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Dejarlos solos (Columna Política «La feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (16-VII-2020).- A tía Concha (Concepción, lado materno-toluqueño), la gente le sacaba la vuelta. Por todo alegaba, nunca cedía, rijosa y necia. Su marido, el buenazo de tío Carlitos era joyero, paciente, lento y de alguna manera se las ingenió para tener con ella 14 hijos (cinco mujeres y nueve hombres).

Tío Carlitos, aparte de llenarse de hijos, se llenó de enfermedades: diabetes, asma, artritis deformante y una alta presión sanguínea envidia del sistema Cutzamala que aún no existía. Ya casi ochentón, casi sordo, casi ciego, entraba en agonía una vez al mes y ¡no se moría!, lo que no impedía que tía Concha viviera gritándole que le faltaba ‘fibra’. Un día, tío Carlitos rodó las escaleras de su casa y el Buen Dios aprovechó para desnucarlo y darle descanso eterno, que fue cuando una de las hijas llamó a don Armando, abuelo de este menda, le informó del suceso y le pidió hablara con su mamá, sabido como era que su voz era la única que ponía quieta a la terca dama, pues no aceptaba el acta de defunción que había firmado el médico del ya fiambre, obstinada en que le hicieran la autopsia. El abuelo pidió que la pusiera al teléfono y breve como siempre habló, le dijo: -Concha, cállate. Nos vemos en la funeraria –y callada estuvo todo el velorio, mientras las señoras de la familia rezaban rosarios con aromas de acción de gracias.

No es lo mismo ganar el concurso de poesía de la escuela Primaria ‘Plan de Ayala’ que el Nobel de literatura; no es lo mismo ser ‘Miss Universo’ que Reina de la Prepa 5; no, no es lo mismo. Para calibrar cómo anda la política en nuestra risueña patria, basta ver quién ganó la presidencia de la república.

Es la realidad, no falta de respeto. Nuestro Presidente al ganar las elecciones del 2018, se plantó gallardo con los brazos en alto, sobre los escombros de un sistema político liquidado.

El régimen que terminó al triunfo de Vicente Fox, ese priismo imperial que tantos conocimos, se originó al fundarse el PRI (entonces Partido Nacional Revolucionario) el 4 de marzo de 1929, como una solución de circunstancia. Don Plutarco Elías Calles lo armó y funcionó mejor de lo imaginable, para resolver una situación específica, con el país saliendo de una terrible guerra religiosa, la Guerra Cristera (1926-1929) y dividido en facciones, bañado en sangre por una ya insostenible guerra civil que en realidad fue una rebatiña por el poder disfrazada de ‘revolución’, pues esa terminó el 25 de mayo de 1911, día en que Porfirio Díaz aventó el arpa y se levantó de La Silla.

Don Plutarco nunca dijo que la estratagema política ideada por él fuera para siempre, pero sus sucesores se aferraron a lo que se le acabó llamando ‘el sistema’, que sí fue eso, un sistema de gobierno que permitió no poco progreso y nos dio estabilidad nacional, pero marchitó toda vida política ajena al partido-gobierno. Anemia democrática a cambio de paz y prosperidad. Nadie tenía futuro en el servicio público o la política, si pretendía alejarse de la sombra del PRI. De ahí el valor casi olvidado del PAN original, fundado una década después que el PRI, que consiguió mantenerse vivo, con ideología propia y genuinamente opositora (no oposicionista). Los demás no pocos partidos que nacieron y fenecieron a lo largo del siglo XX, fueron mojigangas y comparsas del ‘sistema’, con honrosas excepciones que no hay espacio para mencionar.

Así las cosas: todo el siglo XX se nos fue en una guerra civil, otra religiosa y 70 años de ‘sistema’ priista cuyo pasivo mayor es el haber fomentado una generalizada desnutrición democrática.

El siglo anterior fue peor: una guerra rara de independencia prematura, bandolerismo, autócratas, golpistas, intervenciones extranjeras, pérdida de más de la mitad del territorio y dictadores (en plural, que don Porfirio no está solo).

De esta manera y sabiendo que tres siglos de virreinato español (1535-1821), no promovieron precisamente que digamos, ninguna auténtica vida política en lo que hoy es México, resulta que llevamos cinco siglos sin hacer real política, aunque con muchos oficiantes muy expertos en las intrigas y maniobras de la alta y baja burocracia, profesionales del arte altanero de buscar chambas, con sus excepciones honrosísimas que no dejan de ser eso: excepciones. Lástima.

Si hemos de ponernos memoriosos, llevemos más lejos las cosas: eso que con humorismo involuntario llamamos ‘imperio azteca’, empezó en 1321… estamos en los albores de 2021… 700 años en un hábitat nocivo a todo lo que permite sembrar y cosechar ciudadanía, civilidad. Y sin ciudadanía es casi milagrosa la existencia de un Estado nación. Es nuestro caso: en México la gente está apenas empezando a darse cuenta que el gobierno es el conjunto de instituciones a su servicio y que la gente para reclamar su derecho a ser servida por los gobernantes, debe cumplir ciertos deberes como votar (por ejemplo) y pagar impuestos (completos). Y así vamos: la gente por su lado haciendo como que cumple, los gobiernos, igual, y cada quien para su santo.

En el 2000, al recibir Vicente Fox la presidencia de la república, la gente contuvo el aliento, esperando el gran golpe de timón, la impronta de los nuevos tiempos, el renacimiento de la política y del gobierno entendido como servicio público… y bueno, a ver quién aguanta seis años conteniendo el resuello.

Y, conste: lo que sea que seamos, no es poco y se ha hecho en algo más de 80 años. Piense usted en cómo estaba Europa en el año 80 d.C., digo, si de comparar se tratara. Hay lugar al optimismo. Algo hemos de tener en este país que nos permite dar saltos cuánticos. Ahora es cosa de tomarnos en serio eso del gobierno y la participación ciudadana y recapacitar en que la 4T es solo una caricatura de un priismo de peculiar izquierda, imposible de resucitar, movimiento que llegó a donde llegó no por su fortaleza sino por la anemia de los contendientes. Sí, es la hora de los partidos políticos y de la ciudadanía organizada, porque visto está: no se les puede dar todo ni dejarlos solos.

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