Artículo de Fondo, Por Hugo Rangel Vargas (10-IV-2020).- El 15 de marzo pasado, dos periodistas de reconocida trayectoria y quienes han asumido una posición crítica ante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, me refiero a Raymundo Riva Palacio y Joaquín López-Dóriga, anunciaron en su cuenta de Twitter el fallecimiento del primer paciente por covid – 19 en México, se trataba del empresario José Kuri.
El hecho fue desmentido horas después, aunque los daños de desinformación y pánico sólo fueron enfrentados por ambos informadores con un llano “usted disculpe”, sin siquiera tener el más mínimo gesto de humanismo de mantener a su auditorio al tanto sobre el devenir de la salud del resucitado magnate. Tanto López-Dóriga como Riva Palacio, mantienen intactos sus espacios en medios de información que, en el caso del primero, usufructúa el espectro radioeléctrico propiedad del estado mexicano.
En la teoría económica hay un concepto clave que vincula a la llamada asimetría de la información con una de las distorsiones más graves y delicadas del mercado: el riesgo moral. La mejor manera de ejemplificarlo es lo que ocurre cuando a alguien se le dan las llaves de un carro deportivo que no es de su propiedad y se le da plena libertad de conducirlo a placer. El propietario del vehículo no posee la información completa del modo en como el conductor esta manejando el auto de su propiedad, aún y cuando tendrá que hacerse cargo de las posibles averías que este le genere.
Este concepto de riesgo moral se ha retratado también las costosas quiebras de bancos, tanto en México como en Estados Unidos, en las que los gobiernos han tenido que utilizar recursos públicos para rescatar corporaciones privadas, sabiendo que si esto no ocurre colapsaría la economía. Los banqueros, en muchos casos, se han aprovechado de la condición estratégica del servicio que prestan sus corporaciones para cometer toda clase de tropelías; mismas que, al final de cuentas, serán saldadas con dinero de todos.
El hecho lamentable de la difusión de una noticia falsa sin consecuencia alguna para los comunicadores que lo hacen, es otra estampa de este riesgo moral; que no es otra cosa que el abuso del derecho a la libertad de prensa, devenida en libertinaje irresponsable e impune. Este suceso pudo haber sido uno de tantos que se agolpan en el rosario de ataques y consignas políticas que presentan a diario muchos noticieros que confunden información, con editoriales y análisis personales, pero no fue así. A la muerte y resurrección del Kuri Harfusch, le ha seguido una irresponsable y mezquina guerra de desinformación que ha aprovechado el pánico que hay en el ambiente social derivado de la pandemia del coronavirus.
El 21 de marzo, con unos días de diferencia apenas del bochornoso suceso ya relatado, un diario de circulación nacional publicaba a ocho columnas: “Frena burocracia pruebas, crece virus” y a eso le prosiguió la difusión de una falsa noticia en redes sociales según la cual el gobierno ocultaba cifras de muertes por coronavirus reportándolas como neumonías atípicas. La manufactura de esta maniobra pronto salió a la luz con el Twitter del expresidente Felipe Calderón quien reproducía esta noticia a todas luces falsa y que pretendía que el gobierno mexicano cambie su estrategia de vigilancia epidemiológica y adquiera masivamente pruebas rápidas del virus, aún y cuando estas significan riesgos de diagnóstico.
Las crisis, en especial las que ponen en juego el instinto básico de la supervivencia, suelen extraer de lo más profundo de los seres humanos impulsos violentos, ruines e incluso miserables. Pero no se puede pedir más a quienes durante los gobiernos neoliberales asumieron como su propiedad el derecho a la información y lo usufructuaron indebidamente. El rescate de ese bien público llamado información parece necesario, puesto que corre un claro riesgo moral.
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