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Coprolalia (Columna Política «La feria»)

Columna Política «La Feria», Sr. López (19-VII-2021).- Tío Sam se llamaba Samael pero ni modo de decirle así. Fue el peor marido en la historia de Occidente, Australia incluida. Lo que se le ocurra que un mal marido pueda hacer, hacía, y lo sufrían en equipo su esposa tía Minita y sus cinco hijos. Él tenía una joyería en los portales de Toluca que le daba para ponerse diario ciego de borracho y como no daba gasto, la tía cosía, bordaba, hacía pasteles y milagros para alimentar a su prole… pero de un día para otro, el tío, sin aspavientos ni Alcohólicos Anónimos (que ni había), dejó de beber, entregaba a su esposa cada día lo que entraba al negocio y se transformó en un rectísimo y muy riguroso marido y padre de familia, tanto, que tía Minita un día le confió a la abuela Virgen (la de los siete embarazos), que ella y sus hijos preferían al antiguo Samael: -De veras, Virgen, esto es peor –decía con la voz quebrada. Cosas veredes.

Es cierto que en el siglo pasado mexicano, el régimen priísta durante decenios no fue un modelo de democracia pura destilada de Atenas. No había tolerancia política pero ser opositor no era un riesgo para la salud, a condición, claro, de serlo dentro de los cauces permitidos -no escritos pero bien sabidos-, y de no temer al ridículo, pues no había elecciones como ahora y ser candidato a algo contra el PRI, era chacota; y también se debe aceptar que en aquellos tiempos ya idos, oponerse al ‘sistema’ en serio y con las armas en la mano, era garantía de persecución, cárcel y no raramente, de súbitos funerales.

Igualmente es verdad que cuando menos durante los primeros 50 años del priismo imperial, la prensa se uncía voluntariamente -cobrando-, al yugo del gobierno, que sin censores, con el monopolio del papel periódico entre otros instrumentos, se  aseguraba que jamás se criticara al Presidente ni a los principales componentes del andamiaje de control político del país, lo que extrañamente de entre una maraña de periodismo bajuno y de baja estofa, produjo otro de muy alta calidad con reporteros cinco estrellas y sesudos columnistas de buena pluma que se leían con avidez por lo que no decían pero aludían y entendían sus avezados lectores. Se hilaba muy fino.

En ese potaje, los derechos ciudadanos eran una caricatura, teníamos ‘garantías’ graciosamente concedidas, no derechos reconocidos por el simple mérito de ser personas.

Todo eso es muy cierto, pero a aquél esperpéntico régimen, no se le pueden regatear algunos no pocos aciertos: recibieron un país de analfabetos y lo entregaron con un sistema de educación que por más defectos que tenga es sideralmente superior a lo que había en 1930, con no muchas pero no pocas universidades estatales e instituciones de educación superior muy serias, aparte de la Nacional Autónoma de México y el Politécnico, con su Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, respetado aquí y en China (literal). Y de un país con cero atención masiva de salud para la gente, nos lo entregaron con una expectativa promedio de vida del doble, de menos de 40 años a cerca de 80… algo hicieron bien. 

Ese sistema que no debió mantenerse de más en el poder, fue origen de la expresión “milagro económico mexicano”, que nos endilgaron desde Europa. Por algo sería. Ese régimen empezó aislando al país del resto del mundo y nos lo entregó incorporado al concierto de las naciones en Derecho y relaciones comerciales. Y ese modelo político, aunque tarde y empujado por la realidad imperante en el resto de mundo libre, supo entregar el poder sin un mal modo. Eso cuenta.

Hoy, ese México parece que nadie lo recuerda. Hoy todo se vale: oponerse, criticar y cambiar de partido como de prenda íntima; hoy los políticos pueden decir y dicen lo que se les ocurre y los legisladores, también, pero nada más en el Congreso federal que en la mayoría de los estados el calendario se atoró en 1940.

Como sea, el México de hoy presenta avances no despreciables respecto de lo que malamente se nos hizo costumbre a los que vivimos durante el priismo triunfante. Muy bien. Se nos reconocen en el primer artículo de la Constitución los derechos humanos que nos pertenecen por el solo mérito de respirar con regularidad. Las elecciones con todas las mañas que usted quiera, son reales, sí se cuentan los votos y cuando la gente sale a votar y lo hace masivamente por alguien, gana y se aguanta el gran poder, que ahora las trampas son de “ingeniería electoral” y no en las urnas. Los opositores legales no son prospectos al martirio y los opositores ilegales hacen lo que les pega la gana, sabedores que en caso extremo, les pondrán una “mesa de negociación”.

La prensa en todas sus presentaciones es libre, tan libre que un sector de ella se vende y renta para disfrutar las mieles de la autocensura y el otro constituye un verdadero frente de resistencia al gobierno que investiga y expone; eso antes era jugarse la vida y hoy -¡qué horror!- es riesgo de que el Presidente les diga de cosas en la mañana tempranito y en caso extremo, les haga guerra comercial, pero a nadie mandan matar (que los periodistas asesinados son casos del ámbito estatal y por causas diferentes a su postura política, todo hay que decir).

Y nada de eso es mérito del actual gobierno federal, faltaba más, que se consiguió desde hace unos 30 años por otros que se jugaron el lance de cambiar al país para bien.

Lo que sí es de la responsabilidad de este gobierno federal son otras cosas: una gesta contra la corrupción sin resultados; un retroceso escandaloso en materia de salud pública; un injustificado apoyo en los hechos a la peor expresión sindical del sector educativo; la coagulación de la economía nacional (sin contar la pandemia); y un gravísimo empeoramiento de la seguridad pública, ya imposible de recuperar en el mediano plazo.

Este gobierno intentó lo imposible: regresar al pasado de la presidencia omnipotente. Quedamos peor: la terquedad como sustituto de la autoridad; la mentira en reemplazo de los resultados y en vez del imperio de la Palabra cabal, la coprolalia.

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