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Imperdonable (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (21-IX-2020).- Tío Lupe era de Veracruz y se casó con tía Elena, prima hermana de la abuela Virgen, de las fervorosas católicas del lado materno toluqueño de este menda. Tío Lupe era un aguerrido líder obrero comunista y ateo.

Tío Lupe era muy rico y se hizo una horripilante residencia estilo neo-californiano en Polanco, horrible, pero valía una fortuna. Tío Lupe en su casa era un complaciente marido que iba a misa los domingos y era amigo del Cardenal. Cuando murió tío Lupe, en el salón de actos de su sindicato, le hicieron una ceremonia proletaria con el ataúd cubierto por una bandera roja con la hoz y el martillo bordados; después lo llevaron a Gayosso (Sullivan), a que lo velara la familia y a la mañana siguiente a Catedral, donde el Cardenal celebró una misa de cuerpo presente. En el entierro en el panteón Francés, de un lado de la tumba, decenas de líderes obreros cantaron la Internacional socialista; del otro lado, para neutralizar semejante cosa, las señoras de la familia entonaron el himno Guadalupano (se llamaba Guadalupe, pues): “Desde el cieeelo una hermooosa mañanaaa”, eran tan desentonadas que callaron a los del sindicato. Ya saliendo del camposanto, Pepe -el más impresentable primo que tenerse pueda-, comentó en voz alta: -Ahorita ya se lo están peleando Dios y el Diablo, era cliente de los dos –tía Elena, tristona, sonrió. Era cierto.

Cuando independizaron a México unos señores que no pidieron opinión a nadie, redactaron el 28 de septiembre de 1821, una solemne Acta de Independencia en la que se dice clarito que el país iba a “constituirse, con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y Tratado de Córdoba, estableció, sabiamente, el Primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías”.

El Primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías, era Agustín de Iturbide, las tres garantías eran ‘Religión, Independencia y Unión’ (correspondientes a los tres colores de nuestra actual bandera); el plan de Iguala firmado el 24 de febrero de 1821, se llama ‘Plan de Independencia de la América Septentrional’ (o sea, lo que acabó llamándose Estados Unidos Mexicanos, que conocemos como ‘México’, pero entonces ni nombre tenía), en el que se establece que la Nueva España se independiza como monarquía constitucional moderada, cuya cabeza sería Fernando VII (rey de España) o alguien de su familia, y que la única religión del país sería la católica. Esto es: una independencia ‘sui generis’, de chacoteo pues: me independizo pero te vienes a gobernarme. ¡Padre!

El Plan de Iguala fue incorporado a los Tratados de Córdoba, que el 24 de agosto de 1821, Iturbide firmó con Juan O’Donojú (no había Virrey y el señorcito era el Jefe Político Superior de la Provincia de Nueva España); el detalle de que don Juanito no tenía facultades para firmar eso, se lo pasaron los insurgentes a 80 centímetros de piso terminado. La cosa era que pareciera que España había firmado. Total.

En esa opereta, el que acabó trepado como emperador fue Iturbide y poco le duró el gusto (once meses), y el Congreso Mexicano (nombrado por sus purititos calzones), declaró nulos el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. Así las cosas, para abril de 1823, ya era independiente el país, sí, pero sin el Plan ni el  Tratado conforme a los que nos constituiríamos, como dice el Acta de Independencia. Ya desde el comienzo, todo un revoltijo.

Luego ya sabe lo que pasó: los masones escoceses se pelaron con los yorkinos (apoyados por el tío Sam), ganaron estos y nos hicieron (por sus purititos calzones), la copia al carbón de los Estados Unidos: república federal, laica, con tres poderes, también sin pedir opinión a nadie. En eso se nos fue el siglo XIX, alzamientos, guerras civiles, bandidaje, dictadorcitos y ¡por fin!, un dictador con toda la barba: Porfirio Díaz, que tendría muchos defectos pero armó un país con el cascajo que recibió y tan lo armó que Europa babeaba por él. Para su mala suerte, a Díaz lo traicionó su buena salud, de manera que Madero lo tuvo que echar. 

Después, vuelta a las andadas: mataron a Madero y nos enfrascamos en otra guerra civil (que no revolución), que duró hasta que se hartó el tío Sam y la terminó apoyando a la gente del Norte, originando el régimen que duró hasta el fin de siglo. Régimen con multitud de defectos pero con logros nada despreciables como crecer 6.5% anual durante un largo periodo (1940-1970), y crecer la esperanza de vida de la población de unos 36 años a cerca de 80, por si le parece poco. Lo del ‘milagro mexicano’ fue cierto.

En todos esos dimes y diretes, guerras y periodos de paz, organizar al país como monarquía o república, la población poco opinó. Los que podían imponían su santa voluntad. Unos para mal, otros, los más, para bien (sí, los más, no sea retro-pesimista).

Sea lo que sea, cuajó una nación con una cultura propia y una de las 15 primeras economías del planeta. México no es un ‘paisito’ y se construyó en una nada de tiempo: de 1929 para acá, menos de un siglo, por si quiere compararlo con países con dos mil años de edad.

Y ya de despedida, le sugiero se tome con calma a la 4T, Morena, el Mesías de Macuspana y chairos varios: este país ha pasado por situaciones verdaderamente graves, en tiempos en que matar era deporte y otros en que los presidentes eran casi dioses.

A México no lo han sometido a su voluntad ni matreros de horca y cuchillo, cuantimenos un señor que quiere ser recordado como el Jesucristo de América y pierde el paso ante cualquier crítica, lo que da una idea precisa de su tamaño: sus airadas e impúdicas reacciones contra la prensa, reflejan no solo su desorbitada soberbia, sino lo mucho que la teme porque sabe las que se ha comido y las que sus cercanos se meriendan.

Este Presidente construyó su propio cadalso creyéndose capaz de engañar a todos todo el tiempo. Él hizo que nadie confíe en su palabra. Ahora soltó los demonios. Reventó su proyecto y nadie se inmolará con él, así no es la política, en ese oficio el fracaso es siempre imperdonable.

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