17 de febrero del 2019.- Hay gente que acude a aquellos lugares de los que los demás saldríamos huyendo: guerras, hambrunas, terremotos, epidemias… Meritxell Relaño ha pasado los últimos 3 años y medio de su vida en Yemen, el país con la peor crisis humanitaria del mundo. Yemen lleva cuatro años en guerra. 24 de los 26 millones de habitantes necesitan ayuda humanitaria. Más de siete millones están malnutridos. Y un niño muere cada diez minutos por enfermedades prevenibles.
“Anteriormente había estado en Djibuti y quería una experiencia en una zona de emergencia, conflicto. Aunque yo era representante de UNICEF en Djibuti, me fui a Yemen de representante adjunta porque quería ganar la experiencia de oficina grande, en emergencia, en situación de conflicto”, dice en una entrevista telefónica con Noticias ONU.
¿Cómo se trabaja en una situación así?
Hay días más fáciles que otros. Cuando visito hospitales, familias, cuando voy a las zonas más deprimidas, la verdad es que son días muy difíciles porque, en el día a día de nuestro trabajo de reuniones y tal, aunque estemos pensando en los beneficiarios es más en abstracto, pero cuando visitas a las familias, oyes las historias que te cuentan, la verdad es que yo lo paso mal, pero tengo que tener la entereza de hacer las visitas que tengo que hacer.
¿Hay alguna experiencia que le haya impactado especialmente?
En una visita a un hospital en Aden, había un pequeño, Ali, que no tenía cólera, pero había ido por diarrea agua. Estaba seminconsciente, en muy mala situación, era puro huesos y piel. Yo le preguntaba a la madre, pero ¿qué ha pasado para que llegue al hospital en este estado? ¿Por qué no has venido antes? Y ella me decía que no tenía el dinero para llegar al hospital. La gente de su comunidad le había prestado para poder llegar al hospital. Son historias que son desgarradoras. Yo tengo dos hijos y el niño era de la edad del mío. Te apartas un poco, te aguantas como puedes y luego vuelves al trabajo que es lo que tenemos que hacer ¿no? Pero las historias que oigo son desgarradoras.
¿Cómo es un día normal de trabajo para usted?
Empezamos bastante temprano. Del sitio donde vivimos los funcionarios de Naciones Unidas vamos en coche blindado a la oficina porque por seguridad no podemos ir en otro tipo de vehículo y empieza el día con reuniones con el equipo de gestión, luego a veces con el ministro de salud o de agua. Suelo pasar mucho tiempo en reuniones y mis puertas están abiertas a mis colegas. Más que nada estoy para resolver problemas.
Parte de su trabajo como representante de UNICEF es visitar los proyectos que la agencia tiene por todo el país. Algo que no resultará fácil en un país en guerra. “He visto más país que mucho yemeníes. He estado en Hodeida, en Taiz, en Sada, en Adén”, cuenta. “Para ir a Adén tenemos que salir a Djibuti, cogemos un barco que tarda 15 horas… Son viajes largos con la complicación logística y de la seguridad”.
¿Dónde vive?
Hasta hace poco vivíamos todos en un hotel, pero recientemente nos hemos pasado a un complejo de apartamentos donde vivimos todos los funcionarios de Naciones Unidas y por supuesto tienen altas medidas de seguridad que no puedo detallar en la radio, pero yo creo que estamos bien protegidos frente a lo que pueda pasar, aunque claro, nunca se sabe.
¿Qué puede hacer en su tiempo libre?
Pues nada, porque sólo trabajamos. Solo podemos ir del trabajo a la oficina y de la oficina al sitio donde vivimos. Vivimos en un complejo de apartamentos que tiene una tienda y un restaurante. Nosotros no podemos salir a ningún sitio. No podemos salir a la ciudad, no podemos salir a hacer compras, a pasear, nada, todo dentro del complejo en el que vivimos. Pero de todas maneras los fines de semana también trabajamos así que no es que tengamos tiempo libre.
Por motivos de seguridad la ONU no permite a los trabajadores que lleven a sus familias a Yemen. Meritxell tiene dos hijos que la esperan en España. Puede visitar a su familia cada cinco semanas. Cuando hablamos con ella estaba de vuelta en casa. Durante la conversación se les escucha pedirle la merienda de fondo. “Se lleva mal, pero al final nos estamos acostumbrando todos. Claro que me echan mucho de menos y yo a ellos, pero es la vida que nos ha tocado en este momento. Están muy contentos aquí y rodeados de toda su familia y cuando llegó yo es la fiesta total”, explica.
Tras más de tres años en Yemen, Meritxell se incorpora en unos meses a la oficina de UNICEF en Ginebra como subdirectora de programas de emergencia de la agencia. En un tuit de despedida escribió que se marcha “triste, porque no he visto la paz”, pero “optimista” porque cree “que los que están en el poder serán lo suficientemente inteligentes para dejar de luchar y empezar a pensar en los niños de Yemen”.
¿Qué ha sido lo más duro de este trabajo?
“Lo más duro es que nosotros seguimos trabajando para intentar ayudar al pueblo yemení, pero la guerra continúa y mientras la guerra continúe las necesidades van a seguir aumentando por mucho que nosotros trabajemos y pongamos parches. Salvamos la vida de muchos niños por malnutrición, cólera, difteria… pero si no para la guerra, en realidad es poner parches a algo que sólo tiene remedio. Nosotros podemos seguir trabajando todo lo que podemos, pero necesitamos que haya una solución negociada al conflicto. Eso es lo más difícil, que son conflictos causados por personas que deberían ponerse de acuerdo, tener altura de miras, pero, es la guerra.
¿Y lo más gratificante?
“Este trabajo es el único que quería hacer toda mi vida y soy feliz en este trabajo. Ver un niño que entró con malnutrición a un centro de tratamiento y que sale, no voy a decir que gordito, pero recuperado. O las familias que están en el programa de distribución de efectivo, que hayan podido llevarse un poquito de dinero para hacer frente a gastos mínimos de alimentos, medicinas, material escolar… Y la gente que te dice que, a pesar de todo, estamos haciendo un trabajo importante y está beneficiando a mucha gente. Yo con eso me conformo”.
La guerra para Meritxell y sus compañeros es un destino elegido. Sin gente como ellos morirían muchas personas más. Meritxell ha trabajado en Colombia, Timor Oriental, Panamá, Mozambique, Gambia, Djibuti y Yemen y ahora viajará allá donde haya emergencias. “Tengo el gusanillo este y ya no me lo voy a poder quitar”.