Columna Política «La Ferias», Sr. López (23-X-19).- A tío Marco, los grandes le decían Chato (los niños, tío Chato), sin ninguna razón siendo tan narigón que pareciera estarle dedicado el soneto de Quevedo, ése de “Érase un hombre a una nariz pegado”… y sí, de verdad tenía una nariz superlativa. El caso es que tío Chato siendo tan rico, no era favorito de nadie de la familia materno-toluqueña por su oficio y por lo cargante que era su manía de calificar a los demás (para él las cosas eran blanco o negro, derechas o chuecas; la gente, decente o pelados; las mujeres, virtuosas o rameras), y dividía a nuestra especie entre ‘hijos de Dios’ (los católicos, ooobviamente) y el resto, todos herejes o paganos, cuyo destino indudable era “ad ínferos” (la condenación eterna), porque ‘fuera de la iglesia no hay salvación’, y toda la vida debía girar solo en torno a eso: nunca pecar y salvar el alma (siendo niño, eso calaba; ya doncel, sudaba uno de miedo). En una cena de año nuevo, tío Chato reconvino al impresentable primo Pepe (que ya andaba en sus 20 de edad; este menda de unos doce), diciéndole que por su conducta traía pase automático a la Gehena, el Infierno, según advierten los evangelios doce veces (Gehena era el basurero de Jerusalén en el Valle de Hinom, siempre con fuego -avivado con azufre-, pues ahí se tiraba todo, incluidos animales muertos y los cuerpos de los ejecutados; no existían Greenpeace ni Human Rights Watch). Pepe que las contestaba de aire, respondió: -Me voy a confesar, tío, gracias… y usted acuérdese del camello, no hay modo que entre al Cielo –y sí, en Lucas, capítulo 18, versículo 25, Jesucristo dice: “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. El tío se ofendió, los demás nos aguantamos la risa. Por cierto, su oficio era la usura, no le había dicho.
Ya quedamos (creo) en que la democracia es el peor de los sistemas políticos con excepción de todos los demás (frase que hay que revisar si la dijo Churchill, pero a él se le carga).
El enorme Antonio Escohotado (AE, búsquelo en la red, se va a sorprender, es un pensador inmenso, pero como es español, no tiene el jalón de los sajones), habla de ‘navegar en el caos democrático’, aceptando que la democracia le abre ocasionalmente el paso a ineptos, farsantes e hipócritas, pero si se mantiene la regla de las elecciones periódicas y libres, se autocorrige. Don Antonio, señor de hablar suave y grato, que de joven fue ‘rojo’ -comunista-, apaciblemente se declara converso al liberalismo y es un firme defensor del libre comercio (le recomiendo su tratado “Los enemigos del comercio”, tres tomos, más de tres mil páginas impecables).
El liberalismo tampoco es receta infalible ni panacea, pero mientras mantenga su esencia de asegurar igualdad jurídica y de oportunidades, es irrebatible y genuinamente democrático; y con el complemento del comercio libre, asegura la competencia, la movilidad social y el fin de la sociedad caciquil, totalitaria, conservadora (en su verdadera acepción: “conservar” el pasado, que nada cambie, que todo siga igual y el pobre nazca pobre y muera pobre, mientras el señorito, por nacer en esa condición, por sus privilegios y sin esfuerzo, viva y muera en la planta ‘pent house’ de la sociedad, ajeno al peladaje).
El auténtico liberal y demócrata debe entender que de repente, mediante votos, se hagan con el poder, comunistas, socialistas, centristas o babosos (y también populistas).
Cantar el fin del comunismo y el fin de la historia, es un error de apreciación y anemia de lecturas: el comunismo en sus distintas presentaciones está en el planeta hace dos mil años (nota urgente: comunismo no es el de Cuba; lo de la isla es un régimen totalitario, represor, no democrático, caciquil, muy corrupto y de pena ajena; tampoco fue comunismo el de Mao en China y ahora menos, que se van moviendo hacia el centro, muy campechanos, y se echaron de cabeza sin pudor, al comercio, con algo de éxito, parece).
El socialismo por su lado, debe observarse con mayor atención, pues el verdadero, es “un programa político que respeta libertades e instituciones” (don Antonio, dixit); habiendo otro que una vez hecho con el control del gobierno, impone “un programa que solo se establece y mantiene con censura, represión y desprecio de las libertades” (frase de AE); por eso el primero evolucionó a socialdemocracia y el otro sigue en su macho.
No es difícil distinguir qué conviene y qué no conviene a la sociedad. Los sistemas, programas o gobiernos, siembran concordia o discordia; respetan la ley o la tuercen; se someten a las instituciones o las dinamitan. Unos convencen y toleran, otros aplican “el terror como atajo a la virtud” (AE); virtud predeterminada e impuesta, con y sin explicaciones (por eso reventó y se deshilachó la Revolución Francesa: horrorizó a sus propios defensores, al pueblo y al resto de Europa).
Otro indicador de que algo anda mal en un régimen, sistema o jefe de Estado, es que se autonombre redentor, guía, líder, mesías. Mal común a extremas derechas (Hitler, Mussolini, Franco, por ejemplo), y a izquierdas muy siniestras (Lenin, Stalin, Fidel Castro).
Mucho cuidado debe tenerse con el maquillaje legal de gobiernos ‘salvadores del pueblo’ (a veces sinceramente lo creen), que muy lejos de ser enemigos del conservadurismo, disfrazados de izquierda o de liberales, reforman y adaptan las leyes a su conveniencia (nada de lo que hizo Hitler fue ilegal, nunca… ¿y?).
La precaución con eso es grave, pero la buena noticia es que su diagnóstico es fácil: emiten leyes a su medida e interés; burdamente y con descaro descalifican, neutralizan, acorralan o corrompen instituciones. Algo de eso hizo el peñanietismo (¡fuchi!, ¡guácala!), y algo de eso se está haciendo ahora, gracias a una clase política cundida de mediocres, trepadores y analfabetos funcionales, con los consabidos corruptos enmascarados, validados por un movimiento (Morena), que el país no tendría por qué desperdiciar y lleva ese derrotero fatal.