Por Gabriel Mendoza.-
Hace apenas un par de semanas que Brasil superó al Reino Unido como la sexta economía del mundo. No es un logro menor, habida cuenta de que veinte años antes estaba sumido en una profunda crisis económica y social. Sin que sea el paradigma de sociedad igualitaria y aún con todos los achaques atribuibles a un desarrollo disparejo entre sus regiones, Brasil emerge como una potencia media en el contexto mundial debido -entre otras cosas- a que tomó hace una década la atinada y atrevida decisión de llevar al poder a un gobierno de izquierda. Para muestra tres botones: duplicó su producción agrícola en menos de una década, redujo a la mitad su población en pobreza extrema y sustituyó una economía dependiente del combustible fósil por una sustentada en combustible alternativo. Y por si fuera poco: encontraron petróleo ya cuando no lo necesitaban. ¡Ái nomás pa’ que le calen! dirían mis paisanos de Jaripo…
Los gobiernos de izquierda democrática, salvo contadas y deshonrosas excepciones, privilegian la esfera de lo colectivo antes que el mundo de lo individual. Tienden a igualar, en un sentido positivo, las oportunidades de los ciudadanos. Las políticas públicas emanadas de éstos gobiernos están diseñadas para garantizar una competencia equilibrada entre los sectores productivos y nuevas formas de relación, mas sanas y horizontales, entre los gobernados, así como más transparentes y equitativas entre éstos y el gobierno. Es natural que una sociedad progrese y se vigorice en tales condiciones, si se tiene el cuidado y el buen juicio de refrendar a la izquierda en el poder durante los mandatos que sea necesario.
En México, por razones diversas que dado el espacio disponible para este artículo no podemos detallar, la izquierda todavía no ha tenido la oportunidad de gobernar a la nación. Ése, sin duda, es uno de los motivos por los que nos encontramos en el lugar catorce de la tabla, en vez del séptimo u octavo que pudiera correspondernos. En estricto sentido, no debiera de importarnos que tan encumbrados estemos en el contexto internacional, siempre y cuando las condiciones de vida de todos fueran alentadoras, cosa que no sucede. Uno de los sofismas preferidos de la derecha es que la recuperación económica es pujante pero no ha llegado hasta el bolsillo de los mexicanos. Sofisma digo porque, si la recuperación económica no ha llegado al bolsillo de los mexicanos, sencillamente no existe: la economía nacional es el bolsillo de los mexicanos.
Se abre la oportunidad, ahora, de cambiar las cosas. No parece factible, dada la avalancha de publicidad, desinformación y banalidad que suscitan las campañas televisivas, que la izquierda pueda remontar hasta vencer al candidato del mal llamado centro (en política la posición centrista es otro sofisma) Esperemos -con singular optimismo y algo de ingenuidad- que la izquierda logre sobreponerse a tal contexto y reciba su oportunidad histórica de igualar las condiciones en las que se encuentra México; que logre darle piso firme a un desarrollo que avanza, sí, pero a paso de tullido. Esperemos que el electorado pueda hacer uso de su sentido común, que de todos es sabido es el menos común de los sentidos. De no ser así, ya tendremos tiempo de lamentarlo.