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Los indios y los sin dios

Columna «REPERCUSIONES» por Samuel Maldonado.- En asamblea general de la Organización Internacional de las Naciones Unidas, en su resolución A/RES/45/164, la misma tuvo a bien considerar el que pudiera celebrarse el 9 de agosto de cada año, el día internacional de las Poblaciones Indígenas. Para cristalizar esa idea, se reunieron por primera vez el 10 de Diciembre de 1994.

El objetivo principal era y es, cito “Fortalecer la cooperación internacional para la solución de los problemas que enfrentan las comunidades indígenas en esferas tales como los derechos humanos, el medio ambiente, el desarrollo, la educación y la salud”.

Por el color de mi piel, por  mis costumbres, por mi lengua, nadie me podría identificar como miembro de alguna etnia, pero lo soy por herencia cultural, pero principalmente por compromiso propio, por identificación con su rica cultura, por que admiro su arquitectura, porque me duelen sus penurias, por su desolación y por muchas otras razones.

Soy  pues indio puré, aun cuando no nací en el seno de ellos; lo soy a pesar de que no hablo su lengua; soy también maya,  porque me asombra y me embelesan sus grandes construcciones milenarias; también  soy wixárica  o wixaritari waniuki  no obstante que no hablo, ni vivo como ellos y menos entiendo su lengua; me siento pues  huichol pero nacido en estas hermosas tierras occidentales. Soy también Nahua de corazón y cada vez que visito el Templo Mayor de Tenochtitlan lamento la destrucción realizada por los filibusteros españoles a la llegada a estas tierras del Anáhuac.

Todas las culturas mesoamericanas realmente no tienen nada que celebrar el 9 de agosto de cada año y sí,  en cambio, existen elementos o razonamientos suficientes para hacer los reclamos por la destrucción que se ha hecho de las culturas mal llamadas indígenas, de sus selvas y sus bosques;  por la explotación de que han sido objeto de sus tierras y por la expoliación de las mismas, reclamo airadamente a quienes lo han hecho, pues la ambición del hombre por extraer de las entrañas de la tierra precolombina, grandes  tesoros, enormes cantidades de minerales como el oro, la  plata y otros que son ambicionados ya no sólo por los descubridores de la América, sino por gambusinos modernos oriundos del territorio nacional o provenientes de allende las fronteras.

Han pasado mucho más de 600 años de que extranjeros del viejo mundo han venido en forma continua destruyendo las zonas indígenas. En la explotación de los ricos minerales, entre otros químicos, se utilizan cantidades enormes de cianuro de sodio que dejan una estela de desolación irreversible; Derrames recientes de ácido sulfúrico contaminan ríos y aguas superficiales; acaban con peces, animales y plantas.

La actual fiebre del oro en México, ha provocado pues, cuantiosos daños; Por cada gramo de oro sacado de las minas, queda una tonelada de tierra contaminada con arsénico, ácido sulfúrico, plomo y otros metales pesados. Noticias recientes nos alertan aun más, pues la tierras contaminadas son “lavadas” y el agua utilizada generalmente se descarga a estanques, arroyos y ríos. El drenaje ácido de las minas es otra fuente de contaminación y el agua continuará dañada por decenas de años.

Para poder identificarse con los mayas, huicholes, purépecha, toltecas o nahuas, no se requiere disfrazarse de indios y aparecer en los periódicos con el “bastón de mando”. Lo único que se necesita para ser uno más ellos, es entenderlos, respetar sus costumbres, sus ritos, su territorio. Ayudados desde las alturas, hombres extranjeros persisten en apoderarse de sus territorios; de sus fuentes de agua para ser llevados a las grandes ciudades

¡Los indios no necesitan ayuda del Tlatoani!…, nada más no los estorbemos.

 

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