Columna Política «La Feria», Sr. López (23-I-2020).- Contaba la abuela Elena que en tiempos de la Guerra Cristera, el hermano mayor de su papá era Alcalde de un pueblo no lejano a Autlán, en el que no solo no se cerró el templo, ni se suspendieron las misas, sino que el anciano párroco mandaba al campanero varias veces al día, a dar verdaderos conciertos. Ese tío de la abuela tenía fama de ser muy bravo y enemigo de todo lo que oliera a religión, por lo que en la familia no faltó quien le metiera alguna puya, hasta acabar a carcajadas al saber la explicación: un día, a escondidas, a medianoche, fue a la casa del cura a decirle que iba en serio el asunto, que cerrara el templo y celebrara sus ‘misitas’ en cualquier casa de las viejas ‘mochas’ que iban diario a la iglesia, y él haría como que no se daba cuenta, que no valía la pena tener un disgusto entre ellos por media docena de beatas. El cura aceptó pero le dijo que ya en ese plan de no tener disgustos entre ellos, le advertía que iba a organizar a sus viejas ‘mochas’ para que con las demás señoras del pueblo, montaran guardia las 24 horas del día en la puerta del burdel (prestigiado establecimiento con música en vivo, servicio de comidas, bebidas y de amables señoras siempre acaloradas), hasta que doña Toña (la propietaria), se largara del pueblo con todo y pupilas: -Y a ver de a cómo nos va -añadió el sacerdote-, yo toreo a mi media docena de beatas y a usted a los hombres del pueblo, porque por usted este pueblo se queda sin templo y sin putas –y la vida siguió… unos rezando, otros pecando y todos en paz.
Los profesionales de la política, no los grillos y similares, los verdaderos profesionales de tan difícil oficio, a veces, algunos, acaban derrotados de tanto triunfar, por ese viejo y universal vicio capital: la soberbia. Consiguen lo que se proponen, dan órdenes que se cumplen con prontitud, son sometidos a lambisconería intensiva, solicitan favores que les son concedidos, todos (sí, también de esos… y de los otros), y acaban cegados por su propio resplandor. No son tontos, aunque sí hay políticos tontos, pero son rareza, casos de excesiva buena suerte que suele terminar en tragedia, privada o pública (o las dos).
Pero, igual, los políticos exitosos, siendo inteligentes y teniendo virtudes, a veces actúan con tino de asnos, sin percibir siquiera que los domina la soberbia, cuyo principal peligro es la sutileza con que se adentra en el seso y domina la voluntad. Sí.
Un primer síntoma de que alguien se ha contagiado de ese irremediable mal (nunca nadie se ha curado de eso: nunca), es la pérdida de temor al ridículo, nada les da pena, nada les da vergüenza, nada los contiene ni limita: creen realmente que todo hacen bien que nunca se equivocan. Y lo de que es incurable la soberbia es porque impide avivar el seso y despertar a la realidad de lo rápido que pasa un sexenio, lo pronto que llega la entrega, tan callando (disculpe usted, don Jorge Manrique).
Por eso en la Roma clásica, al regresar un general victorioso de una campaña, se realizaba la ceremonia civil y religiosa llamada ‘triumphus’ (de ahí nuestras palabras triunfo y triunfal), que era un desfile por las calles con él en un carro tirado por cuatro caballos, con una corona de laurel y toga púrpura bordada en oro para ser aclamado por la plebe y la nobleza. Tras de su carro sus tropas desarmadas, luego los prisioneros capturados y al final, el botín. Peeero, en el mismo carro tras él, iba un siervo repitiéndole con voz bien templada: ‘¡Memento mori!’, ‘Recuerda que morirás’, para que no se les subieran los humos ni se creyeran dioses, ni por encima de sus leyes y costumbres (¡vivos los romanos!).
Viene esto a cuento por la insistencia, ayer, de nuestro Presidente en que la Ley de Fomento de Confianza Ciudadana, es para “darle la confianza a la gente y quitar a inspectores de la Profeco, Salud, Economía, todos los que van de establecimiento en establecimiento”; bueno, ¡de cuándo acá el tenochca simplex requiere que lo supervisen!, cuantimenos, lo vigilen… falta de confianza.
Y se siguió de frente y sin retoque nuestro Presidente, diciendo que no descarta hacer lo mismo con los que hoy tienen por ingrata labor ir a leer el consumo de energía eléctrica. Cito: “Que lo hagan los propios ciudadanos con una tarjeta que diga ‘consumí esto’ y de acuerdo a un tabulador va y paga. Nada de ir a medirles, que la misma gente lo haga de manera responsable”.
No dijo que ya lo va a hacer, dijo que lo está considerando… bueno: ‘¡Memento mori!’
Sin sorna, por caridad, de cuates, que alguien de verdad leal a él, le diga que desde su anuncio de la posibilidad de rifar el avión presidencial, ya está en el terreno de lo cómico pues como dicen que dijo Napoleón: ‘De lo sublime al ridículo solo hay un paso’ -viendo arder Moscú porque los rusos antes de permitir que don Bonaparte se pavoneara por su capital, la incendiaron hasta los cimientos: ¡Tenga su conquista!
Nuestro Presidente no va a volver a ser candidato presidencial (a lo mejor decide presentarse como candidato a Senador… bueno, eso sería después, torciendo tantito el artículo 55 de la Constitución y adoptando el criterio ‘pro persona’ de la sentencia SUP-RAP-87/2018 y su acumulado de la Sala Superior del Tribunal Electoral… va a querer), pero ahorita, lo que importa es que este año, en octubre inicia el proceso electoral del 6 de junio de 2021, cuando se elegirán 500 diputados federales, 15 gobernadores, miles de integrantes de congresos locales y ayuntamientos, hasta un total de 3,495 cargos de elección.
Lo del INSABI ya dejó echando lumbre a 53 millones 530 mil 359 afiliados al Seguro Popular; el 44.7% de la población del país que sabe que le evaporaron derechos adquiridos, entre ellos: recibir servicios integrales de salud, medicamentos y no cubrir cuotas de recuperación.
Llegará ese proceso electoral y nuestro Presidente no tiene partido (Morena es él, nada más él), y aunque nos dejen pagar lo que nos dé la gana de electricidad, igual lo suyo es jugar con lumbre.