Columna Política «La Feria», Sr. López (15-VIII-19).- Es largo de contar por qué el abuelo Armando fue autoridad en una parte de la sierra de Durango, pero sí que lo fue. Una vez le llevaron a dos indios (no, no es insulto ni falta de respeto), acusados de haber hecho picadillo a machete, al dueño del abarrote del pueblo, un español que no mataba una mosca (lo suyo eran los kilos de 900 gramos). Preguntados que fueron sobre la razón de semejante atrocidad, respondieron que se lo habían escabechado porque los españoles habían matado a Cuauhtémoc. Ante tamaña barbaridad, el abuelo exclamó: -¡Pero eso fue hace casi cinco siglos! –y los vengadores del honor tenochca, respondieron: -Pero nosotros nos enteramos ayer -¡válganos Dios!
Antier la agencia Associated Press reventó la noticia sobre graves acusaciones de acoso sexual en contra de Plácido Domingo. Parece que son nueve señoras las que lo señalan, ocho de manera anónima, y al estilo Robles (dando la cara), una, la mezzosoprano Patricia Wulf. Ayer en la televisión se dieron vuelo con la parte de la entrevista en que la dama detalla que hace 21 años, Domingo le veía el escote y después de cada función en la Ópera de Washington, se le acercaba mucho y preguntaba: -¿Patricia, tienes que marcharte a casa esta noche? -¡hijo de la…!
No hay duda, los hostigadores y abusadores, merecen el más severo castigo que la ley permita. Nada justifica semejantes conductas.
Recordemos que el tema inundó al mundo a raíz de las denunciadas publicadas en contra de un productor de cine de los EUA, que dio origen al movimiento #MeToo. Luego, innegablemente, pasó a ser una tea en manos de movimientos feministas extremos, que poco abonan en favor de las verdaderas causas de las mujeres, sujetas -qué duda cabe-, a trato desigual, abusivo y no raramente, violento (aunque también hay casos de hombres que las pasan canutas).
Lamentablemente, muchas de las acusaciones son anónimas, a través de las redes o los medios de comunicación, se refieren a casos supuestamente sucedidos mucho tiempo atrás y se hacen virales destrozando la fama pública (y carrera profesional), de los acusados, que no son -no pueden ser-, culpables hasta en tanto no lo diga así un juez. Ni modo, no hay otro modo de conducirse civilizadamente.
Más lamentablemente, algunas no pocas acusaciones han resultado ser falsas. Sí, pero eso no atenúa la tendencia de una gran mayoría de pasivos receptores de noticias, a estar de manera casi automática del lado de quien denuncia, estigmatizando a los acusados, incluidos los que jamás fueron acusados ante los tribunales.
Arguyen las feministas más aguerridas que eso de las falsas acusaciones, es cierto solo en el 2% de los casos, sin embargo hay estudios serios que señalan hasta un 40% de denuncias falsas. El FBI de los EUA, en 10 mil casos de agresión sexual (entre 1989 y 1996), usando exámenes de ADN, determinó que entre el 20% y el 40% de las denuncias eran falsas o no concluyentes. Nótese que se habla de denuncias formales ante la ley de agresiones sexuales, no de tuitazos ni facebukazos anónimos, que no se pueden tomar en cuenta y que en un mundo sensato (…mmm), no deberían de papalotear los medios de comunicación: se hace por no perder ‘la nota’, por conservar o incrementar ‘raiting’ o lectores, aunque el daño a los falsamente acusados sea irreparable. Esto debería estar penalizado, digo, si de verdad los derechos humanos fueran universales (lo que incluye al macho de la especie, ¿o no?… a lo mejor no).
Resulta aconsejable que las feministas más radicales moderen y contengan sus ansias de emitir decibeles vengadores. De nada les sirve acumular pifias ni tragedias (el 27 de abril de este año, en los EUA, condado de Logan, Utah, Michael Fife de 62 años, murió golpeado por el hermano de una joven de 16 años quien lo acusó de agredirla sexualmente en un autobús; la policía revisó el video del autobús y se comprobó que la agresión no tuvo lugar; el 30 de diciembre de 2018, Televisa informó del caso en Bariloche, Argentina, de Agustín Muñoz de 18 años quien se suicidó, acusado de abuso sexual en las redes sociales por una jovencita que se retractó, pero la denuncia se hizo viral, no así su desmentido: las agresiones contra el falsamente acusado continuaron, se quitó la vida).
Esta cultura de la queja no tiene nada que ver con una necesarísima cultura de la denuncia. Una es parloteo irresponsable, la otra es sujetarse a la ley, presentar pruebas, promover la justicia. Ya se observan reacciones muy opuestas a las legítimas intenciones de valerosas feministas, a resultas del perpetuo escándalo promovido por fundamentalistas del feminismo, victimista, vengativo contra el hombre por serlo. Por esa postura extrema se llega a afirmaciones como la de Andrea Dworkin (en su libro “Our Blood”): “Bajo el patriarcado, cada hijo de cada mujer es su traidor potencial y también el inevitable violador o explotador de otra mujer”. Inevitable. ¡Zaz!
Camille Paglia, escritora, crítica social, profesora universitaria (Universidad Filadelfia); considerada como uno de los cien intelectuales más importantes del mundo (revista Prospect del Reino Unido), quien según ella misma es una “egomaníaca feminista bisexual”, llama a lo que mencionamos arriba como un “feminismo llorón”. Y la británica Doris Lessing, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007 y de todos los grandes premios literarios de Europa, escribió: “Hoy, mujeres más estúpidas e ignorantes pueden insultar a hombres mejores que ellas sin que se eleve la más mínima protesta”. ¡Órale!… ahí que se arreglen entre señoras, si pueden.
Ya brincaron en defensa de Plácido Domingo algunas destacadas mujeres del mundo de la ópera. Que es un caballero, que jamás han sabido de algo así, que lo que sea.
Condenar de antemano y sin esperanza al político por político, al funcionario por funcionario, al capitalista por capitalista, al hombre por hombre, es frivolidad e imbecilidad contumaz. Así fue antes el quemadero de brujas: histeria y sed de venganza.