver televisión y -todo debe decirse-, para su mala suerte no fue descubierta por ningún caza-talentos de las Ligas Mayores de béisbol de los EUA, porque hacía milagros con el palo de trapear con un ‘swing’ en perfecta postura: rodillas ligeramente flexionadas, espalda recta, codo izquierdo pegado al pecho y vista fija en el objetivo (el del teclado), sin un ‘strike’ en toda su vida, numerosos jonrones y algunos palos rotos. Sin embargo conforme acumulaba uno edad, disminuía el temor: era obvio que no quería dañar a ninguno de la tropa a su cargo y para su mayor enojo, a veces nos ganaba la risa cuando amenazadora, blandía la escoba.
Cualquier forma de gobierno, monarquía, democracia, dictadura, autocracia, teocracia (incluida la ‘estococracia’, imbecilidad que consiste en seleccionar por sorteo a los ciudadanos que formarán gobierno, pues cualquier ciudadano debe estar capacitado para tal tarea… buena idea, para dentro de algunos siglos); cualquiera termina concentrado en una persona (Rey, Presidente, Dictador), cuya autoridad depende de varios factores cohesionados por cuatro virtudes indispensables: justicia, prudencia, fortaleza y templanza (también muy útiles para meter menos la pata en la vida individual)… y aunque se oiga feo, la autoridad incluye entre sus ingredientes, el miedo.
Sí, el hombre de poder debe ser temido. Está bien si la ciudadanía lo quiere, pero no se gobierna siendo el más simpático: el pueblo raso debe tener un respeto que bien visto, es miedo: con el poderoso de turno no se va a andar uno con bromas pues si hace falta, puede quitarle todo (confiscación, expropiación, nacionalización, extinción de dominio); puede privarlo de la libertad, expulsarlo del país o prohibirle habitar en regiones del mismo (la libertad condicional a veces incluye dónde se puede residir). Por eso el gobierno tiene derecho al robo legal (los impuestos) y al uso exclusivo de la violencia legal (policía, ejército).
Pero no es aconsejable que el miedo sea el principal factor de respeto a la autoridad que representa un gobernante. Eso suele incubar rencores y terminar en baños de sangre, aunque hay ejemplos de regímenes en los que el puro miedo mantuvo alineada a la gente durante decenios.
Sin tener que ir muy lejos, hace menos de un siglo, Alemania, tan culta y de avanzada en cuestiones de Derecho, vivió bajo un régimen de terror durante casi once años (del 2 de agosto de 1934 al 30 de abril de 1945), por cortesía de Fito Hitler; otro caso fue el de la siempre sufrida Rusia, que padeció 30 años al horroroso Pepe Stalin (del 3 de abril de 1922 al 16 de octubre de 1952), quien mataba a capricho y por miles sin que se le espantara el sueño; sin dejar de mencionar a Pancho Franco, el brutal dictador de España que los tuvo 39 años con diarrea de susto (del 1 de octubre de 1936 al 20 de noviembre de 1975), que igual mataba que mandaba 20 años a la cárcel a uno que llevaba del lado izquierdo de la boca el palillo de dientes. Y no olvide a António de Oliveira Salazar, dictador de Portugal, quien durante 36 años (del 10 de mayo de 1932 al 27 de septiembre de 1968), tuvo a su país atenazado de terror.
En México, acabandito la Revolución el país tuvo muy claro que no había bromas con Plutarco Elías Calles, temido por los más bragados y que en los hechos pacificó al país a bala limpia, sabiendo cuándo comportarse con toda cortesía; así fue el priismo imperial: infundía miedo pero se podía tener una vida llevadera sin sustos ni abusos. Después de aguantar los gobiernos de Echeverría y López Portillo, por la insensibilidad de Miguel de la Madrid se empezaron a afilar charrascas a escondidas: ya no era respetable el gobierno. Con Salinas y Zedillo, se respiraba en el ambiente que eso iba de salida y entonces llegó Fox, a destrozar la ilusión de que quitando al tricolor, todo sería miel sobre hojuelas. ¡Lástima!
Ahora, después de Calderón y las maromas de Peña Nieto, tenemos un gobierno elegido legalito… y su primer manotazo en el escritorio, cancelar las obras del aeropuerto en Texcoco, se interpretó como un “¡aquí mando yo!”… sale. Siguieron otros manotazos y empezaron a no tener efecto: pelear con el capital, pero invitarles sus tamalitos para que por favor le compraran boletos de la rifa del avión; impulsar la consulta de revocación de mandato a su modo y que el Congreso le aprobara otra que no le concedió nada; pregonar contra la corrupción concediendo una ‘amnistía’; oponerse a los créditos del BID Invest porque no le gustó ‘el modito’, pero aceptándolos; tantear el agua con la prolongación de mandato en Baja California y apechugar el fallo de la Corte, que le pintó un violín; y apenas en estos días, amagar en voz del disque presidente de Morena con un acoso-persecución de ricos, para echarse atrás al día siguiente… y predicar el retorno a los cuarteles de los militares, para decretar su regreso.
Este gobierno a veces parece querer gobernar metiendo miedo, por eso tanto señalamiento de actos de corrupción y tanta amenaza, dirigidos a nadie; tanto predicar contra contratos leoninos adversos al interés nacional (como los de generación privada de energía eléctrica), otorgando a dedo la mayoría de sus contratos y compras. Por eso la catarata de amparos.
Al menos en México, si la palabra del Presidente no es sinónimo de irremediable hecho consumado, empiezan los chistes. Este Presidente, por este camino de puras habladas, va a terminar dando risa.