Columna Política «La Feria», Sr. López (17-VI-19).- Tía Dulce (del lado materno-toluqueño), hacía honor a su nombre: era un dulce. Casó con un señor que vendía casimires allá en Toluca, pero no se crea que tenía una tienda, no, el hombre pobreteaba y vendía a domicilio lo que le fiaba un amigo de Hidalgo. El caso es que tía Dulce y sus siete hijitos (tres nenes y cuatro nenas), vivieron siempre a la cuarta pregunta. Ella hacía milagros con lo poco que le podía dar su marido, que trabajaba de sol a sol, y además, tía Dulce ayudaba: vendía gelatinas, cocinaba para fiestas (era magistral entre cacerolas), vestía Niños Dios y en su casa, gracias a ella el ambiente era de alegría y cariño… aunque toda la familia sabía que siempre estaba al borde la miseria. Cuando algún tío ofrecía ayuda o un empleo para su marido, ella decía que no fueran a ofenderlo, que lo dejaran hacer “su lucha”. El caso es que así vivieron siempre; los hijos trabajaron desde que su estatura era mayor a la altura de los mostradores de las tiendas en que se empleaban de lo que fuera y ya más grandes, acabaron manteniendo su casa. Siguieron creciendo, se fueron casando, viendo siempre que a sus papás no faltara nada. Muy viejo, murió el marido. Llanto de tía Dulce e hijos, pero llanto en serio. No dejó testamento porque no dejó en este mundo más que tristezas. Los hijos compraron un lote en el cementerio; tía Dulce les rogó que le hicieran un buen monumento de verdadero mármol, lo mandaron a hacer y pocas semanas después, tronó en la familia un escándalo calibre estallido de Chernobyl: tía Dulce revendió la fosa, exhumó los restos de su amadísimo esposo, los llevó a cremar, personalmente tiró las cenizas en un bote de basura y mandó cancelar la construcción del monumento. Siendo tan extraña tal conducta en esa dulce y ya viejita viuda, se averiguó con precisión a que obedecía tal barbaridad… y toda la familia estuvo muy de acuerdo, los hijos también: de un banco fueron a buscar a tía Dulce y le dijeron urgía su presencia en la Gerencia. Tía Dulce fue, la recibieron como si fuera la dueña, la tía, más extrañada que los primeros indios taínos que vieron los barcos de Cristóbal Colón, fue conducida a la oficina del mero Gerente General, quien le hizo saber que el ya fiambre y queridísimo marido, tenía dinero depositado en el banco y que le recomendaba iniciar de inmediato el juicio de sucesión pues eran millones de pesos (muchos)… y, bueno, ya le conté. Resultó que el marido era un canalla usurero (y más avaro que Ebenezer Scrooge). En esa casa se borró el nombre del difunto. En la familia, también (vea, no lo ha dicho este López). A tía Dulce se le agrió el carácter, a veces decía: -No hay otra más tonta que yo… no hay otra –cierto. Ni modo.
Usted, su texto servidor, nosotros, ellos, todos, sabemos que la situación económica este año en México está grave. Por todos lados se escuchan lamentos, llanto y crujir de dientes. Despidos, desempleo, pago de impuestos a la baja, previsible desabasto de medicamentos; para donde voltea uno, el cielo está cubierto de negras nubes… y resulta que nuestro gobierno federal ha ejercido solo el 39% del presupuesto (gasto) programado.
A estas fechas la Secretaría de Hacienda debiera reportarnos un gasto de un billón 800 mil millones de pesos (para que le duela, en números: 1’’800,000’000,000.00), y solo ha ejercido 700 mil (datos del coordinador del Laboratorio de Análisis en Comercio, Economía y Negocios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ignacio Martínez Cortés). No son chismes ni nos pueden decir que es una apreciación subjetiva o que ellos tienen otra información.
Han sido despedidos 196 mil tenochcas simplex, que nomás dejan escurrir las ojeras de preocupación: no hay oferta de empleos (196 mil hogares afectados… entre 800 mil y un millón de personas). Disminuye a un record histórico la recaudación de impuestos, disminuye el consumo (las empresas ya reportan exceso de inventarios). El gobierno federal no contrata gente (la despide), no paga a proveedores, las grandes inversiones en infraestructura están detenidas, las grandes adquisiciones se siguen “estudiando” (por ejemplo, medicamentos); se suspenden obras inmensas (el NAIM de Texcoco)…
Dirá usted que no es el gobierno el responsable de todo… bueno, no, pero el 37% del producto interno bruto (PIB) nacional depende de que el gobierno ejerza el presupuesto. El gobierno federal es el actor principal del PIB nacional y si ha dejado de gastar el 61% del presupuesto de que dispone, del dinero que tiene, el efecto no es solo en el bolsillo de la gente, sino que también provoca desconfianza entre los inversionistas: en los primeros tres meses de este año se registró la llegada del menor número de empresas de capital extranjero en 27 años (para el mismo periodo comparable); y tampoco les vamos a aceptar que ellos tienen otra información, porque es SU información, de la Secretaría de Economía federal: en el primer trimestre de 2018 llegaron 441 empresas extranjeras a instalarse en el país, y solo 121 en el primer trimestre de este “annus horribilis” (¡no!, no es eso: en latín, ‘annus’ es año, ‘año horrible’).
La Secretaría de Hacienda federal parece confundir ahorrar con no gastar. A nadie beneficia y a todos afecta que se deje de gastar, de ejercer el presupuesto aprobado y para el que tiene los recursos.
El pueblo bueno, aguanta vara y ni se queja (hasta aplaude), pero cuando descubre que la vara fue por gusto, capricho, necedad o por miedo a entregar la información real al que manda (ya sabe quién), entonces se enchila en grado máximo.
La mayor parte de la información que aquí se menciona la encuentra con detalles en La Jornada del viernes pasado (nota de Israel Rodríguez), donde se consigna que un tal Federico Rubli Kaiser, vicepresidente del Comité Nacional de Estudios Económicos del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF), dijo: “Esto podría ser catastrófico en un entorno de desaceleración económica”… pero no es “podría”: ES catastrófico.