Columna Política «La Feria», Sr. López (25-IX-2020).- Contra la opinión de sus papás y a pesar de sus súplicas, la prima Mema (Guillermina), contrajo nupcias con un bien plantado y muy adinerado señor que le llevaba 20 años, abogado de oficio, con amplia experiencia en casarse (fue su sexta esposa).
Antes de un año reventó aquello pues una vez en que lo suponía en viaje de negocios, accidentalmente lo encontró cenando en un rumboso restaurante, en compañía de una estupenda dama, furcia de altos vuelos, y el abogado consorte, luego de pedir a la magnífica pindonga que los dejara solos, lejos de negar nada le soltó una filípica regañándola por ignorante, pues aunque la ley dijera que la fidelidad era un compromiso conyugal, ella debía saber que había leyes imposibles de cumplir, lo que era el caso al ir la monogamia en contra de la naturaleza del hombre, y leyes injustas por ir contra la costumbre, fuente de la moral, pues la historia y la Biblia probaban que el varón siempre tuvo varias mujeres. Mema (que no era mema), le contestó que tenía razón, que ella no sabía Derecho y poco de Historia, pero que igual, él fuera mucho a… molestar a su señora mamacita y se retiró del restaurante dejando al docto esposo en el suelo, junto con la botella de champán (Krug, Vintage Brut, era rico), que le rompió en la cabeza. Mema era de las de Autlán, se me olvidó decirle.
Ayer, el Presidente afirmó en su mañanera: “(…) Para simular de que -sic- se combatía la corrupción y de que -sic- todo se hacía de conformidad con la ley… puro cuento, simulación. Resulta que no se puede nada por la normatividad (…) Cuando hay que optar por el derecho o la justicia, tiene que prevalecer la justicia. La ley es para el hombre y la mujer. ¿Qué sucede en el gobierno? Hay una maraña de normas que impiden avanzar para hacer justicia (…)”.
No es la primera vez que el Presidente expresa en público que la ley no es la referencia de sus actos ni los de su gobierno.
Está bueno saberlo: el señor no está cumpliendo ni piensa cumplir con el solemne juramento que prestó ante el Congreso de la Unión, el día que asumió el cargo: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen (…)”, como dice el artículo 86 constitucional.
No hace falta por ser bien sabido, pero para acotar bien el asunto, guardar es sinónimo de cuidar, custodiar, defender, vigilar, atender, asegurar, conservar; y según define el diccionario de nuestro idioma, en su tercera acepción, guardar es: “Observar o cumplir aquello a lo que se está obligado”. Obligado.
Tal vez sea conveniente y resultaría divertido, que algún doctor en Derecho (o un estudiante del primer semestre de Derecho), demandara al Presidente de la república ante el Poder Judicial de la Federación, por su manifiesta intención de no cumplir la principalísima obligación del juramento que condiciona su legitimidad en el ejercicio del cargo: guardar la Constitución y las leyes (¡leyes!), no su personal concepto de justicia alegando que las leyes estorban por ser una maraña que le impide hacer lo que él considera justo… y en una de esas, podría llegar a la Suprema Corte tan sabroso asunto: ¿puede continuar en el cargo un Presidente que públicamente declara que no cumple ni piensa cumplir las leyes?
El Presidente plantea la cuestión con una premisa falsa: “Cuando hay que optar por el derecho o la justicia”; mentira, los gobernantes no tienen ni la posibilidad de elegir entre el derecho o la justicia, los gobernantes deben fortalecer el estado de derecho sujetándose a las leyes cuya aplicación universal e igualitaria, asegura la justicia, en lo humanamente posible. Por supuesto se dan casos en los que aplicando la ley se cometen injusticias, sin duda; pero buscar la justicia sin leyes es una falacia, un engaño clásico de autócratas, tiranos y déspotas.
El Presidente ignora que son siempre preferibles los errores e injusticias que puedan darse al aplicar la ley, que los posibles aciertos conseguidos sin leyes. Por más metidas de pata que cometan los árbitros de futbol al aplicar el reglamento, a nadie en sus cabales se le ocurre que sea mejor cancelarlo y jugar confiando en el sentido de la justicia del silbante (perdone, el ejemplo no es para usted, es para el Presidente, a ver si así le entra en la sesera).
Aparte de la premisa tramposa, desvergonzadamente afirma que “no se puede nada por la normatividad (…) Hay una maraña de normas que impiden avanzar para hacer justicia”; pues si le estorba la ley para hacer lo que quiere hacer, será porque es ilegal… y la ilegalidad no es una forma de gobierno, al menos desde hace 3,770 años cuando se publicó el Código de Hammurabi (1,750 a.C.).
La justicia sin leyes se llama barbarie, carencia de civilidad, vivir sujetos a lo que imponga el más fuerte. Eso ni los peores dictadores lo proponen, por eso emiten leyes para aparentar ¿qué cree?: legalidad. Bueno, pues nuestro Presidente nos hace saber que las leyes le estorban y ni cuenta se da que al decirlo se tirotea los pies. Es su peor enemigo.
Así queda de manifiesto qué tanto podemos confiar en su palabra: él repitió hasta el hartazgo eso de que “al margen de la ley, nada; por encima de ella, nadie”, bueno ahora ya sabemos que él se propone ir por los márgenes de la ley y por encima de ella.
Junto con esas rudimentarias declaraciones, ayer dijo que quiere lealtad ciega:
“Pedimos lealtad a ciegas, para acabar con la corrupción, con los abusos, para llevar a cabo un gobierno austero sobrio, hacer justicia. Sí, es lealtad al pueblo, no a la persona, porque se convierte en abyección (…)”.
La lealtad ciega es ciega e indigna de seres racionales, hasta en la religión se hacen concilios para discutir y acordar qué se predica, pero no con este Presidente, él nos quiere hacer tragar la piedra de molino de que ser leal al pueblo es ser leal a su gobierno, gobierno en el que solo manda él. O sea: el pueblo es él. Ya andamos cerquita de: ¡el Estado soy yo!… su alteza tramposísima.