Morelia, Michoacán a 22 de octubre del 2013.- (PA) Fausto Vallejo es un político respaldado por décadas de trabajo político y administrativo. Llegó a la gubernatura enfermo, debilitado políticamente por los señalamientos de presunta ayuda del crimen organizado; el fallo del Tribunal electoral llegó al límite. Con su cuerpo cobrando factura arribó al Solio de Ocampo, pero pronto el poder le cobró con creces, su Gobierno anodino y las mentiras sobre su enfermedad ocasionaron que su capital se desgastara en sólo unos meses.
Ya quedó muy lejana la campaña electoral cuando repetía que “Michoacán merece respeto”. Con una pésima campaña de comunicación -a cargo de su coordinador Julio Hernández-, ocultó una y otra vez sobre su enfermedad. El 30 de septiembre del año pasado se desvaneció en el desfile. Dijo que era un resfriado, una tos, después fue una hernia; la verdad era que el hígado estaba deteriorado. Durante años, negó malestares físicos. Cuando perdió el Senado, también muy desmejorado, se molestaba cuando le preguntaban sobre el tema.
Tuvo que ir a Estados Unidos a someterse a un trasplante de hígado. Su Gobierno, era desgobierno. Hubo corrupción -castigada en parte por Jesús Reyna-. Sus hijos, “metieron mano” en decisiones que no les correspondían. Sus familiares ávidos del poder forzaban como si ellos hubieran sido los electos.
No dejó gobernar a Reyna. No quería desaparecer de la escena y mandaba señales políticas vía Twitter. Hubo desencanto en sectores del PRI. Regresó hace un mes a Morelia y no ha tenido tiempo para dar la cara a los michoacanos que lo eligieron, prefirió refugiarse con sus correligionarios en el Distrito Federal, buscar la entrevista cómoda. Grupos intestinos del tricolor mencionan de presuntas investigaciones a uno de sus vástagos, por cobrar “cuota” por obra pública o pagos a proveedores.
A Fausto le espera un camino cuesta arriba, amén de su condición física de trasplantado. Columnistas nacionales refieren que también tiene un riñón y el páncreas deteriorado, así como neuropatías que le impedirían un correcto lenguaje verbal. Pero, tiene otro problema más grave, que es recuperar su capital político dilapidado. A su regreso como gobernador, las lisonjas serán a diario -como es tradición en el sistema político mexicano-, pero detrás, la desconfianza hacia él continuará en un sector partidista y de la población.