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Eso no (Columna Política «La Feria», Sr. López)

Columna Política «La Feria», Sr. López (26-IX-19).- En la familia paterno autleca de este menda, era evidente el desprecio con que trataban a un tío del que no es prudente dar más señas, pues le hago saber que portaba cornamenta (con descaro y hasta garbo). Ya grandecito el del teclado, preguntó sobre el caso a la abuela de ese lado (doña Elena, ya sabe), y la sensata señora contestó que sí, que ese tío era cornudo pero eso era su asunto: -Lo que indigna es que aguante a la güila de su mujer no porque sea tonto o esté enamorado, sino porque ella es muy rica y él un vago, mantenido… y eso sí que no -¡ah, bueno!   

Hay varias maneras de gobernar, desde monarquías absolutas a democracias directas, pasando por dictaduras, autocracias y todas las variantes que se han inventado. Cualquier régimen puede beneficiar o perjudicar, a la gente bajo su autoridad.

Un régimen puede funcionar conforme a los dictados de la complicidad que resulta del intercambio de favores y estafas, en beneficio de quienes lo conforman. Sí, aunque le parezca increíble, hay gobiernos cuyo combustible, es la corrupción.

Hay países en los que la corrupción es la razón de coexistencia de sus actores políticos, y hay alguno que así se organizó siendo virreinato y después, ya independiente. Créalo… en América.

La corrupción no es solo meter mano al cajón del erario. Sin tomar ni un peso público se puede ser un asco, por ejemplo, trampeando elecciones por la dicha inicua de satisfacer el ego; y ser vil sin robar, por ejemplo, regalando impunidad. El pueblo sufre.

El problema de los gobiernos que funcionan con la corrupción como ingrediente básico, es que la corrupción es un tumor maligno que tiende a propagarse por el organismo institucional de los países. Los profesionales de la corrupción, saben que debe atajarse, que hay un límite, pasado el cual se derrumba el gobierno (pasa). El corrupto de alta escuela sabe que no debe haber impunidad para todos, porque entonces todos pierden; no lo mueve la decencia, sino el sentido de sobrevivencia.

Por el contrario: también puede intentarse organizar un régimen con santos laicos, impolutos, sin pecado original, respetuosos de la ley, de toda ley. Lo malo es que eso no existe entre los humanos y si acaso, si pudo haber habido alguna vez al frente de un gobierno, alguna persona de esa calidad canonizable, es afirmación bajo las reservas de ley y a la espera de pruebas: no hay espíritus puros, no en nuestra especie.

Aun así, el gobierno organizado por ese santo teórico y que funcionara con el mayor rigor ético (que no moral, esa es otra cosa), siempre teniendo en cuenta la imposibilidad de encontrar y contratar miles de santos para que todas las funciones del gobierno se realicen miríficamente, con eficacia, decencia y respeto… el problema que enfrenta es el estancamiento, pues el temor a equivocarse y -peor todavía-, a perder el trabajo y hasta la libertad por alguna metida de pata, conduce a la parálisis. Los empleados o subordinados de caballeros modelo Iván el Terrible, se concretan a obedecer, a obedecer hasta la ignominia, sin correr jamás el riesgo de tener la menor iniciativa. No hay corrupción, pero hay desgobierno. El pueblo sufre.

Esos son los dos extremos: de un lado, el más pervertido y ruin batracio gobernando; en el otro, Santa Teresita del Niño Jesús… con la mano de Stalin.

Gobernar no es fácil, es un arte (no, no es una ciencia). Pocos lo dominan y no siempre tienen éxito en sus emprendimientos. Ni modo, ahí cuando sea fiambre pregunte al Creador por qué dispuso que fuera así la especie humana, mientras, apechugue.

Para acabar de pintarle el cuadro, que un gobernante no sea corrupto no es garantía de nada; que sea honesto y muy eficaz, tampoco:

Si en este mundo ha habido un hombre de Estado que no solo jamás cobró un centavo por conducir el destino de su país, sino que fue insobornable y muy esmerado en el cuidado del dinero público, aparte de haber sido legendaria su eficiencia y los indiscutibles beneficios reales que mejoraron muchísimo la vida de su pueblo, ese fue Adolfo Hitler… y esa inmundicia no es modelo de nada en ninguna parte.

Otro dechado de honestidad a toda prueba fue Max Robespierre (Maximilien François Marie Isidore de Robespierre), al que en la historia de Francia llaman ‘El Incorruptible’, que lo fue, pero también fue el que implantó el periodo conocido como ‘El Terror’, que llevó a la guillotina a miles y miles de inocentes, culpables imaginarios. Y el Max junto con sus colaboradores, acabaron decapitados en la misma plaza de París que por él se bañó en sangre. No, la solución tampoco es ser ‘El Incorruptible’.

Hay dos maneras de reformar un régimen organizado en función de la complicidad a que obliga la corrupción, una es el miedo, quitar de golpe y porrazo, sin anestesia ni medias tintas, la estructura que sostiene el circo y mantener a todos a raya, sin temor a derramar sangre, pero sabiendo cuánta y cuál, y solo esa; se necesita ser alguien muy especial para que resulte bien (caso práctico: Plutarco Elías Calles; hay otros). Y cuando hay pudor a las degollinas o ahora que existen ‘las benditas redes’, la cosa es calmada, paso a pasito.

De todo eso se puede discursear mucho y se han escrito rimeros de tratados. No parece haber solución universal porque se analiza considerando que el secreto está en quien encabeza el Poder Ejecutivo y ese es el enorme error. Lo único que funciona para moderar al gobernante, es el Poder Judicial. Cualquier régimen sujeto de veras a jueces independientes, muy vigilados por jueces de jueces y una Corte Suprema intocable, hace que hasta los jorobados anden derechitos.

El actual gobierno federal en México presenta síntomas serios de querer hacer mascaradas legales. Pretender imponer la decisión públicamente dictada por el Presidente de la república, de construir el aeropuerto en Santa Lucía argumentando criterios de ‘seguridad nacional’, es eludir lo que la ley manda. Eso es emprender la marcha hacia el autoritarismo. Eso es anunciar liebre y vender gato. Eso no.

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