21 de mayo del 2018.- Un nuevo informe de la agencia que combate las drogas ilícitas y la delincuencia internacional expone que, en Afganistán, el cultivo de opio permite a las familias rurales, y generalmente empobrecidas, adaptarse a los desafíos sociales y económicos.
La producción de esta sustancia se ha convertido en la base de la subsistencia de muchas comunidades en el país. Según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, este mercado ilegal aleja la inversión y favorece a los grupos insurgentes, sirviendo como forma de financiación.De hecho, se estima que el año pasado, el sector proporcionaba empleo a cerca de 354.000 trabajadores locales e inmigrantes y que los salarios llegaban a duplicar los de otras actividades agrícolas.
Pero mantener este mercado conlleva un alto coste dado que, al atraer inestabilidad y violencia, desalienta la inversión pública y privada. Esto conduce a un círculo vicioso en el que la inseguridad, a su vez, incentiva la producción de drogas, que en el caso del opio ha aumentado un 63 % en el último año.
Gobierno, inseguridad y drogas
El documento establece un vínculo directo entre la falta de control gubernamental, la inseguridad y la creciente producción de opiáceos.
En un país como Afganistán, donde las autoridades carecen del poder suficiente para mantener el orden y la estabilidad, el cultivo de esta droga solo facilita la labor de los insurgentes y los opositores. De hecho, se estima que, en 2017, estos grupos percibieron entre 116 y 184 millones de dólares por medio de “impuestos” que gravan la producción.
El problema de los estupefacientes requiere, por lo tanto, una estrategia integral con soluciones a todos los niveles: para hacer frente al cultivo de opio, se necesitan instituciones sólidas, capaces de ofrecer alternativas de subsistencia a sus ciudadanos y hacer frente al comercio ilegal.
Una responsabilidad internacional
Pero el problema del opio no atañe solo a Afganistán. De hecho, los grupos afganos reciben generalmente los beneficios de la producción, mientras que su venta y distribución se producen en países de Europa y Asia, generando cantidades muy superiores. En 2015, por ejemplo, se estima que el tráfico de opio y heroína generó cerca de 28.000 millones de dólares, más que el producto interior bruto de Afganistán.
Por lo tanto, la responsabilidad de frenar la producción de opio en el país también depende de que la comunidad internacional combata el tráfico de estos estupefacientes. Las medidas deben abordar todas las fases de la cadena de suministro, desde su origen