Columna Política «La Feria», Sr. López (06-IX-19).- Por la llegada del primer televisor al Campo de Adiestramiento en que fue domado este menda, entendió que legislar a modo es horrible. El nuevo y sospechoso aparato hizo que la subcomandante Yolanda, en uso de sus facultades como titular de Administración y Disciplina, estableciera la normativa aplicable: Artículo Primero.- El aparato sería instalado en la sala; Artículo Segundo.- El aparato funcionaría media hora al día; Artículo Tercero.- Los integrantes de la prole que desearan ver el aparato (encendido), lo harían siempre con Guardia de Vista (ella), previa prueba documental de tener terminada la tarea. Ni modo. Pocos días después, al regresar de la escuela, fue notoria la ausencia del televisor, que apareció colocado en el C-5 (el ‘Centro de Control, Comando, Estrategia, Reposo y Actividades lúdico hidráulicas’ del matrimonio, su recámara, pues), porque doña Yolanda había descubierto las telenovelas y no se perdía una. Las normas aplicables a la prole se mantuvieron vigentes. Si no nació uno malo…
Política y poder, son inseparables, como coprincipios. Al que interesen estas cosas no le estorba desempolvar libros y repasar, por ejemplo, episodios de la bien registrada historia del tan importante imperio romano, el de mayor trascendencia en la historia de nuestro planeta. Nomás piense en todos los actuales idiomas derivados del latín o influidos por él; en que el derecho romano, en los países civilizados -anglos, ¡absténganse!-, es ‘fuente de derecho’; en que la poderosísima e importantísima institución mundial conocida como Iglesia Católica, es el último hijuelo del imperio romano por decisión del emperador Constantino quien en el siglo IV le aceptó a Lactancio -Lucius Caelius Firmianus Lactantius-, la idea de implantar esa religión en todo su imperio y puso a arrastrar el lápiz a su cuate, Eusebio de Cesarea.
Muy bien pues, los romanos sabían del valor de ‘no vencer de más’; su mesura y hasta generosidad en la victoria, explican en buena medida su expansión, pues no eran raros los pueblos que preferían pactar que guerrear con ellos (además, en mal plan eran terribles, particularmente con los traidores).
En nuestra risueña patria que sabe reír y sangrar, la política tradicionalmente, es un despelote. Ha estado relativamente ordenada en dos periodos: el porfiriato y el priismo, por razones conocidas y no deseables. En rigor podemos pensar que apenas desde la creación en 1990 del IFE (hoy INE) tenemos nuestra vida política más o menos sujeta a la ley y con barruntos democráticos (ya da flojera el uso de la palabra ‘democracia’ y sus declinaciones, para referirse a un régimen decentito, pero, en fin, son los tiempos). O sea: no es poco que en el 2000, el PAN haya conseguido la presidencia de la república y Morena en 2018. No es poco.
El PAN, en su momento no pretendió hacer cambios trepidantes a la organización política del país; les pareció suficiente con intentar el ejercicio ético del poder. Bueno, hicieron su lucha.
Por el contrario, la consistente propuesta de nuestro actual Presidente de la república, es transformar la república. Muy bien.
Dicha transformación, como sea que él la conciba, será bienvenida si y solo si, en su ejecución no se violentan el sentido común (primero) y las nociones básicas del derecho (también primero). Todo lo demás, derechos humanos, justicia social, igualdad de género y zarandajas misceláneas, sale solo: si hay sentido común y respeto al derecho.
Sentido común: México no es ni será la plataforma de China en América; tampoco será comunista, socialista extremo, ni vamos a zafarnos de la madeja en que estamos, de acuerdos, tratados y tribunales e instituciones internacionales: son nudos bien atados.
Derecho: el reciente episodio de la ‘ley Porfirio’ en la Cámara de Diputados, encendió los ánimos de muchos. Efectivamente los partidos de oposición están boqueando todavía sin poder reponerse de la derrota mayúscula del 2018, pero aun así, sin la aceptación de las masas, tienen personalidad jurídica, existen, y en cada uno hay quienes nadan muy a gusto en las procelosas aguas de la política, saben de derecho y pueden arrastrar al gobierno y al partido Morena por tribunales internacionales, ganando victorias -pírricas, si quiere usted-, pero desprestigiando al régimen que tenemos por la votación más abultada de nuestra historia. Aparte y para tomarse muy en cuenta: Morena es un partido que está cuajando, esa mezcla no ha fraguado; si un grupo de Morena intenta mangonear, se desayunan con la noticia de que se atomizaron.
Aparte: no se puede negar que en Morena hay quienes quieren vencer de más: en Tabasco, la ‘Ley Garrote’ (escándalo gratuito: la ley penal que tenían en su artículo 308, fracciones I y II, ya preveía prisión y multa a quienes obstaculicen vías de comunicación o transporte de carga); las leyes ‘Lo que diga mi dedito’ (para asignar directamente obras y adquisiciones); y el recorte a la mitad del presupuesto a los partidos (anulado por la Suprema Corte). En Baja California, la ‘ley Bonilla’ (niño muerto, nomás es cosa de que lo den a luz). En Hidalgo, la ‘ley Agandalle’ (para modificar leyes sin mayoría calificada; ya se retiró la iniciativa… ¿para qué se rostizan a lo puro menso?). Y la afamada ‘ley Taibo’ o ‘ley Doblada’.
Si el actual gobierno hubiera accedido al poder por la fuerza de las armas, ni quien diga nada: el que vence manda como le salga del forro de la voluntad, les guste o no a los derrotados (que hayan sobrevivido, los otros ni se fijan).
Pero, no es el caso: Morena ganó el poder a las derechas, mediante una elección general en la que arrasó. Si se comportan, van a repetir el numerito en el 2021 y el 2024… pero si ganaron con la ley en la mano, así deben gobernar. La gente no espera milagros y todo lo que no logren realizar, se los disculpará (están pandos de gusto con su travesura, democrática, eso sí), pero lo que la gente no quiere ni sospechar, es que se comportan en el poder como los que echaron del poder. Eso no.