Artículo de Fondo «Repercusiones», Por Samuel Maldonado B. (19-II-18).- El símbolo de la incultura política se ha dejado ver en todos los partidos, protagonizado en forma particular en uno, que desde su fundación en 1988, fue coloquialmente llamado como “El Partido de la Esperanza”. Ciertamente que no es el único instituto político que padece el mal de la podredumbre, de la descomposición , que lo ha llevado desde su fundación, a una gradual desintegración, por lo que, seguramente, terminará como tantos otros “partiditos” que han existido en la parte última de la historia de México, mismos que han sido cobijados estoica y económicamente, desde Palacio Nacional..
El ocaso del PRD ha sido paulatinamente lento, situación que contrasta con su dinamismo inicial, pues pocos años después de su fundación, prácticamente a la renuncia del Ing. Cárdenas a la presidencia del mismo, el partido comenzó a desmoronarse.
Desde los primeros días de este casi exhausto sexenio, cuando hábilmente sus directivos firmaron con el gobierno de peñita, “una tripe alianza” tanto económica como política, por cierto muy tenebrosa, que ha favorecido, no al país, sino a exclusivos directivos del supuesto partido opositor, y que hoy desgobierna al país,.
En el impoluto PRD de sus inicios, su primer presidente le dio un impulso muy importante, de tal manera que la dirección tomada, llevaba al PRD por una senda de indudable triunfo y con rumbo directo a Palacio Nacional, pero no contábamos con las trapacerías que, desde la más alta posición política, se realizarían: robo de urnas, desaparición de boletas, quema de las mismas, más otras rapacidades cometidas por quienes contaban o administraban las papeletas electorales y obedecían estrictamente las ordenes palaciegas.
Aun así, ese joven partido democrático, continuaba en una senda segura que, pensábamos, llevaría a la recuperación del país; pero desgraciadamente desde el interior del nuevo partido, había ya muchos simuladores que habían vivido de las dádivas presupuestales que a partidos de supuesta oposición, el propio gobierno de la República les proporcionaba.
De tal forma actuaban los dirigentes de las llamadas “tribus” que el Presidente de Partido de la Revolución Democrática, puso sobre la mesa su renuncia, como único camino para recuperar el partido que a base de esfuerzos, y de muchos muertos, se había construido.
¡Ese partido, el PRD, hoy, ya huele a difunto¡
En el seno de su última asamblea, realizada en la ciudad de México, en el salón Hermes del edificio “Expo Reforma, los belicosos, tramposos y “avalentonados” perredistas, se aliaron a chingadazos, se aventaron unos a otros mesas y sillas y, con gran furia pelearon con lo que a su alcance tenían, precisamente en la madrugada del domingo anterior y todo, por las posiciones plurinominales.
Las tribus participantes en este colosal y fraterno desmadre, entre otras, fueron: Alternativa Democrática Nacional, IDN, Nueva Izquierda, Galileos, Vanguardia Progresista y otras como Patria Digna (sic), Galileos.
El disgusto colectivo, supongo se debió, por el inequitativo reparto de las pluris, posiciones políticas, de esas que no necesitan hacer campaña para llegar al Honorable Congreso de la Unión, mismo que cada día pierde parte de lo Honorable.
Bueno es recordarle a esos salvajes que componen actualmente el PRD, que su primer símbolo, lo fue un Sol Cromático, mismo que el ilegal gobierno, a través de su Institución Electoral, le negó (o le sustrajo) los colores, dejándole solo con el color amarillo.
En el PRD de sus primarios años, la gente participaba activamente engrosando sus filas, buscando cambiar tanto la imagen del país como encontrar la senda que nos debería llevar al engrandecimiento de nuestra Nación. Por eso es tan lamentable que en lugar de estarse dando sillazos y trompadas, los belicosos perredistas debieran hacer un análisis demoscópico de la situación política, social y económica en la que se encuentra el país y buscar las herramientas necesarias, no para descalabrarse entre ellos y solo para ser legislador u ocupar un puesto temporal en el nada honorable Congreso de la Unión.
¡Dejar las sillas y mesas no como armas, para golpear a sus líderes o a sus compañeros, sino para poner los libros sobre las mesas y estudiar el camino para el desarrollo pleno de este México tan tembloroso.