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La historia del Seminario de Morelia

Domingo 30 de Marzo de 2014.- (de Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia) Permítanme expresar mi emoción y gratitud por este acontecimiento inédito tan significativo y esperanzador. Presentar con serenidad la historia de nuestro Seminario, ante las autoridades civiles, en este lugar emblemático que lo vio nacer hace casi dos siglos y medio, es algo que antes no se hubiera imaginado.

Así se escribe la historia y así debemos interpretarla en la perspectiva de la Providencia Divina, que va llevándonos por caminos insospechados y nos descubre el amor y la sabiduría de un Padre que educa a sus hijos a través de las pruebas para hacernos madurar y asemejarnos más a su Hijo, que reconcilió y liberó al mundo a través de su gloriosa Pasión.

La historia para los creyentes no es una fatal repetición de acontecimientos que se representan en una rueda que da vueltas incesantemente sobre el mismo eje, ni menos aún como una serpiente que se envenena a sí misma mordiéndose la cola. Más bien es como una flecha lanzada por el arquero y dirigida a un blanco que todavía no se alcanza pero que ya se avizora.

Superando resentimientos y amarguras, hoy podemos hacer nuestro el pensamiento de aquellos antepasados que sufrieron con fortaleza cristiana el despojo de lo que se había construido con enorme esfuerzo. Recordemos la reflexión de un Munguía que afirmó: “Hemos perdido todo, menos los principios”, al ver arrojados de este magnífico edificio a alumnos y maestros. Y pensemos en lo que posteriormente dijo el entonces vicerrector, Padre Luis María Martínez, después de la confiscación y despojo vandálico del Seminario de San José en 1914, parodiando ingeniosamente a Don Clemente: “Hemos perdido todo, menos el buen humor”.

He aquí lo esencial, lo que hemos de aprender de la historia, maestra de sabiduría: no perder ni los principios ni el buen humor; sino más bien avanzar en la consolidación de los principios evangélicos de servicio humilde a la sociedad, confiando más en la fuerza de la razón y de la Palabra de Dios, basándonos en un testimonio coherente de vida, y no tanto en recursos o estrategias humanas.

Ciertamente hemos de seguir cultivando la ciencia y las artes, forjando el carácter de nuestros jóvenes con disciplina y esfuerzo. El Seminario ha de ganarse el reconocimiento y aprecio de la comunidad, formando a sus alumnos con un espíritu de corazones recios, fuertes y audaces. El Seminario, que ha visto otros vientos y otras tempestades, ha de cumplir su tarea estando a la altura de los tiempos y dando al Pueblo de Dios ministros dignos, capaces de responder a los nuevos retos del momento.

Recordemos la preciosa enseñanza que hace cincuenta años nos dio el Concilio Vaticano II: “Como Cristo realizó la obra de la Redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino… así, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación también con su propio ejemplo” (LG 8).

* Alocución en la presentación del libro Luz de ayer, luz de hoy. Historia del Seminario Diocesano de Morelia, en Palacio de Gobierno. Morelia, 25 de Marzo de 2014.

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