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«Todo lo que estaba a menos de dos metros de altura está destruido», en Paiporta, España

04 de noviembre del 2024.- Un grupo de jóvenes amigos de la falla Plaça Cervantes de Paiporta se reúne este lunes frente al ayuntamiento, como cada día desde la tragedia de la DANA. Se abrazan, algunas no se habían podido ver todavía, y rompen a llorar e incluso reír. Entre cervezas y barro, juntos desenmarañan el estado de shock, después de haber perdido casi todo menos la vida.

«La sensación es de impotencia», dice Alberto Betes, uno de los paiportins reunido junto a la Rambla del Poyo, zona cero de la catástrofe del pasado martes. La planta baja de su casa está destruida y su padre ha perdido la tienda de indumentaria valenciana que regentaba en el pueblo, pero en sus ánimos se encuentra la resistencia del que no le queda otra que seguir adelante.

Cinco días después de la noche de la riada, Paiporta ha recibido al fin a las decenas de efectivos y maquinaria de la Policía y el Ejército que desde anoche mueven los coches arrastrados por el agua. Muchas calles siguen impracticables: los restos de barro y escombros mantienen a personas mayores recluidas en sus casas y las manos de los voluntarios no bastan para levantar el desastre.

«Todo lo que estaba a menos de dos metros de altura está destruido. Los autónomos han perdido locales, furgonetas, no queda nada», nos cuentan. La tragedia no acabará cuando se haya limpiado todo el barro, pero de momento se centran en ese objetivo que todavía parece inmenso.

El Ejército y policías de toda España ya trabajan en Paiporta
En torno al auditorio municipal, los voluntarios que reparten víveres se cruzan ahora con los agentes venidos de toda España para ayudar. Llevan uniformes de policía gallega, extremeña o navarra, mientras lideran los trabajos para despejar las vías y los puentes que unen el pueblo a un lado y otro del barranco. Algunos militares tienen acento andaluz, igual que dos chicos que traen una furgoneta llena de material de limpieza, comida y enseres de higiene.

Sin farmacia o centro de salud, el colegio centraliza las donaciones. Un ciclista llegado desde Valencia saca medicamentos de su mochila y dos vecinas se acercan para preguntar por botas de agua, imprescindibles para dar un paso fuera de casa y poder seguir limpiando. «Todavía no hay, no. Todas las que llegan, salen», les responde la encargada. La lluvia que cayó en la víspera ha ablandado el barro cuando comenzaba a solidificarse y, junto al agua, la lejía o los instrumentos de limpieza, se han convertido en el bien más preciado este lunes en Paiporta.

La escasez de comida ha sido otro motivo de preocupación. Hombres, mujeres y familias con niños hacen cola para recoger los bocadillos que reparte la ONG World Central Kitchen. Desde este lunes cuentan, además, con un autobús de ida y vuelta a la ciudad de Valencia.

También por primera vez desde la riada, algunas calles del centro han vuelto a estar iluminadas, gracias a la instalación de los servicios de emergencia. La noche, que cae en torno a las 18 horas y solía significar el inicio de los saqueos y pillajes, da menos miedo desde entonces, aunque las casas del casco antiguo continúan sin electricidad y sin agua.

«Sin los voluntarios no hubiera sido posible»
El olor ácido, como el de un vertedero por la acumulación de basura, se superpone al escenario bélico. Las armas en esta ocasión tienen forma de pala y escoba. «Gracias a los voluntarios, sin ellos no hubiera sido posible». Las mismas palabras, casi sin variaciones, se repiten en cada uno de los vecinos de Paiporta con los que hablamos, como Paco.

Este hombre de 63 años nos muestra las marcas de agua de su casa, que alcanzan los dos metros de altura. Su mujer y su hijo pudieron salvar la vida al subir rápidamente al segundo piso, porque la inundación creció en cuestión de minutos. Su «suerte» se sostiene en una serie de casualidades encadenadas el día de la DANA: que no le pillara la inundación en el coche por retrasarse unos minutos en salir de Valencia, que una puerta estuviera abierta e impidiera una mayor acumulación del agua…

Ahora, Paco se emociona al recordar la ayuda de sus compañeros de trabajo para limpiar la vivienda junto al apoyo de las «cuadrillas de chicos» voluntarios. Mientras, otro de esos grupos de jóvenes embarrados limpia la casa de enfrente, bloqueada hasta este lunes por una torre de coches: «Mi amiga nos pidió ayer ayuda para limpiar la casa de sus abuelos y hemos venido».

Por toda Paiporta, cadenas de voluntarios continúan el trabajo para el que sienten que aún se necesitarían muchas máquinas y efectivos profesionales más.

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