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Mágica decencia (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (04-II-2021).- La hija mayor de los abuelos paternos de este López, tía Elsa, era una digna representante de Autlán de la Grana, Jalisco: aflojaba adoquines al cruzar la calle y al verla, perdía el paso un desfile militar. Contaba la abuela Elena que un mocetón bien plantado estuvo dando lata para tener permiso de ponerse de novio de ella (costumbre ya olvidada del pleistoceno mexicano), lo que el abuelo Víctor con amabilidad, repetidamente le negó sin aludir a que el doncel tenía peor prestigio en el pueblo que Juan Charrasqueado, hasta que un día la abuela que no era de trato suave como el buenazo de su marido, se las cantó claras: -No con su fama y deje de molestar –el joven contestó muy bravo que eran mentiras, chismes, y la abuela atajó: -Pues por mentiras, con las ganas se queda… regrese cuando se haya hecho buena fama –no volvió, agregaba sonriendo.

Ahora tenemos muy claro que la presunción de inocencia es un principio de elemental respeto a los derechos humanos de quienes por pura mala pata estén acusados de haber cometido algún delito: todos son inocentes hasta que un juez diga lo contrario. Suena bonito, es bonito. Había de ser incorporada la presunción de inocencia como mandamiento de la Ley de Dios: No considerarás culpable a nadie hasta que sea debidamente juzgado. ¡Sí se puede!

Aplica lo anterior especialmente a los que reciben cargos en el gabinete federal o quieren ser candidatos de Morena a cargos de elección popular. Caso de estudio: Félix Salgado Macedonio, cuya aspiración a ser candidato a gobernador del estado de Guerrero no puede vetarse por acusaciones de que es un gañán, violador, golpeador y abusador de mujeres; el caballero es inocente hasta que un Juez diga lo contrario y tiene intactos sus derechos cívicos, aclaró un tal Mario Delgado quien parece es presidente nacional de ese movimiento que cándidamente aspira a ser partido. 

Por supuesto no se vale limitar los derechos o destazar la fama pública de nadie nomás porque un maldoso lo acuse de algo feo, de acuerdo; sin embargo, por injusto que sea, en este mundo matraca, quienes después de tortuosos procesos judiciales, resultan ser más inocentes que una novicia del Verbo Encarnado, no es raro queden para el resto de su vida con el prestigio como calzón de borracho.

La presunción de inocencia es de obligatoria observancia para los impartidores de justicia, correcto y muy bien, pero eso no significa que la sociedad vaya a hacer abstracción de la sospecha o desconfianza sobre aquél que tenga mala fama, justa o injusta, esté o no sujeto a investigación ministerial o proceso judicial. Al que no le guste se le recomienda cambiarse de planeta.

Por otro lado, debe aceptarse que en asuntos de orden público como el nombramiento de funcionarios o la selección de candidatos, la presunción de inocencia a veces parece más que principio de ética, coartada.

El criterio de la presunción de inocencia no es universal, es norma obligada en los procesos judiciales, nada más. Aplicarlo indiscriminadamente puede llevar al absurdo. Imaginemos, por poner un ejemplo, que surgiera en Alemania un movimiento de reivindicación de la memoria histórica de Adolfo Hitler, aduciendo con razón, que jamás fue acusado de nada ante ninguna autoridad, ni investigado, ni declarado culpable de ningún delito por ningún juez y según el principio de presunción de inocencia…

El anterior ejemplo no niega las tremendas injusticias provocadas a veces por las malas lenguas, la calumnia existe. Pero en cuestiones de política y gobierno, sería de esperar que las decisiones se tomaran con prudencia, considerando el prestigio de las personas, dado el desaliento y enojo social que acarrean los nombramientos de sabandijas; aparte de que la selección de personajes dignos del gabinete del doctor Caligari hace sospechar de la calidad de quienes los prefieren, dime a quién nombras y te diré quién eres. 

Este menda no descubre un océano; ya en el siglo II a.C. Plutarco, en su obra ‘Vidas paralelas’, cuenta que Julio César se divorció de doña Pompeya Sila, porque a la santa señora se le ocurrió asistir a una Saturnalia -fiesta estilo carnaval de Río de Janeiro-, y como sus amigas, todas ellas importantes matronas romanas, le reclamaron y exigieron que anulara el divorcio pues doña Pomp había ido solo ‘a ver’, César contestó con la conocida frase: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo” (mala traducción de ‘mulier Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet’, pero se entiende).

No solo el muégano Morena y el Presidente de la república, incurren en distinguir alimañas con cargos y candidaturas, también pasa en mayor o menor medida en otros partidos y sus gobiernos locales, mandando a la ciudadanía mensaje de que se acabó la de fideos y no queda sino resignarse a los desfiguros de quienes tienen el poder y hacen lo que les pega la gana, erosionando inadvertidamente el respeto a las autoridades y la confianza en los procesos electorales en los que por más bien que se cuenten los votos, el resultado será adverso a los intereses de las mayorías, obligadas a escoger entre adefesios.

Antes de que a nadie se le ocurra arreglar esto con una ‘Ley de candidaturas y nombramientos’, advirtamos que la altura de miras, la atingencia, el aseo político, no se consiguen con normas legales, no se legisla la virtud y si lo intentaran, veríamos otra vez cómo al hacer la ley se hace la trampa; un ejemplo ya clásico de estas equivocadas pulsiones legislativas, es la ley de responsabilidades de servidores públicos, que en la realidad es un manual práctico de qué se puede hacer sin caer en la cárcel, cuando basta y sobra el Código Penal para traer a raya a cualquiera.

Ante las elecciones de junio próximo, sería de esperar que al menos los partidos de oposición por instinto de sobrevivencia, escogieran candidatos de entre los mejores, los óptimos, los más aptos, que los tienen, y verían los milagros que les daría en las urnas la mágica decencia.

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