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Culhuacán

Crónica Chilanga, por Jimena Quintana.- “Lo que más me gusta de mi ciudad es que nunca duerme” –le contaba a un amigo mientras caminábamos en uno de los tantos parques citadinos. Y es que no importa qué hora sea, siempre hay carros circulando, gente en las calles deambulando, perros ladrando, personas trabajando, etc. El movimiento en la ciudad es tan persistente que es inevitable abrumarse cuando uno deja de ser parte de ese movimiento un segundo y se para para contemplarlo. Por supuesto la ciudad no siempre tuvo el mismo movimiento, aunque eso sí, siempre ha sido dinámica.

En el oriente de la ciudad, justo a las faldas del Cerro de la Estrella, se encuentra el ex convento de Culhuacán. Este nombre quiere decir “lugar de culhuas” en náhuatl, aunque su significado está ligado con la figura del cerro, que se representaba encorvado.  Precisamente por la joroba es que se aludía a la sabiduría de los ancianos y, dicen los que saben, al bastón de Quetzalcóatl. Era, por tanto, un lugar de sabiduría, un lugar tranquilo para reflexionar.

Tras la llegada de los franciscanos, a estas tierras nuestras, con el firme objetivo de evangelizar, y siendo hombres de fuertes inclinaciones por la naturaleza, no pudieron más que fundar una misión en este sitio para después cederlo a los Agustinos, quienes construyeron el convento que aún podemos apreciar. El tiempo es inclemente para todos, y no dudó en deteriorar la magnífica edificación agustina de piedra basáltica. El agua, el polvo, el moho y el viento hicieron su parte y aún se sigue restaurando cada uno de los rincones. Fue olvidado por muchos años y estuvo a punto de perderse para siempre.

La mancha urbana ha devorado por completo al ex convento de Culhuacán. Ahora se encuentra sobre la avenida Tlahuác vía importante del sureste del DF. Ahora también pasa por ahí el metro de la línea 12 que está a punto de estrenarse. El ex convento se encuentra rodeado de la modernidad, pero sigue impasible. Abrió sus puertas, como siempre lo hizo, para todo aquel que busque un poco de tranquilidad, un poco de recogimiento.

Su entrada es empedrada y enseguida presenta un esplendoroso lago. El lago de agua esmeralda cuenta con miles de peces acostumbrados a las visitas de los vecinos. Se encuentran grandes y gordos, esperando ser alimentados. Los niños se reúnen en las orillas para verlos comer sorprendidos de la voracidad de los peces. Las familias se reúnen y llevan su comida para disfrutarla junto al lago. Algunos caminan alrededor del lago o llevan a sus hijos a  pintar dibujos ya impresos en un caballete hecho especialmente para niños.  Desde medio día las actividades en el auditorio comienzan, ya sea un baile árabe, músicos o exposiciones temporales como la más reciente “De la Milpa a la mesa” que tenía por objetivo revalorizar nuestras tradiciones culinarias, específicamente, del maíz.

La recuperación de este espacio no ha sido sólo la restauración del inmueble, o la conservación de sus frescos del siglo XVI, es sobre todo el acercamiento de esas familias a adueñarse de un espacio concebido desde primeras épocas para ser suyo.

Esta zona no es la más acaudalada de la ciudad, y mucho menos la más tranquila, es por eso que resulta excepcional entrar a éste lugar y respirar la pasividad que te invade a cada paso que das. Ese contraste entre pasado y modernidad, entre dinamismo y pasividad es lo que hace del barrio de Culhuacán un “Barrio Mágico”.

 

 

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