Columna «Sendero Político», Por José Cruz Delgado (14-02-17).- La atomizada, y poco concurrida marcha del domingo, demostró que no estamos siendo capaces de unirnos como nación para condenar la campaña más denigrante y humillante que ha sufrido México en la historia contemporánea, por parte de un gobernante extranjero.
Pero tampoco tenemos claridad al sopesar correctamente qué está bien y qué está mal. Por ejemplo, coincidimos para protestar por las deportaciones de nuestros connacionales en Estados Unidos, pero nosotros, sólo en 2016, expulsamos a 23 mil inmigrantes más que ese país.
Mientras exigimos respeto a los derechos humanos de los mexicanos en el vecino del norte, nuestras autoridades migratorias están vinculadas a agravios, extorsiones, maltratos y abusos sexuales contra inmigrantes, en especial los procedentes de países centroamericanos.
Es decir: no somos coherentes en lo que exigimos para nuestros connacionales que entran sin papeles a Estados Unidos, y con lo que le damos a quienes llegan a México de manera ilegal desde Centroamérica y otros países del mundo.
Según la CNDH, en los últimos tres años se registraron 881 quejas de niños migrantes por maltrato, la mayoría contra agentes del Instituto Nacional de Migración, algunas consideradas por la propia comisión como “casos espeluznantes de abusos que cometen nuestras autoridades”.
En los ecos de las marchas del domingo quedaron claras las grandes dificultades para que la sociedad esté unida. No se trata de que vayamos juntos a todo, pero frente la ausencia de disposición de estar unidos en temas en los que haya mucho de por medio ante los cuales urge la cohesión mínima, todo termina en los protagonismos o a la defensa de intereses a ultranza, acompañados del intento de desacreditar a quien se encuentre enfrente.
La división por las marchas es prueba de ello y parte de la cotidianeidad. Cuando no se trata de desacreditar, se impugna o se pone en evidencia al otro sin muchas veces saber ni lo que dice.
Todos tenemos claro por qué hemos llegado a este estado de las cosas. No es fácil razonar porque todo se lleva a posiciones únicas o a verdades absolutas. Se juzga antes de tener la información acabada, lo que lleva a espacios en donde lo que se ha dicho o que pasa por las redes sea interpretado como cierto sin verificar si lo es o no.
Las redes se han convertido en el nuevo instrumento de comunicación de la sociedad que igual se mueven en la efectividad, el humor y la oportunidad que en la mentira y la confusión de la mano, en algunos casos, del anonimato.
El uso de las redes es el moderno actor político y social. Se crean corrientes de opinión en que algunas informaciones son vistas como si fueran ciertas, lo que deriva en opiniones sobre hechos no comprobados que pueden terminar en una de ésas en juicios sumarios, en confrontaciones y confusiones estériles.
Lo cierto es que las redes se han convertido también en un espacio de algo que podríamos definir como venganza histórica ante el poder autoritario y concentrador de riqueza de los medios, en particular de la televisión.
Muchas de las afrentas que tiene la sociedad pasan por la tele porque ha sido a través de ella en donde se han inventado supuestas verdades y mentiras, y porque ha cogobernado al amparo y complicidad del PRI y del PAN, sin pasar por alto a otros partidos y otros sectores.
Si aún había dudas sobre la agresiva actitud asumida por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra México, ayer volvió a despejarlas: a nuestro país le construye un ominoso muro de barras de metal, alambre y púas y deportación de migrantes mexicanos y, a Canadá, puentes de cooperación y comercio.
Es el mismo mandatario que desde su campaña electoral, pero más después de asumir el cargo, cumple amenazas, mientras muchos ilusos aquí siguen creyendo que, una vez en la Casa Blanca, modificaría su fobia a todo lo mexicano: país, gobernantes y población, jactándose de mantener una relación de “amistad y respeto” que en menos de un mes derrumbó con la misma celeridad con la que ordenó prolongar la división fronteriza.
El cataclismo proteccionista y aislacionista de Trump ha generado múltiples reacciones: desde el renacer de los sentimientos nacionalistas mexicanos hasta los guiños bolivarianos que insinúan una alianza hispanoamericana como respuesta. Sin haber dado un golpe en la mesa, Latinoamérica ha empezado a moverse como respuesta a las políticas estadounidenses.
Tal vez no se trate de un apoyo directo a México —nadie quiere ser frontal ante el imprevisible presidente norteamericano— pero se trata de medidas que debemos tener en cuenta si queremos navegar en el mar de incertidumbre económica al que hemos sido arrojados.
Con los cambios y alternancias que se dieron lugar en la mayoría de los países latinoamericanos, hemos presenciado un giro ideológico que ha moderado posturas y acercado a los vecinos. Con una Cuba en apertura, una Venezuela en crisis y Argentina y Brasil renovados; el Mercosur y la Alianza del Pacífico viven un momento inédito y una consolidación se antoja posible.
Tomemos el caso de Argentina. Mauricio Macri está al frente de un país económicamente destrozado, con un 40% de inflación y mucha inestabilidad política. El giro del gobierno de Macri está orientado a la apertura económica, a acercarse a sus vecinos –paradigmáticamente a Chile, la economía más fuerte de la región- y romper con las viejas rencillas. Si a este intento le sumamos las posibilidades que abre el gobierno pragmático de Temer en Brasil, podríamos presenciar un histórico acercamiento entre el ala más liberal del continente y el bastión proteccionista del Mercosur. México, miembro de la Alianza del Pacífico, podría beneficiarse de darse esta consolidación.
Curiosamente, Latinoamérica parece destinada a enfrentarse a Estados Unidos. Ahora que ellos se cierran, nosotros buscamos abrirnos. Esperemos que esta apertura pueda darse para consolidar y diversificar nuestros mercados y, por medio de esta unidad, hacer de nuestro territorio un imán de inversiones extranjeras.
Pensemos que la necedad de Trump ciertamente nos afectará en los siguientes años, pero puede beneficiarnos a largo plazo. No somos los únicos ávidos de diversificar sus inversiones y su comercio. Si empezamos a afianzar alianzas, como la que se vislumbra en Latinoamérica, podremos fortalecer a largo plazo nuestra economía y tener una posición mucho más fuerte para negociar con nuestro vecino del norte.