México, D.F., 06 de noviembre de 2014. Los tiempos del Estado distan de los que la sociedad reclama. Cayó el gobernador –tras la marcha de hace 15 días–, aprehendieron al ex alcalde y la rebelión no amaina. Una riada de universitarios y ciudadanos volvió a las calles. Por Reforma y hasta el Zócalo el nuevo clamor por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa apunta más arriba: “¡Fuera Peña! ¡Fuera Peña!”
La indignación por el destino de los normalistas que no aparecen tras 40 días volvió a expresarse en miles de gargantas. Entre gritos y pancartas el reclamo se endurece. “Fue el Estado” es, más que una consigna, convicción popular. De una y mil formas jóvenes, adultos y viejos condenan al gobierno, “por corrupto”, “por dictatorial”, “por represor”, “por inepto”.
Ni la defenestración pública del ahora ex gobernador de Guerrero Ángel Aguirre Rivero, ni la aprehensión con circo mediático del ex alcalde de Iguala José Luis Abarca, al que los políticos le auguran que recibirá todo el peso de la ley, convence al movimiento estudiantil y ciudadano de la actuación gubernamental.
“Vivos se los llevaron…”
“Vivos se los llevaron…” es una demanda irrebatible y los miles que ayer participaron en la tercera jornada global por Ayotzinapa anticipa que el movimiento no se detendrá. Un grito inundó el Zócalo al final de la manifestación: “¡paro nacional!, ¡paro nacional!”, convocado para el 20 de noviembre. La incertidumbre sobre su destino es el detonante de la más intensa agitación estudiantil y social en este milenio, que ayer volvió a una versión mexicana del célebre “que se vayan todos”.
“Ni PRI ni PAN ni PRD”, resumen las decenas de escuelas de las universidades Nacional Autónoma de México, Autónoma Metropolitana y Autónoma de la Ciudad de México, así como de los institutos Politécnico Nacional y Nacional de Bellas Artes, y de muchas más instituciones educativas. Todos unidos para exigir justicia.
“Estado fallido, Estado inútil”, señala el contingente del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur; “alto al terrorismo”, repudia la UACM; “crimen de Estado, gobierno cobarde” alerta la pancarta politécnica; “Peña, renuncia; México se pudre”, demanda la Pedagógica Nacional; “¿sobre qué muerto estoy yo vivo?”, cuestiona el contingente de El Colegio de México.
Otros más lo sintetizaron así: “Júrame que no me olvidarás, porque si lo haces ellos ganan”; “Fue el narcoestado”; “Quemaremos el cielo si es preciso”; “Mientras exista la injusticia seguirán naciendo inconformes”.
Al paso de la marcha, encabezada por familiares de los normalistas desaparecidos, los gritos y las pintas son más encendidas, no se detienen en la revisión del caso y acusan: “gobierno asesino”.
Las repuestas gubernamentales terminaron por dejar un solo culpable. Peña es ahora ya el único nombre que corean los indignados.
En las mantas se plasma la imaginación estudiantil para recrear al México sangriento que perciben de mil y una formas. Los rostros de los 43 desaparecidos se observan en los varios kilómetros de extensión que tuvo la marcha, que comenzó después de las cuatro de la tarde cerca de Los Pinos (metro Auditorio). Ciento veinte mil, afirman los organizadores. Cuando la vanguardia llegó al Zócalo, a las 18:30 horas, la retaguardia apenas trasponía la Estela de Luz, convertida en herencia calderonista de su violenta gestión.
La fecha no pasó desapercibida para los jóvenes. El 5 de noviembre, famoso gracias a la novela gráfica setentera del revolucionario V, adaptada en 2005 para el cine en la clásica V for Vendetta, donde el héroe lucha contra un gobierno fascista y represor en Londres y advierte, justo el quinto día del onceavo mes, que destruirá símbolos de gobierno para acabar con él. Esas máscaras de rasgos puntiagudos que hoy ha popularizado la organización de hackers Anonymous aparecieron como mensaje: “Vamos a transformar a este país”, apuntó uno de los enmascarados.
“Otro país es posible, y venimos a construirlo”, se leía en la cartulina de una jovencita que era acompañada por sus padres y sus abuelos.
A cada paso que los padres daban el apoyo social se multiplicaba. Fueron miles los que sólo se posaron sobre las banquetas de Reforma para ver el paso de la rebelión. Con el puño izquierdo en alto, cuando identificaban a los familiares de los normalistas, el grito era uno solo: “‘No están solos, no están solos!”
En el Zócalo ya los esperaban miles. Al entrar la vanguardia a la plaza pública más importante del país, la consigna fue ensordecedora: “!Vivos los llevaron, vivos los queremos!”
Siete hombres y mujeres, familiares de los normalistas, hablaron desde el templete colocado para recibirlos. Los rostros de la gente del campo, de la sierra, y sus voces agudas pero rotundas se dejaron oír: “Queremos vivos a nuestros hijos”. Y también la demanda de justicia que salió no de sus gargantas, sino de lo más profundo de su indignación. El mitin llevaba más de una hora y los últimos contingentes seguían entrando al Zócalo.