Columna Política «La Feria», Sr. López (27-IX-2021).- Esta era una fábrica que dio de comer a algunos centenares durante décadas. Los que la heredaron resolvieron que en adelante se decidiría todo entre todos los trabajadores. Así, con gran alegría, eligieron al Consejo de Administración, al Gerente General, a los de Contabilidad y Recursos Humanos, a los responsables de Producción y a los vendedores. Al quebrar, los que la habían heredado dijeron que quedaban con el orgullo de haber respetado los derechos y dignidad laboral de todos los obreros y personal administrativo, y con la satisfacción de haber dirigido la empresa sin afán de lucro y sin clasismo, con verdaderos criterios de igualdad de derechos; despidieron a todos deseándoles la mejor de las suertes para encontrar otro empleo; hubo mariachi. Colorín colorado…
En México tenemos un régimen democrático; una de las cosas que eso significa es que elegimos mediante comicios universales a la cabeza del Estado y al cuerpo legislativo federal; y con elecciones locales a los gobernadores, ayuntamientos y los diputados de los congresos estatales.
No hay sufragio universal para elegir a los magistrados de la Suprema Corte, a los jueces ni a los fiscales; tampoco votamos para nombrar a los secretarios del Gabinete, ni al Gobernador del Banco de México, a los mandos militares o los cuerpos de auditoría encargados de la fiscalización superior y de auditar el ejercicio del erario… bueno, no pasa por las urnas casi ninguno de los integrantes de la administración pública. Está bien, no dejamos por eso de ser un país democrático.
Pero hay cosas que tenemos tan a la vista que dejamos de verlas: la elección mediante votación abierta a toda la ciudadanía, del Poder Ejecutivo y el Legislativo, no nos da los resultados que quisiéramos, que se supone queremos, que deberíamos querer. La legal elección de alguien no garantiza nada.
Hemos tenido presidentes de la república y gobernadores muy presentables, sí, pero también de pena ajena: frívolos, libertinos, borrachines, intolerantes, ignorantes, cobardones, vengativos y -no me lo va a creer-, hasta algunos ladrones.
De la misma manera nuestros cuerpos legislativos, el federal (senadores y diputados), y los 32 estatales, suelen componerse por un hatajo (va con “h”), un hatajo de acémilas que por más que hayan sido elegidos libremente por la ciudadanía, al ocupar sus escaños no se les quita lo ignorantes, zafios, improvisados, negligentes, avariciosos, irresponsables, holgazanes y otras lindezas como no haber leído en su vida la Constitución.
Se apresura a añadir el del teclado que a los cuerpos legislativos del país los lleva a cuestas un siempre minoritario grupo de parlamentarios bien preparados y responsables, junto con las unidades administrativas de expertos funcionarios de carrera que los auxilian (que no llegan al cargo por vía electoral).
Dirá algún entusiasta de la democracia -modo chancla pata de gallo-, que eso está muy bien, pues los congresos deben representar a la población y así somos la mayoría (ignorantes, zafios, improvisados, negligentes, avariciosos, irresponsables, holgazanes y no hemos leído en la vida la Constitución). Bueno, tal vez. Uno hubiera pensado que los legisladores deberían reflejar lo mejor de la sociedad.
Nadie protesta porque para contratar a un empleado se le haga un estudio socio-económico-familiar y exámenes para verificar su preparación para el puesto; nadie se extraña de que se le hagan pruebas psicológicas para no elegir a un amnésico, a un sociópata con tendencias al asesinato serial, con rechazo a la autoridad; tampoco nadie se opone a que se practiquen exámenes médicos para no emplear a un infectocontagioso ni a un adicto a la heroína o un alcohólico crónico expulsado siete veces de AA.
Si todo eso se ve como lo más normal, por ejemplo, para contratar a un auxiliar de contabilidad, quiero que se imagine la clase de escándalo monumental que se armaría en el país si se presentara una iniciativa de Ley de Selección de Candidatos a Cargos de Elección Popular. Ardería Troya. Se diría que es un atropello al derecho ciudadano “consagrado” en el artículo 35 de la Constitución: “Poder ser votado para todos los cargos de elección popular (…)”.
¿De veras cualquier loco, imbécil, ignorante o bandido, tiene derecho de ser titular de un Poder Ejecutivo?… ¿de veras cualquier barbaján, cernícalo, puede ser legislador?… tenemos los resultados a la vista, nos contentamos con hacer bromas amargas, nos quejamos… y volvemos a votar.
Podrá tener muchos bemoles establecer los criterios mínimos que hagan elegible a alguien para un cargo de elección popular, pero como vamos, no vamos bien. Nunca se ha intentado en ninguna parte del mundo pero eso no atenúa la cada vez mayor evidencia de que la autoselección vía partidos políticos, no filtra de alimañas al Ejecutivo ni al Legislativo. Y confiar en la sabiduría de la ciudadanía al ejercer su voto, es un mal chiste.
No tiene respuesta este menda a los muchos problemas que plantea examinar la idoneidad de quienes desean acceder a cargos de elección, tal vez sean insalvables, pero para ser legislador, si no se puede imponer el requisito de ser licenciado en Derecho, entonces que cuando menos tengan obligación de tomar un curso sobre principios del Derecho.
Como esto es un sueño que no será realidad, tal vez algo ayudaría que los partidos políticos estuvieran obligados a reembolsar al erario el importe del gasto de sus candidatos derrotados. No son bromas postular cafres o incompetentes.
Allá en el lejano 1934, Sofía Bozán, ‘La Negra’, estrenó en Buenos Aires, el tango Cambalache de Santos Discépolo, escrito como amarga queja contra los gobiernos de la ‘Década Infame’… dice
¡Qué falta de respeto!, ¡qué atropello a la razón!/ ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!… ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!/ ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!/ Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos.