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Algo terrible y horroroso sucede en PEMEX. En el kilometro diecinueve de la carretera Reynosa-Monterrey, las plantaciones de la empresa se abrieron y provocaron un incendio terrible, que dejó muertos a veintiséis empleados del lugar.
Según cifras de la empresa petrolera, cuatro eran empleados de PEMEX y el resto fueron trabajadores de compañías contratistas. El asunto es lamentable y escandaloso que la compañía no tiene otra opción que admitir lo que sucede con sus instalaciones.
Ya se habían dado tres eventos siniestrales con antelación, que eran indispensables para que se restringiera a las instalaciones de eventos laborales y en observación exhaustiva en materia de auxilio notable.
Desde el doce de agosto hubo una explosión en la planta hidrodesulfuradora U300 de la refinería Francisco I. Madero; el dos de septiembre hubo un incendio en el mismo lugar; pero quince de septiembre falleció un empleado a causa de una explosión en las mismas instalaciones, y ahora, dieciocho de septiembre, ocurrió lo terrible con veinticuatro fallecidos. Esto nos indica que es un lugar propicio para ser, por lo menos, cancelado. Y no fue así. Parece que en los directivos de la empresa ocupa más la improvisación que la experiencia. Y así fue.
