Columna Política «La Feria», Sr. López (19-VIII-2020).- A tía Juno el nombre la marcó para siempre: era celosa en serio, Otelo era el pato Donald junto a ella. El tío José, su marido, era un gran calavera, parrandero y mujeriego, que sabía que había una cosa superior a eso: era más chismosa que celosa… y cada vez que ella se le arrancaba con una de sus teatrales escenas, justificadas siempre, él tenía preparada alguna infidencia, alguna indiscreción picante sobre la intimidad de algún conocido de ambos, de preferencia de la familia.
Ella iniciaba un airado reclamo y él preguntaba: -¿Ya supiste que su esposo cachó a Patricia tu prima? –y al instante la tía se callaba, muy atenta al cuento del día. Cuando celebraron sus bodas de oro, tío José ya llevaba varias vueltas de chismes de todas las señoras de la familia, pero a tía Juno no se le agotaba su morbosa avidez de historias verdes. Al velorio de tío José asistieron varias damas mayores con hijos grandes, igualitos a él. ¡Chin!
Algo nos pasa en esta tierra de hombres cabales que no entiende nadie no nacido aquí: cada escándalo que involucra políticos o funcionarios, pareciera ser la primera mancha en la blanca túnica de la señora de la portada de los libros de texto gratuitos, La Patria. Y no, no es así, pero igual desata una fiesta de titulares de prensa, noticias radiadas, televisadas y digitalizadas, que devoramos los dignos integrantes del peladaje nacional. Y es raro, considerando que no hay mexicano ya en uso de sus facultades mentales, que no tenga la certeza de que ‘la política es sucia’ (lo que es tan cierto como que eso son la medicina, la abogacía o dirigir el tráfico).
Antier y ayer fue un festín por el video en el que se supone están algunos funcionarios entregando un petacón soborno a otros funcionarios. En el razonamiento colectivo eso obedeció a la petición presidencial de ventilar (contra derecho), todas las delaciones de Emilio ‘L’ (nótese el respetillo al debido proceso y la presunción de inocencia). Lo que sí se puede afirmar sin calumniar al Presidente, es que él quiere alimentar la avidez nacional por el pelotazo, el escándalo, el chisme y la picota pública, convencido de ser el primero que se atreve a levantar los fondillos a La Patria para mostrar sus prendas íntimas todas embarradas de ya sabe qué.
No cabe duda, el Presidente es un verdadero priista, de los de antes. Eso de reventar cuetes y armar follones escarneciendo a funcionarios, exfuncionarios, políticos y similares, es una vieja práctica del ‘Manual del Buen Priista’ (capítulo: ‘Casos de apuro: distracción de la opinión pública’); y su gesta contra corrutos y relapsos no es tan original, que Miguel de la Madrid usó eso como lema en 1982: “Por la renovación moral de la sociedad”. Nada nuevo bajo el sol tenochca.
Sin embargo de ser táctica del otrora partidazo, tiene un antecedente a mediados del siglo XIX: el Tratado McLane-Ocampo que en su momento fue un escandalazo contra Benito Juárez, quien puso a México en tesitura de colonia yanqui al vender en cuatro millones de dólares el derecho de tránsito libre a perpetuidad a los yanquis y sus tropas, por tres corredores atravesando el territorio nacional (con la obligación de México de cuidarlos). Crudo se comieron a Juárez y sus amiguitos liberales, personajes como Justo Sierra y otros también liberales (y el escandalito lo recuperó José Vasconcelos en el siglo XX).
Recordemos mejor algunos trepidantes capítulos de la moda tricolor de encarcelar personajes para presumir que se es más derecho que Juan Derecho (Chucho Salinas, ¡nadie te recuerda!), cuyo origen se sitúa hace casi 50 años, sí señor:
El José López Portillo alardeó de ser Mr. Limpio, encarcelando a Eugenio Méndez Docurro, exsecretario de Comunicaciones y Transportes; Félix Barra García, exsecretario de la Reforma Agraria; Alfredo Ríos Camarena, exdirector del Fideicomiso Bahía de Banderas; y Fausto Cantú Peña, exdirector del Instituto Mexicano del Café; y aparte, expulsó del país a su antecesor, Luis Echeverría Álvarez, nombrándolo embajador ante la Unesco (sede en París), y luego en Australia y Nueva Zelanda (no había más lejos)… a ver si se atreve a tanto el presidente López Obrador.
El tal de la Madrid, le ganó la partida a López Obrador, metiendo a la cárcel a un exdirector General de Pemex, Jorge Díaz Serrano, quien siendo senador fue desaforado el 30 de julio de 1983 por una supuesta compra con sobreprecio de dos buque tanques, e inmediatamente encarcelado por cinco años para ser liberado sin que se le haya encontrado culpable de nada (y eso es corrupción de la fea: encarcelar a alguien sin pruebas).
Salinas se echó un pleito verdaderamente delicado que si no le hubiera salido bien le andaba costando un dolorón de cabeza de consecuencias gravísimas, pues encarceló al más poderoso líder obrero del país, Joaquín Hernández Galicia, cabeza de los trabajadores de Pemex.
Ernesto Zedillo nos dejó a todos los del pedaje con la mandíbula sobre la mesa cuando se atrevió a encarcelar a Raúl Salinas, hermano de Carlos, el expresidente, según él que para que quedara claro que la corrupción estaba pasada de moda para siempre. Sí, Chucha.
Siguiendo la inercia carcelaria, don Fox lo intentó con Carlos Romero Deschamps, también líder petrolero, no le salió y se desquitó con el expresidente Echeverría, a quien en 2002 obsequiaron con orden de aprehensión y en 2006, auto de formal prisión; la libró pero le sudó el copete. A ver si don López Obrador iguala marcador.
Peña Nieto como buen priista, se cebó en la más poderosa líder magisterial, Elba Esther Gordillo bajo proceso cinco años y liberada, inocente y más limpia que un pañalito del Niño Jesús: era venganza, a la mala y nada más fue eso.
López Obrador no se puede anotar como gol suyo el asunto de Chayito Robles, porque se deriva de las auditorías de la Cámara de Diputados en 2017. Y lo de Emilio ‘L’, el hijo del Chapo y su señora mamá, son cosas que no se atrevían a hacer ni los priistas. Lástima, saltamos del sartén a las brasas.