Por Gerardo Espinosa
Nada bueno puede esperar un país como México, urgido de profundos cambios que reviertan la deplorable situación en que se encuentran la mayoría de sus habitantes, que su destino por los próximos seis años haya quedado ligado a un grupo de personas que representan lo peor de la escoria de la política mexiquense, a políticos sin resultados efectivos, a traidores sin ideología y amigos con nula experiencia gubernamental.
La inclusión de Luis Videgaray, Alfonso Navarrete Prida y Emilio Chuayffet en el primer círculo del gabinete presidencial de Enrique Peña Nieto augura la repetición, ahora a nivel nacional, de los mismos vicios que ubican al estado de México como una de las entidades más endeudadas a nivel nacional, con profundos rezagos educativos y con graves niveles de violencia y de inseguridad derivadas de la incapacidad para gobernar y del asentamiento en dicho territorio de la mayoría de los cárteles del narcotráfico.
Dejar la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en manos de alguien como Gerardo Ruiz Esparza, que a pesar de su paso por la misma dependencia a nivel estatal cuenta con nula experiencia en un área tan sensible y tan estratégica para el desarrollo económico y el avance tecnológico del país como el sector de las telecomunicaciones, representa una jugada peligrosa que reitera la política del “chambismo” que privará durante el próximo sexenio.
El nombramiento de otro “chapulín” mexiquense como Francisco Rojas, al que se le recuerda como artífice del “Quinazo” y por obligar al expresidente Miguel de la Madrid a desdecirse de sus acusaciones contra Carlos Salinas de Gortari que por sus “logros” durante su paso por la dirección de Petróleos Mexicanos, representa el claro ejemplo de lo que el PRI entiende como “nuevo” y “moderno”.
Ubicarlo al frente de la CFE significa un premio a la ineptitud que imperó durante las muchas décadas de gobiernos priistas, que llevaron al desmantelamiento y a la quiebra de muchas empresas que pasaron a manos de la iniciativa privada en la primera etapa del neoliberalismo.
El que la mayoría de los integrantes del gabinete tengan muchos años en la política, como son los casos de Jesús Murillo Karam, Enrique Martínez y Martínez y Pedro Joaquín Coldwell, entre otros, no quiere decir que sean “experimentados”, sino más bien “vividores”, pues la mayoría cuenta con un pasado poco transparente como saltimbanquis en los diversos “cargos” que han ocupado.
Se equivocan quienes piensan que la inserción de nombres como Juan José Guerra y Rosario Robles representan un acto de pluralidad, pues el primero es un claro pago de favores a la labor de zapa del Partido Verde durante las pasadas elecciones, y el segundo es una estrategia- con una persona al frente que desde hace muchos años se encuentra alejada de la izquierda- que tiene la clara intención de “piratear” a nivel federal los programas de corte social que tanto éxito han tenido en la Ciudad de México,
Por si algo faltara, la aparición de José Antonio Meade -con un amplio trabajo en el área económica- en la Secretaría de Relaciones Exteriores debe ser calificada como otro desafortunado nombramiento, que a pesar de que forma parte del pacto firmado con antelación entre Felipe Calderón y Peña Nieto, no logrará revertir el nefasto trabajo realizado por los gobiernos panista en materia diplomática.
Finalmente, la casi total exclusión de las mujeres en la primera línea del gabinete presidencial representa un claro acto de menosprecio hacia dicho sector que debería de indignar a aquellas que se dicen feministas –como Rosario Robles-, pero que al verse beneficiadas del poder en esta nueva etapa del priismo han preferido guardar silencio que alzar la voz ante un presidente que, durante sus seis años como gobernador del estado de México, se caracterizó por el atropello y el menosprecio a los derecho de las mujeres.