Columna Política «Diputado 501», Por Antonio TENORIO ADAME (16-X-2022).- El Día de la raza, 12 de octubre de cada año, no fue recordado como la llegada de Colón en 1492 al continente americano,
A partir de 1913 fue una propuesta para unir la América ibérica, y en 1928 José Vasconcelos pensó en un sincretismo cultural abriendo paso a una raza mestiza diferenciada de la anglosajona.
Hoy las desigualdades que originó la conquista del continente aún persisten en la marginación de los pueblos originarios o comunitarios marcados con profundas desigualdades sociales.
El dilema que se abre al futuro gira en torno a su ¿desaparición o transformación de México?
DEBATE EN LO GENERAL
Las naciones surgen, se dividen, se transforman y a veces desaparecen, como reseña el hermoso poema del griego Constantino Kavafis, “Y de esa gigantesca expedición panhelénica, la victoriosa e ilustre….de quien nacimos nosotros un mundo griego inmenso, nuevo…Con opulentos estados, con la acción sútil de nuestros gobernantes. Y nuestra común lengua griega, conocida por todos desde Bactria hasta la India”. Esa fue en el Siglo V a.e. la nación panhelénica basada en la unidad del idioma, hoy en el olvido.
Así como los pueblos se transforman, también los Estados son sujetos de cambio y remodelación como ocurre al desentrañar su origen y modos adoptados. Ya que los Estados surgieron a fines del feudalismo para poner término a la fragmentación de los espacios marcados por la realeza, fue a la vez una integración territorial política, militar y económica.
El Estado como figura política de gobierno, control de dominio militar de un espacio determinado por sus fronteras y de mercado, surgió con los convenios de Westfalia en mayo de 1648, que pusieron fin a la Guerra de 30 años, en la cual el imperio español reconoció su derrota ante los Países Bajos.
La memoria nacional registra como desaparición del México originario o fundacional, la derrota de Tenochtitlan, 21 de agosto de 1521, al fundarse la Nueva España.
A su vez, ésta fue transformada por la Independencia, entre 1810 a 1824, por lo que se refiere a su población y régimen político, llamándolo Estados Unidos Mexicanos; en tanto, en 1838 Texas se separó; en 1848 la mitad del territorio nacional fue sustraída por el ejército del presidente estadounidense James Polk, y en diciembre de 1853 Santana vendió en diez millones el territorio de La Mesilla. Ese es relato breve de nuestro querido México.
DEBATE EN LO PARTICULAR
Los Estados nacionales por definición son iguales entre sí, pero en la realidad pesa una diferencia sustantiva que lleva no solo a la diversidad sino a la marginación con aquellos que registran el potencial mayor de sus capacidades; prevalece una brecha de inequidad y marginación entre ellos conocida como desigualdad asimétrica, donde las tasas de desarrollos serán progresivamente más altas en el país de mayor desarrollo.
Entre la creación del Estado nación de los Estados Unidos (1787) y el de México (1824) operó una diferencia cronológica de poco más de cuatro décadas, lo que a primer análisis parece menor, no obstante, la maduración institucional fijó la diferencia porque México no logró la estabilidad gobernante sino hasta 1917 con la promulgación de la Constitución, donde se inscribieron los derechos propiedad originaria de la nación y los derechos sociales.
Con el reparto agrario y la expropiación petrolera durante el régimen de Cárdenas se logró impulsar el progreso del país, principalmente durante el periodo del “desarrollo estabilizador” (1954-1970) cuando la economía nacional obtuvo altas tasas de crecimiento. Ese incremento sostenido se interrumpió con la introducción del modelo neoliberal encabezado por la formulación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, (1994), renovado con la firma del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (2018). El país dejó de crear empleos bien remunerados en cantidad suficiente y el consumidor encontró artículos de baja calidad.
El Estado liberal social mexicano supo equilibrar la propiedad comunitaria originaria con la propiedad privada, ese equilibrio se rompió con el estado neoliberal que privilegio los derechos de privatizadores del patrimonio ejidal y comunitaria. El despojo privatizador tuvo como beneficiarios a la hotelería y fraccionadoras, así como jubilados y retirados estadounidenses.
Ciertamente el convenio aduanero comercial (TMEC) llevó a la economía mexicana al estancamiento estructural de un poco más de medio siglo, a pesar de recibir el 70% de la inversión directa del país.
La migración mexicana más allá de la frontera norte al residir 10 millones en territorio de la Unión América representa un monto de población latina en conjunto de 30 millones, cuya aportación al mercado internacional representa la 7ª economía internacional; su importancia es ascendente por constituir la primera minoría étnica con incremento en su tasa poblacional, además de contar con una base espacial territorial e idioma también.
En tal virtud, el científico social francés Alaín Roquieu (2017) se pregunta ¿México, país Norteamericano?, añade “No hay otro lugar donde vivan lado a lado dos sociedades tan diferente, donde nada es igual, la lengua, la religión, la composición étnica y toda su historia». Cierto, nada es igual pero cada vez parecen disminuir las diferencias.
Al menos así lo dicen las encuestas de la Casa Heras Dunotecnía al preguntar a ciudadanos mexicanos si les agrada vivir en su país, el 48% prefiere otro país frente a 33% que acepta, lo que explica que el 17% piense en mudarse a otro país y el 37% se motive de igual manera, solo que ocasionalmente.
Ahora bien, con respecto a su identidad histórica, derivada del mestizaje indio español, más de la mitad, 54%, prefiere fuera otro país y no España que conquistara México; al respecto, la jerarquía de prioridades prefiere que sus ancestros fueran originarios de Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Rusia y China. Todo lo anterior deriva de la débil política de identidad nacionalista mexicana, en contraste del desbordado torrente de intercambio cultural y migratorio
Ante el fenómeno migratorio mexicano a los Estados Unidos no existe una política de Estado racional que explique las causas y consecuencias; por el contrario, las autoridades sin excepción de filiaciones partidistas festejan el envío de remesas cada vez mayores, sin percatarse que la nación se desprende del bien más preciado que son sus propios hijos.
VOTACION ABIERTA
Entre las políticas públicas de la administración federal sobresale la de “doble nacionalidad” en 1997 y reconsiderada como la “no pérdida de nacionalidad”, reforma que atañe al artículo 30 y 37 de la Constitución.
Dos problemas sobresalen, entre otros, ante una otorgación de la nacionalidad tan laxa; el de la lealtad y el de la seguridad nacional. El primero rebota ante un conflicto bélico entre las naciones; el dilema surge ante la definición a cuál de las dos nacionalidades se mantiene la lealtad, ¿a la de origen o la de destino e interés?, ¿la de mayor jerarquía?
En cuanto a la seguridad nacional se debe mantener, pero, sobre todo, hacer vigente este principio para evitar que agentes con otra o más nacionalidades ocupen cargos públicos estratégicos donde se toman decisiones fundamentales para el Estado.
En la vida cotidiana no se aplica dicha reserva, como es evidente con ciertos gobernadores y presidentes municipales de estados fronterizos, también ocurre con determinados legisladores federales del Congreso. Solo por resaltar lo más evidente.
Al respecto existe un desdén de los poderes federales.
La nación mexicana se disuelve día a día, se deslava ante nuestros ojos sin perturbar la tranquilidad en apariencia inocente, pero, sobre todo, al temor de desaparecer también en el México de los desaparecidos.