Columna Política «La Feria», Sr. López (06-VII-2020).- Contaba la abuela Elena que allá en la región de Autlán, Jalisco, un tío bisabuelo suyo tuvo 18 hijos con su primera esposa; después de que -lógicamente-, murió, con la segunda tuvo 11 y con otras señoras muy amables todas, 45 más (seguro más, agregaba la abuela).
A hijos e hijas enseñó a tratarse como hermanos completos, sin ninguna distinción. Los varones eran en total 39 y todos trabajaban en las tierras del patriarca aquél, que hasta después de 1857, cuando se implantó a palos el sistema decimal, supo que tenía 78 mil hectáreas, medida novísima entonces, pues las superficies se medían en ‘haciendas’ como estaba dispuesto desde 1536 (una ‘hacienda’ eran cinco leguas cuadradas; cada legua eran 5 mil varas, unos 4,190 metros; información tan inútil como saber que las tierras de siembra se medían diferente, en ‘fanegas cuadradas de sembradura’ siendo cada fanega 4,232 varas… de veras, la humanidad está en deuda eterna con Francia nada más por el sistema métrico decimal). Así las cosas, murió el prolífico anciano y por la costumbre, heredó todo ese emporio -todo- a su hijo mayor, Augusto, tipo de malas pulgas quien no esperó a que terminara de enfriarse el fiambre para hacer saber a las hermanas y respectivas madres, que no recibirían más mesada (a todas mantenía el difunto); y a los hermanos dijo que a partir de ese momento ya no se repartirían equitativamente las ganancias de cada año, como hasta entonces, que les asignaría sueldo. Nadie abrió la boca. Nadie trabajó un solo día para el heredero. Y así, sin abrir la boca ni mover una pestaña, vieron como poco a poco, año tras año, le iban robando tierras, ganado, siembras, grano y todo al Augusto ese que se acabó yendo a vivir Guadalajara, cuidando hasta su muerte, centavo a centavo, lo poco que conservó. ¡Ah!, también le robaron la esposa, decía la abuela sonriendo. Merecido.
México tiene problemas, problemas hiperdiagnosticados, pero a pesar de la seriedad de ellos, México no es ‘Mexiquito’.
En números redondos, México tiene 129 millones de habitantes y una fuerza laboral de 57 millones de personas.
México es la economía número 11 del mundo, a junio del año pasado, según el Fondo Monetario Internacional, de entre los 181 países que evalúa.
México es la economía más grande de Hispanoamérica, la segunda de Latinoamérica (ya incluyendo a Brasil), y la tercera de toda América (con los EUA en primer lugar).
México es el país con más tratados de comercio firmados de todo el mundo, con acceso a un mercado potencial de mil millones de consumidores en tres continentes: América, Europa y Asia. El hoy T-MEC, versión renovada del TLC en vigor desde 1994, es el bloque económico más poderoso del mundo, más que la Unión Europea, más que China; aparte, tiene otros once tratados de libre comercio con cuarenta y seis países; más treinta y dos acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones con nueve países y nueve Acuerdos de Complementación Económica; México está considerado como el país con los mejores negociadores de tratados comerciales internacionales del mundo. Por todo eso en el ambiente de las entidades financieras internacionales, a México lo ven como ‘la puerta’ al 60% del PIB del mundo. Poquita cosa.
La capital del país es la octava ciudad más rica del mundo, de entre 150. En la clasificación de “Ciudades de América Latina del Futuro” (revista FDI Magazine), Monterrey está en tercer lugar; Querétaro en cuarto; Guadalajara en sexto, pero Guadalajara en 2011, fue considerada la ciudad financiera de Latinoamérica. Tijuana es la frontera más concurrida del mundo, con el mayor índice de intercambio comercial.
Bueno… se le solicita si para ello no tiene inconveniente, recapacitar en que todo eso se hizo en 90 años. México en 1929 era una ruina humeante con todo por hacer, terminando la Revolución, azotado por una terrible pandemia (la ‘Gripe Española’), y la Guerra Cristera por empezar.
Nada de lo hasta aquí dicho atenúa los actuales problemas nacionales, la inseguridad, la falta de servicios de salud de calidad, el bajo nivel educativo, ni mucho menos la bárbara desigualdad que padece la mitad de la población (ojo: la igualdad plena como objetivo es mentira, siempre: eso no existe ni puede existir, si en un país todos son ricos, con que uno tenga un dólar más que otro, ya hay desigualdad; la igualdad que sí se consigue en algunos regímenes es la igualdad en la penuria), de lo que estamos hablando es de sacar a tanta gente de la miseria, de reducir al mínimo posible la pobreza y la brutal cantidad de trabajadores informales que están a su suerte… eso y enmendar las permanentes deficiencias de los servicios públicos, la corrupción que campea por sus fueros en la nación, y subsanar el rebajado nivel político en que estamos de un tiempo acá (no tanto, tampoco).
Las cifras y calificaciones mencionadas, son parte de la realidad objetiva del país y debieran aminorar el tremendismo en boga, ese dramatizar lo que está mal, para recapacitar, recomponernos y reflexionar en la intención del actual permanente discurso pesimista oficial que señala el pasado, todo el pasado del país, como una serie continua de errores, con tres pinceladas de excepción. No. No es así.
México sí necesita un mejor gobierno, sin duda, pero México no es una montaña de cascajo ni un moribundo al que salvará una persona, ni un grupo: este país se ha hecho entre muchos y entre muchos seguirá en marcha, corrigiendo lo que haya que corregir, tirando lastre, sumando a tantos con tanto talento a los que hoy se les ofrece una única opción: obediencia y sujeción absoluta a un gobernante o ser considerados traidores a un proyecto de nación que nadie les consultó: votamos para elegir Presidente, no fue un referéndum para hacer una revolución pacífica, ni para cambiar la facha al país.
El tamaño de los problemas no es menor. El tamaño de empresarios, instituciones y de los mexicanos, tampoco.
Cuando alguien dice “conmigo o contra mí”, la respuesta es “sin ti”.