Columna Política «La Feria», Sr. López (02-X-19).- De qué estaba enfermo tío Alfredo, nunca supo este menda, pero siempre estaba en cama. Su esposa, tía Queta, lo atendía con la misma devoción que una monjita al Papa. Tío Alfredo todas las tardes, en punto de las cinco, tendido entre almohadones, rezaba el rosario, los quince misterios de entonces, con su esposa y los cinco hijos (dos ya señoritas y tres ya donceles), todos de rodillas en torno al lecho. Era terciario de la Orden de San Francisco en Toluca. Nada decía que no fuera pío. Oyendo a tío Alfredo, el más riguroso eremita de los primeros tiempos del cristianismo era casi el marqués de Sade. Vivían en casa de tía Rosita (la que murió de 117 años, esa que se quitaba edad, según el abuelo Armando), y ella los mantenía. Tío Alfredo no permitía que sus hijas estuvieran fuera de la casa después de las 18:30; los hombres podían llegar a las 19:00; tía Queta jamás salió sola a la calle (“la gente habla”, advertía tío Alfredo). Toda la Cuaresma, espejos cubiertos, radio apagada (no había tele), riguroso ayuno y abstinencia. Y el tío desde su cama, sermoneando sobre la Pasión de Cristo. Las hijas iban a pedir su bendición antes de dormir, los hijos, también, menos el que se quedaba a velarlo, porque diario, alguno le cuidaba el sueño. La hija mayor, no trabajaba de secretaria: de nueve de la mañana a dos de la tarde y de cuatro a seis, ejercía de amante de planta (casa chica), de uno que fue su patrón pocas semanas; la chica no iba a la universidad y barría dinero con fotos (blanco y negro, tamaño postal), que circulaban de mano en mano, entre libertinos y licenciosos, en varias ciudades del México de entonces. De los hijos, el mayor no fue al seminario, sino a Lecumberri, siete años, por fraude; el menor, que era delicado y guapito, tenía un salón de belleza, en el que atendía de tacones altos y muy bien maquillado; el de en medio de ellos, fue ingeniero, se tituló y disque por hacer una maestría se fue del país y nunca volvió. Tía Queta se volvió a casar al mes de enviudar (tía Rosita se llevó un gran disgusto). Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, afirmaba que el tío no estaba enfermo de nada, que solo tenía permanentemente inflamadas las gónadas. Esa era la historia, ¡qué tío!
En un tiempo prudente, ya espulgado y cribado el discurso de nuestro Presidente de la república, servirá para emocionar hasta las lágrimas a los buenos ciudadanos del mundo. Seguramente se escribirán libros y se inscribirán con letras de bronce en muros de honor algunas de sus frases: “Abrazos, no balazos”; “No le vamos a fallar al pueblo de México”; “No solo de pan vive el hombre” (no es de su autoría, pero la usa); “No es el tiempo de pleitos, de divisiones, tenemos que unirnos”; “Tenemos que moralizar la vida pública de México”; “Cuando cambia la mentalidad de un pueblo, cambia todo”… y apenas ayer: “El nuevo paradigma acabará con la brecha de la desigualdad, se desterrará la corrupción y los beneficios para unos cuantos”.
Confiando plenamente en la infinita bondad del Creador, quedarán en el olvido otras frases (en particular la de “me canso ganso”, que será cubierta por un tupido velo de piedad cívica, igualito que el Tratado McLane-Ocampo, para mantener limpia la cara del Benemérito de las Américas, con sesudas interpretaciones que retuerzan los hechos hasta conseguir de la historia, historieta); confiando en eso, conviene que nuestro Presidente se mantenga ojo avizor, pues hechos y dichos de sus propios correligionarios e integrantes de su gabinete pueden salpicar su fina estampa y hasta provocar impías pintas en su casi seguro hemiciclo (cabe perfectamente bien en la Alameda Central, al otro lado, sobre Hidalgo).
Para empezar, urge ponga algo de orden en el proceso de elección de la dirigencia nacional de su partido, suyo de él, Morena (por si no le ayuda la memoria, hay que entender: no puede estar en todo), de manera que el pleito de la ruda (doña Polevnsky, La Mil Máscaras), que quiere ser reelegida mediante una encuesta, contra la técnica (Bertha Luján, Lady Urna), que quiere ser elegida como dicen sus Estatutos, con votos, no vaya a terminar a sillazos, poniendo en entredicho la esencia democrática de Morena, partido nacional desde el 1 de agosto de 2014 -hace cinco años, un mes y dos días-, que ya presenta síntomas equivalentes a haber sido fundado en 1929. Morena se desmorona, señor, haga algo, use Kola Loka, lo que sea, que no se le espante ni uno de sus 319,449 afiliados (el PAN, por cierto, dice tener 378,838 afiliados; Movimiento Ciudadano, 468,946; el PRI, 1’159,320; y el PRD, 5’254,778 tenochcas pintados de amarillo… se sugiere inflar la membresía de Morena, total, nadie los va a ir a contar… son la nueva aplanadora política nacional, pónganle unos cuantos millones de afiliados, no pasa nada, ni quien haga caso… pero los historiadores verán esas cifras… digo, que cuando menos les entren dudas, pero no se puede declarar cándidamente que tienen solo 70,614 afiliados más que el PVEM, partidito de mentiritas, como sabe el mundo… ¡échenle!).
Ya sin que se le desmorone Morena, señor Presidente y pensando en la información que se encontrarán los historiadores dentro de unos cien años, cuando ya no viva ni uno de los que estamos presenciando el divertido espectáculo de su conventículo, grupúsculo, adminículo del Estado con divertículo de colon descendente, se le recomienda con la mejor buena fe, invente expedientes en los que conste expulsó algunos integrantes de su gabinete y partido, no se preocupe, puede poner lo que quiera, no se va a saber, es para que en el futuro, los que escriban la historia cuando menos abriguen dudas sobre si de verdad defendió a Bartlett, si cobijó a Jiménez Espriú (el “No doy una”)… y más importante que todo: no vaya a olvidar quemar, borrar, eliminar, extirpar hasta el más mínimo rastro de la torcida de mano que aparenta dio al Poder Judicial con lo del aeropuerto en Santa Lucía. Tiene la historia en sus manos. ¡Qué historia!